Las radiografías permiten
observar los huesos que sostienen a los vertebrados, no visibles normalmente.
En el mismo orden, las fuerzas democráticas requieren de una radiografía de la dictadura
fascio-comunista de Nicolás Maduro para entender qué elementos la sostienen.
Básicamente son tres:
1) La
destrucción del Estado de derecho. La eliminación del imperio de la ley
anula todo contrapeso al uso de la fuerza para imponer la voluntad de quienes
detentan el poder. Desaparecen, por tanto, los derechos individuales y el libre
albedrío. La abolición de normas que sustentan la autonomía de distintos
poderes permite concentrarlos y centralizarlos en manos de una sola persona, el
caudillo que comanda la supremacía del Estado. El control de los militares y el
ejercicio del terrorismo de Estado, avalado por un poder judicial abyecto y
corrompido, es crucial para avasallar a quienes esgrimen derechos inalienables
para protestar las injusticias. Se disipa toda noción de ciudadanía para
transformar a las personas en masa informe dependiente de quienes controlan el
Estado.
2) La
supresión del intercambio mercantil autónomo entre individuos para proveerse de
bienes y servicios. Las transacciones de mercado son intervenidas por
favoritismos personales, grupales o político-partidistas. La lealtad sustituye
a la eficiencia en el desempeño para ocupar cargos, reemplazando el talento.
Desaparece la meritocracia, dando paso a prácticas de adulación y complicidades
con los desafueros de los poderosos. El acceso a bienes y servicios toma la
forma de un juego suma-cero en el cual los que resultan favorecidos implica que
otros pierdan. De ahí la ventaja de afiliarse a estructuras de poder ganadoras.
Promueve la conformación de mafias, amparadas en la desaparición del imperio de
la ley comentada arriba, que se atrincheran para depredar la riqueza social,
ejerciendo muchas veces la violencia para ello.
Estos dos elementos se traducen
en un régimen de expoliación de la riqueza social por parte de poderosos
intereses atrincherados en la estructura del Estado, amparados en su monopolio
de los medios de violencia. El imperio de la ley es sustituido por un Estado
patrimonial que disuelve todo impedimento al aprovechamiento de los dineros
públicos. La complicidad militar en estas acciones contra el interés nacional
conforma una oligarquía militar-civil que se afana en conservar el poder.
3) Una
ideología legitimadora del régimen de expoliación y la violación de los
derechos humanos que “absuelve” sus crímenes. La proyección de una
representación simplista y maniquea de realidad por parte de un líder
carismático, contraponiendo un pueblo puro y noble a una élite que contraría
sus intereses, es instrumental en la construcción de apoyos a la demolición
institucional. El populismo
fascio-comunista estaría favoreciendo la democracia y el bien común[1], blindando su
acción contra toda increpación externa. Construye una falsa
realidad que reemplaza al mundo tal como es, una burbuja que sirve de refugio a
su dictadura. Un orden sectario otorga a sus seguidores un sentido de
pertenencia a una causa superior, trascendente, de cuyos secretos y misterios
sólo es posible acceder a través de las verdades reveladas en sus postulados
ideológicos. Por último, la ideología constituye un poderosísimo elemento de
dominio del líder o de los líderes sobre sus huestes, pues consagra la certeza
y visión privilegiada de sus decisiones.
Si la derrota del fascismo en la
II Guerra Mundial puso de manifiesto sus horrores, la noción comunista siguió
siendo atractiva para muchos, pues ofrecía un fundamento pretendidamente
“científico”, a partir de los escritos de Carlos Marx, para construir una
utopía. Todavía hoy, desbancada esta ilusión por las inconsistencias de esa
teoría y el terrible costo infligido a poblaciones bajo dominio comunista,
subsiste en sectas minoritarias, impermeables a toda refutación o crítica
externa, es decir, como artículo de fe.
La prédica inicial de Chávez fue
de naturaleza fascista, con giros patrioteros, militaristas y racistas, pero
bajo la égida de Fidel Castro entendió que era más provechoso cobijar sus
aspiraciones de poder con una retórica comunista. De ahí el término
“fascio-comunista” que titula estas líneas. Esta imbricación “justificó” el
desmantelamiento de la institucionalidad democrática por “burguesa” y el acoso
al sector privado. Asimismo, invitó a la gerontocracia cubana, garante
inflexible del credo “revolucionario”, a controlar el país. Transformó al
gobierno chavista en vicario de un despotismo cruel, entregándose
voluntariamente al dominio de sumos sacerdotes antillanos que pasaron a
comandar la depredación.
Tal prédica pudo contar con
amplia simpatía mientras la bonanza petrolera tapaba sus consecuencias con
generosos programas de reparto. Pero el desastre se desnudó bajo el gobierno de
Maduro, produciéndose el rechazo mayoritario del pueblo. Hoy en la burbuja
comunista se refugian delincuentes que han colonizado el Estado, absolviendo
sus atropellos contra los venezolanos y amparando la injerencia de esbirros
cubanos en su represión. Constituye un obstáculo formidable a la salida de las
mafias que han secuestrado al país, pues ofrece excusas para negar el fracaso e
inviabilidad de su gestión, a la vez que pone en manos extrañas, cubanas, la
conducción de su estrategia política.
De acuerdo con lo examinado, la
oligarquía expoliadora no va a acceder a negociar su salida. La presencia
desafiante de una misión militar rusa cumple con transmitir su disposición a
pelear antes que ceder. Los intereses creados en torno a la depredación del
país son demasiado poderosos y el blindaje ideológico conque se ha revestido la
aísla de tener que entenderse con la realidad, por más adversa que se le haya
puesto. La perversidad de estas gríngolas ideológicas es tal, que quienes
pululan en el pozo séptico en que se ha convertido la “revolución” todavía
repitan estar “defendiendo al pueblo” contra una “ultraderecha” diabólica,
aliada con el imperialismo (¡!). Iris Varela arma presos, Freddy Bernal
alborota a sus colectivos malandros y el ministro Reverol manda a sus brigadas
de exterminio –FAES—a asesinar en los barrios populares, para preservar
semejante depravación. La alienación ideológica es tal que un hombre otrora
considerado inteligente como Jorge Rodríguez es capaz de declarar con su cara
bien lavada, sin sentido alguno del ridículo, las estupideces más insólitas
para explicar los apagones provocadas por la desidia oficial. La obnubilación
de los “revolucionarios” hace de ellos los seres más crueles y inhumanos,
capaces de invocar con el mayor cinismo un futuro luminoso para la humanidad.
La dictadura de Maduro es
inviable. Después de tanta destrucción y aislada internacionalmente como está,
sorprende que siga aferrándose al poder en vez de aceptar el puente de plata
ofrecido a algunos de sus personeros para que se vayan. Decepcionante y
vergonzosa ha sido también la escasa respuesta de los militares ante la oferta
hecha por el presidente (E) Juán Guaidó. Refleja el grado de descomposición y
de complicidad en que ha caído la Fuerza Armada y es la medida de las tareas de
recuperación que habrán de instrumentarse en democracia. En la medida en que se
encoja su botín, se exacerbarán los conflictos entre las mafias por los
despojos. Los triunfadores argumentarán haber derrotado una conspiración
imperialista, pero no soltarán presa. Cada día adicional que estos desalmados
estén en el poder es una tragedia para los venezolanos. Ahora más que nunca
debe mantenerse la presión, sin excluir la opción eventual de una intervención
militar. Y para ello, no debe seguirse alimentando la ilusión entre aliados
internacionales de que una salida negociada es factible.
[1] Como expresara el historiador Francois Furet con
relación a Hitler, éste “supo, por instinto, el más grande secreto de la
política: que la peor de las tiranías necesita el consentimiento de los
tiranizados y, de ser posible, su entusiasmo”.
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