La economía global de cara a la pandemia: efectos, acciones y desafíos
Por Leonardo Vera
Una crisis de salud pública que comenzó en Wuhan, una urbe de 11 millones de habitantes al este de China, paralizó a buena parte de la economía china al someter a cientos de millones de personas al aislamiento compulsivo, haciendo que en solo 2 meses (enero y febrero) las ventas al detal cayeran 20,5%, el producto industrial en 13,5% y la inversión en activos fijos en 25%. Estimaciones de Larry Hu, economista jefe para el Grupo Macquarie, indican que la economía de China se contraerá cerca de 6% en el primer trimestre del año (en comparación con el primer trimestre de 2019), un quiebre (por su magnitud) sin precedentes desde que el gigante asiático comenzara su impresionante proceso de transformación estructural y crecimiento a finales de los años setenta.
El contagio del coronavirus en los humanos es hoy una realidad de alcance global, y a ello ha seguido el contagio económico y efectos de derrame que están generando una crisis económica de consecuencias aún no muy bien comprendidas, pero cuyos efectos iniciales alarman. Al día 20 de marzo, 177 países reportaban casos de la pandemia, con una expansión ahora hacia los países de América, el Medio Oriente y África, y con una incidencia muy marcada de casos en Europa.
Más allá de las recomendaciones individuales de salud pública, el enfoque predominante para contener la expansión de la pandemia y el colapso de los sistemas de salud es el aislamiento voluntario o compulsivo, lo que ha significado el envío de millones de seres humanos a sus hogares.
Efectos económicos del coronavirus: una guía para legos
¿Cuál es la consecuencia económica directa de estas medidas de aislamiento o confinamiento? Pues bien, el recurso humano deja de estar presente en el proceso productivo y, sin capacidad de ser sustituido, la producción se paraliza. Por esa razón, los analistas hablan de la exposición directa a un choque de oferta. Hay ciertas actividades, especialmente servicios, donde el “teletrabajo” (desde el hogar) puede aminorar los impactos, pero como alternativa tiene sus límites. El problema es que al interrumpirse entonces la oferta de productos que se usan como insumos de otros bienes, las cadenas productivas se rompen. El caso de la economía china que funciona a nivel global como proveedora de insumos, pero también como parque de ensamblaje de muchos bienes, ha dejado ver como las cadenas globales de valor se ven afectadas y como la demanda internacional de mercancías también.
Así, el comercio internacional, que es una fuente dinámica del crecimiento global, se ve afectado tanto por la interrupción del envío de insumos como por la caída de la demanda. China, que dejó de proveer y exportar bienes esenciales, afectó la producción descentralizada global, pero por el enfriamiento de su economía, adicionalmente dejó de demandar materias primas y commodities cuyos precios se han desplomado en los mercados internacionales, afectando notablemente a los países menos desarrollados y dependientes de productos primarios.
Estos efectos, donde usamos como ejemplo la economía de China, pueden vislumbrarse y repetirse, quizás en menor escala, en muchos centros dinámicos a nivel mundial. O al interior de las zonas de comercio como la Unión Europea, o en otras redes de comercio regional y global.
Cuando la gente deja de trabajar, las empresas dejan de producir, la rentabilidad cae, las deudas asfixian y el precio de las acciones se desploma. Las caídas descomunales de las bolsas a nivel mundial y la enorme pérdida de riqueza financiera, no son más que una reverberación de lo que los inversionistas anticipan puede pasar en el sector empresarial corporativo. Por otra parte, con la paralización de la producción un gran porcentaje de la fuerza de trabajo que no está cubierta por redes de seguridad social (como seguro al desempleo y transferencias en dinero o en especies) se puede ver en grandes dificultades. Sin ingresos, la demanda entonces de las empresas y de los hogares cae.
Al final de día estamos expuestos simultáneamente a choques de oferta y choques de demanda, una situación que parece sólo tener semejanza con las crisis generadas por los conflictos bélicos.
¿Qué están haciendo las autoridades económicas a nivel mundial?
No es casual que la metáfora bélica haya sido útil en boca de muchos analistas y formuladores de políticas y no sólo para facilitar la compresión de la naturaleza de la crisis, sino para ir construyendo un adecuado diseño de políticas de mitigación. Por eso James Galbraith habla de la necesidad de que los Estados Unidos habilite la Corporación de Finanzas para la Reconstrucción (usada en la Segunda Guerra Mundial para apoyar la fabricación de municiones e insumos), para manejar los críticos asuntos relativos a oferta de bienes básicos y de salud; o que el Ministro de Finanzas de Alemania, Olaf Scholz, hable del “bazzoka” financiero, con el que se pretende darle facilidades de crédito extraordinarias a las empresas alemanas a través del KFW (el banco de desarrollo del Estado).
Estos esfuerzos son sólo un minúsculo ejemplo del cúmulo de municiones con que los países afectados están reaccionando para contener los efectos económicos de las crisis. Más allá de este tipo de políticas industriales, en el campo de la política monetaria el Banco Central Europeo anunció una masiva compra de activos por 750 mil millones de Euros para darle liquidez a los mercados, y la Reserva Federal de los Estados Unidos anunció días antes un paquete de compras por 700 mil millones de dólares en una variedad de activos incluyendo títulos de deudas municipales. Posteriormente la Fed tomó la decisión de llevar la tasa de interés de un solo empujón a cero.
Pero si en algo se ha venido fraguando consenso entre los analistas es que la política monetaria frente a esta crisis tiene sus límites, después de todo inundar de liquidez a los bancos no necesariamente va a hacer que la gente regrese al trabajo o que los bancos aumenten sensiblemente las líneas de crédito.
Donde además hay más consenso es en usar las herramientas fiscales. Decenas de países están tratando de instrumentar diferentes esquemas de incentivos tributarios como esquemas de salvataje para las empresas más afectadas o cuya oferta es crítica en este momento. También treguas tributarias para las personas y los hogares para de esa forma aliviar la presión sobre sus menguados presupuestos. Los esquemas de transferencias transitorias de dinero o efectivo no condicionadas, tan usadas en América Latina para aliviar pobreza, también están siendo diseñadas e implementadas en las economías desarrolladas, y hay una honda preocupación que está llevando a aumentar significativamente el gasto público en salud (insumos, dotación de hospitales y equipos médicos).
Para todo esto desde luego se requieren recursos. Los alivios o treguas tributarias significan menos recursos para el Estado cuyos compromisos en la provisión de otros bienes públicos no cesan. Los esquemas de ayuda en cash, los seguros contra el paro, y los programas de gastos de emergencia en salud, si van a ser instrumentados o amplificados también requieren recursos. Jordi Galí, un conocido economista y académico español, ha sugerido que el esquema más rápido para conseguir recursos fiscales en un contexto recesivo y de bajísimas tasas de interés es lo que los economistas llaman “lanzar dinero desde el helicóptero” (helicopter money). Lo que Galí plantea es imprimir dinero y convertir esto en una transferencia desde los bancos centrales hacia el sector público, sin compra de títulos y con asiento directo en el patrimonio de las autoridades monetarias. Pero lo que parece sensato para las economías europeas o con altos niveles de desarrollo, pudiera no ser una oferta tan atractiva para los países en desarrollo cuyas experiencias pasadas han revelado canales específicos a través de los cuales el aluvión monetario se transforma en devaluaciones monetarias masivas y brotes inflacionarios.
Hay un enorme desafío de cara a la comunidad económica internacional y los organismos multilaterales. Muchas economías emergentes y en desarrollo están comenzando a enfrentar los desafíos económicos del coronavirus y la necesidad de recursos será creciente. El 4 de marzo en una conferencia conjunta Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, y David Malpass, presidente del Banco Mundial, anunciaron la disponibilidad de recursos para atender los efectos económicos de la pandemia. El FMI estaría dispuesto a prestar hasta 50 mil millones de dólares a países miembros por medio de dos facilidades y el Banco Mundial hasta 12 mil millones. Pero ese monto de recursos es ínfimo frente a las necesidades que potencialmente pueden y ya se están presentando.
Lo anterior revela lo mal preparados que estamos como comunidad mundial ante choques de impacto global, en un mundo cada vez más interconectado. Capitalizar a organismos como el FMI, el Banco Mundial y otros bancos o agencias de desarrollo con alcance más regional, no es una opción clara en el corto plazo. Pensar en mecanismos no ortodoxos para que los recursos fluyan desde los espacios superavitarios hacia los espacios deficitarios o para crear dinero internacional cuando las necesidades reales lo requieren es uno de los mayores desafíos.
Leonardo Vera es economista, Profesor Invitado Internacional – Flacso-Ecuador | @LeonardoVera60
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Leonardo Vera | Profesor-Investigador | UCV-FACES | Escuela de Economía, Ciudad Universitaria, Caracas 1051 | FLACSO-ECUADOR | Economic Development Program | Calle La Pradera E7-174 y Av. Diego de Almagro, Quito | T: +593 099 9250506 | T: +58 416.4028406 | leoverave@gmail.com| http://ucv.academia.edu/ LeonardoVera
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