martes, 29 de agosto de 2017

Migrantes, Exilados, Refugiados

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Felix Arellano

Conviene reconocer que el gobierno de Colombia ha mantenido una política de puertas abiertas para los migrantes venezolanos, pero están creciendo los temores, al punto que el Concejo de Cúcuta está considerando el cierre temporal de la frontera

Las migraciones son parte sustancial de la existencia humana, gracias a ellas el ser humano ha poblado el planeta y, en muchos casos, han estimulado la innovación y el crecimiento económico de los anfitriones; lamentablemente, en los últimos años se ha convertido en un tema sensible, cargado de estigmas y de creciente rechazo y, para incrementar las paradojas, es precisamente en este contexto que nos ha tocado a los venezolanos migrar, por razones de persecución política y, más recientemente, por hambre y miseria.

Las migraciones también cuenta con una regulación internacional sustantiva, parte de ella tiene que ver con los seres humanos que migran cuando su vida está en peligro, entre otras, por razones políticas, religiosas o de género; y reciben el nombre de refugiados, objeto de atención de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que recientemente ha destacado que el mundo: “está siendo testigo del mayor número de desplazamientos de los que se tienen constancia. Una cantidad sin precedentes de 65,6 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares a causa del conflicto y la persecución a finales de 2016

Nuestra región no ha enfrentado crisis de refugiados masivos, si lo comparamos con situaciones que han enfrentado algunos países de África o Asia; empero, el tema no ha estado ausente, y en nuestro país hemos recibido un número importante de refugiados producto del conflicto armado colombiano, al punto de requerir del apoyo de la ACNUR. Por otra parte, unos años atrás tuvimos el privilegio de recibir un buen número de exilados políticos producto de las brutales dictaduras militares latinoamericanas, en especial, de los países del cono sur.

Adicionalmente, producto del boom petrolero nos convertimos en polo de atracción de migrantes de la región, que buscaban mejores condiciones de vida; ahora bien, en esa oportunidad, el país asumió una actitud poco solidaria; de hecho, se adoptaron restricciones, como la solicitud de visa para los países de la región, procedimiento que progresivamente fue minado por la corrupción, de tal forma que los honestos no podían entrar, pero los ilegales encontraban facilidades por la vía ilícita.

Para complicar el tema, en los últimos años las migraciones se han cargado de una gran violencia en el mundo, particularmente en Europa. La creciente violación de los derechos humanos de muchos gobiernos autoritarios del tercer mundo, así como la pobreza en esos países, han estimulado constantes migraciones. Muchos países ricos han sido receptivos, incluso han logrado beneficios con el ingreso de tales migraciones; empero, la situación está cambiando, y el rechazo a la migración, particularmente musulmana, se está convirtiendo en una bandera política de alta sensibilidad.

El rechazo a la migración no es un tema baladí, pues al crecer el número de migrantes, crecen los problemas en los países anfitriones, tanto de seguridad, como en aspectos sociales; de tal forma que los nacionales tienden a identificar al migrante como una amenaza. Otro aspecto explosivo en Europa, tiene que ver con las actuaciones terroristas que se han incrementado y, que en algunos casos de forma simplista, se asocia con los migrantes.

El colosal fracaso de la revolución bolivariana y su creciente autoritarismo ha generado una progresiva migración de venezolanos al mundo y en particular a los países de la región. Algunos estudiosos identifican unas cuatro oleadas de migrantes venezolanos. La primera, vinculada con los expulsados de PDVSA, la segunda con venezolanos con recursos financieros interesados en invertir en países con estabilidad y seguridad jurídica; luego, la creciente de oleada de profesionales buscando mejores condiciones de vida y, desde el 2015, encontramos un creciente número de exilados por la crisis humanitaria del país, pero también crecen los que migran por razones políticas, que empiezan a temer por su vida al opinar diferente.

La creciente migración de pobreza que está generando la revolución bolivariana se encuentra con un mundo donde crece la aporofobia, que tan brillantemente ha trabajado la filósofa Adela Cortina; es decir, el rechazo a los pobres, pues se identifican como un problema para el país anfitrión. Adicionalmente, nuestros pobres están migrando a zonas pobres de los países vecinos lo que complica aún más la situación. Conviene reconocer que el gobierno de Colombia ha mantenido una política de puertas abiertas para los migrantes venezolanos, pero están creciendo los temores, al punto que el Concejo de Cúcuta está considerando el cierre temporal de la frontera.

Todo pareciera indicar que los gobiernos de Colombia, Brasil y de algunas islas del Caribe como Trinidad, deberían buscar el apoyo internacional, entre otros de ACNUR, para manejar técnicamente el grave problema que se puede generar la pobreza migrante venezolana, pues la soberbia del proceso bolivariano no da señales que pueda enmendar los graves errores de su políticas.

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