Enrique Viloria Vera
A María Elisa e Iván
Prometieron.
Que
nunca nade más robaría, que todo sería para el pueblo,
que
cada quien tendría la casa de sus sueños, que nada malo volvería a ocurrir.
Prometieron
hasta hartarse…
Nada
de cuanto ocurría era responsabilidad de los Hijos de la Revolución.
Karina
Sainz Borgo
En la literatura
venezolana encontramos varios ejemplos de acertada conciliación, conjunción, de
feliz hibridez, de periodistas que son, a la vez, narradores: es el caso que
nos ocupa, Sainz Borgo, destacada periodista cultural venezolana suma su nombre
a los de José Pulido, Milagros Socorro, Boris Izaguirre y, en especial, al de
Miguel Otero Silva, periodista sobrevenido, destacado y reconocido novelista,
entre otros En su caso, Sainz Borgo publica
en la editorial Lumen su primera
novela: La hija de la española, que
ha tenido muy buena acogida por los lectores y la crítica especializada.
La novela de marras
es un desgarrador relato del apocalipsis, genocidio, infierno, promovido a
conciencia por la cúpula de la Revolución Bolivariana, concretado en exilio,
ostracismo, alejamiento, desarraigo, refugio, soledad y desesperanza, de cerca
de cinco millones de venezolanos sin distinción de credo, raza, sexo, condición
social o económica. Esta desatinada equivocación histórica, ha sido –
inescrupulosamente -, liderada y ejecutada por la dirigencia de una malhadada
Revolución Bolivariana, empeñada, dolosamente, en imponer un ineficiente,
hablachento y equívoco Socialismo del siglo XXI que bajo la égida chavista - madurista
- castro – comunista, en dos fatídicas décadas, transformó a Venezuela de ser
un país para querer a otro para sufrir, de una verdadera Tierra de Gracia en
otra de Desgracia.
De la lectura de la aciaga
novela de Sainz Borgo, es posible derivar las siguientes consideraciones:
1. La destrucción sistemática y
deliberada de Venezuela
El libro es la
crónica de la destrucción a mansalva de un país que - en su momento -, fue
deseado y acogedor destino de inmigrantes provenientes de todo el mundo:
españoles, canarios, sirios, italianos, libaneses, yugoslavos, peruanos,
armenios, chilenos, rusos, argentinos, alemanes, colombianos, entre tantos
otros, a quienes Venezuela brindó una mejor vida para ellos y sus familias.
Paradójicamente, sus descendientes copan los consulados de los países de origen
de abuelos y padres para regresa - lo
antes posible -, a los países de sus antepasados, e intentar recuperar la seguridad
y la felicidad socialistamente conculcada en la Venezuela Bolivariana.
La actividad destructiva de La Mariscala en el
apartamento de Adelaida Falcón - la sufrida protagonista de la novela -,
ilustra a la perfección el afán exterminador de los Padres y de los Hijos de la
Revolución. Con especial saña, la hueste revolucionaria, conformada, esta vez,
por una horda de mujeres, obesas, desaliñadas, mal vestidas, groseras y sin
modales, envalentonadas por el apoyo de
un revólver y del brindado por las autoridades, se dedicó – ante la estupefacta
Adelaida -, luego de ocupar su vivienda,
a romper uno por uno los platos de una incompleta vajilla española que fungía
de joya de la corona de la madre de Adelaida; tampoco se salvaron de la
destrucción masiva y sistemática de las revolucionarias ni las piezas de baño
ni los libros: La Mariscala y sus rollizas soldadas no los quemaron en la
vecina Plaza Miranda, simplemente los desencuadernaron y, luego, los ahogaron
en el agua del WC del apartamento invadido.
Como todo el país, el
apartamento quedó derruido, hediondo a excremento, inhabilitado para la vida
humana, la marabunta de bachacas rojo – rojitas simplemente repitieron – a
pequeña escala vecinal – las acciones de la cúpula revolucionaria que demolió PDVSA, las empresas básicas, el aparato
productivo nacional, los hospitales, las autopistas y avenidas, las
universidades, liceos y escuelas, las instituciones públicas, los sindicatos,
la agricultura y la ganadería nacional, el ejemplar metro de Caracas, el ornato
y el aseo urbano, y lo que es peor, la muy legitima esperanza de vivir una vida
digna y de calidad.
La Venezuela destruida en socialismo es un verdadero muladar, una inmensa
cloaca a cielo abierto, un pútrido albañal, un vertedero de nauseabunda comida que
brinda, por igual, alimento a perros y gatos callejeros, a ratas y alimañas, y
a los multiplicados súbditos bolivarianos que mitigan su hambre revolucionaria
con los desechos y las sobras que reposan, por poquísimo tiempo, en la disputada
basura socialista. No tienen que comer…pero tienen PATRIA.
2. La represión oficial
Reprimir, al
contrario, al rival, al que piensa distinto y ejerce sus inviolables e
inalienables derechos a opinar y disentir, es política estatal, revolucionaria,
bolivariana. Los vilipendiados vende patria, escuálidos, pititankys, pelucones,
los cachorros del imperio, entre los que se cuentan: los diputados de la oposición, empresarios y
dirigentes sindicales, profesores universitarios, estudiantes, dirigentes de organizaciones para la defensa
de los derechos humanos, enfermeras, choferes del transporte público, médicos,
empleados públicos, periodistas y dueños de medios de comunicación que no apoyen
al proceso revolucionario, los partidos políticos, incluso los aliados del
proceso, son – indistintamente - , sometidos a las más diversas formas de
represión y escarnio: el reiterado insulto televisivo, el seguimiento
constante, las amenazas a la familia, el
allanamiento y ocupación de viviendas familiares, fincas y empresas de todo
quisque, las detenciones ilegales, los juicios amañados, las condenas
judiciales a la conveniencia de la revolución, las elecciones amañadas, la
extorsión, en fin, no hay medio represivo que no justifique el supremo fin
revolucionario.
Para asegurar la
represión institucionalizada y consentida, los Hijos de la Revolución hacen uso
de los organismos de seguridad, de la policía nacional, de la guardia nacional,
de la milicia, de los colectivos armados, de los jueces designados a dedo, y
hasta de reputados expertos en todo tipo de tortura: física y psicológica, al
tenor de los informes de las organizaciones internacionales.
La periodista -
narradora dedica muchas páginas y caracteres a reportar el alcance de la represión
en la Venezuela Bolivariana; la novela huele a pólvora, el acre gas lacrimógeno
hace lo suyo, las ráfagas de fusil y ametralladora se escuchan cercanas, las
balas perdidas son permanente amenaza, las peinillas brillan a la luz de los fogonazos, las
tanquetas y las ballenas están en permanente acecho, las calles se ensangrientan,
la vetusta morgue y sus destartalados furgones no se dan abasto ante la perene
llegada de opositores abaleados; los familiares
vanamente protestan la injusta prisión de los suyos, y los deudos lloran la muerte, injusta e
innecesaria, de tanto inocente…como – a toda lágrima y sollozo -, lo hace Ana,
la inconsolable hermana de Santiago, el
brillante estudiante abatido impunemente y sin piedad en esta cruenta guerra
que el gobierno revolucionario libra – sin piedad -, contra los defensores de la democracia, la
justicia y el respeto de los derechos humanos.
3. La valentía de la mujer
venezolana
El muy reputado
psiquiatra José Luis Vethencourt sostenía que la sociedad venezolana es
matricéntrica. En efecto, el difunto galeno acuño el término matricentrismo, para referirse a:
” La estructuración de una familia donde la madre es la figura
primordial que preside los procesos afectivos, al ejercer el rol del centro de
las relaciones del parentesco; ella asume el cargo fundamental de socializar a
los niños y de identificarse fuertemente con los hijos, especialmente con las
hijas.”
La novela de Sainz Borgo es incuestionablemente
matricéntrica, el solo y contundente título del libro explicita, sin ambages, que
narra situaciones que acontecen alrededor de la desabrida existencia de Aurora
Peralta - la unigénita de Julia, su madre
española -, quien creció y se socializó en Venezuela, su patria adoptiva, junto
con sus vecinas las Falcón, madre e hija también. Ciertamente esta relación
materno - filial de Julia y Aurora Peralta es tangencial, pero relevante, visto
y leído que el fondo de la trama de la novela, es la estrecha afinidad entre
Adelaida Falcón, la hija graduada en Letras, y su madre Adelaida Falcón, hacendosa
maestra de escuela. La narradora, en boca de la desolada hija que entierra a su
madre después de un largo padecimiento, describe la limitada familia matricéntrica
que formaban las dos Adelaidas.
“Nunca entendí la nuestra como una familia grande. La familia era
mi madre y yo. Nuestro árbol genealógico comenzaba y acababa con nosotras.
Juntas formábamos un junco, una especie planta de sábila de esas que son
capaces de crecer en cualquier lugar. Éramos pequeñas y venosas, casi nervadas,
acaso para que no nos doliera si nos arrancaban un trozo o incluso la raigambre
entera. Estábamos hechas para resistir, Nuestro mundo se mantenía en un
equilibrio que ambas fuésemos capaces de mantener. El resto era algo
excepcional añadido, por eso prescindible: no esperábamos a nadie, nos
bastábamos la una a la otra.”
Son verdaderamente conmovedoras las páginas
de recuerdo y evocación de la madre por parte de Adelaida hija, quien lleva a
su venerada madre indeleblemente atada a su vida pasada, actual y futura. En la
última visita a su tumba, la hija, anticipando su pronta muerte civil, comunica
su genuina admiración a la madre; en sesuda y sentida despedida, sin llantos ni
tristezas demoledoras, confiesa la hija de la venezolana:
Vine a decirte cosas que di por obvias, y no lo eran. No lo son.
Vine a decirte que nunca me importó que mi padre fuera un difunto. Con tu
nombre me bastó. Era la única casa que podía cubrirme. Llamarme como tú,
Adelaida Falcón, era una forma de guarecerme. De la vulgaridad, la ignorancia y
la estupidez.
Adelaida fue creada dentro
de los estrictos cánones de la cautela, el recato, la prudencia; la madre –
apoyada por sus distantes hermanas, residenciadas – desde siempre y por siempre
-, en el pueblon venezolano: Ocumare de la costa, insistía en que la hija se
ciñera a estrictas reglas de comportamiento a fin de evitarle situaciones de
peligro o de riesgo: ¡no te subas a los árboles, no chupes el tallo de la caña
de azúcar, no hables con extraños, no vayas a sitios peligrosos! Adelaida, sin
embargo, se rebelaba, pero dentro de sí habitaba ineluctablemente el miedo y la
cobardía, reforzados por la violencia y la inseguridad que imperaba en todo el
país.
Titánico, monstruoso,
descomunal, fue, sin dudas, el arrojo de Adelaida para tomar la dramática decisión
de suplantar la identidad de Aurora Peralta: la hija de la española. Como también lo fue, el realizado para,
apuradamente, deshacerse de su cadáver, arrastrándolo a fin de subirlo hasta la
ventana, lanzarlo al vacío y bajar luego, en medio de la balacera de turno,
para nuevamente arrastrarlo hasta la cercana hoguera encendida en señal de
protesta y lanzarlo al fuego bautismal y resucitador: murió una Aurora, nació
otra Aurora.
Valiente fue también la
odisea para superar los premeditados escollos y trámites de control por parte
de las fuerzas de seguridad de la Revolución, antes de poder subir definitivamente
- sana y salva -,.al avión que la condujo a Madrid, donde, una vez más, se armó
de valor para pronunciar las palabras salvadoras ante una desconocida prima
española; SOY AURORA.
Julia Peralta nunca supo
que tuvo dos hijas: una verdadera y otra falsa, que asesinó y suplantó la
identidad de la gestada en su vientre, en denodada búsqueda de un futuro inconcuso,
y, muy a su pesar, convertirse en La hija
de la española.
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