Los verdugos de Venezuela II:
Los agentes cubanos
Humberto García Larralde, economista, profesor (j),
Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com
En una entrega anterior reseñé, muy brevemente, el
pilar central de este régimen de expoliación: una cúpula militar podrida que
depreda los recursos de la nación, imponiéndose, con las armas, sobre el tejido
social. En este escrito examinaré –también de manera muy sucinta—el complemento
obligado a tal arreglo, el que le da cohesión y sirve de argamasa para evitar
que implosione por el desbordamiento de las apetencias de poder y riqueza. Es
el conformado por aquellos que ocupan posiciones de jefatura en el gobierno,
los que, afanosamente, se autoproclaman “revolucionarios”: Maduro, los
Rodríguez, El Aissami y su cohorte de depredadores. Para muchos, formados en la
cultura de la Guerra Fría, se trata de comunistas o castrocomunistas, enemigos
del mundo libre. Prefiero un término que no le atribuya tan trascendentes
propósitos –así sean negativos—y designarlos, simplemente, como agentes
cubanos.
La retórica comunistoide del chavismo corresponde con
tales propósitos. Posiblemente algunos todavía se la crean. Pero no es un
proyecto ideológico lo que los anima. Es la imposición de una arquitectura de
dominación, perfeccionada a través de los años por la gerontocracia cubana, sin
la cual el régimen de expoliación puede venirse abajo. Es decir, la permanencia
de Maduro al frente del gobierno (como usurpador) y de sus ministros civiles,
gobernadores y demás autoridades, amparados por las armas de militares
corruptos --cómplices de la expoliación del país--, se la debemos a la
“desinteresada” ayuda de los dirigentes cubanos, los primeros chicharrones en
el despojo nacional. Esta denominación incluye a personeros como Diosdado
Cabello y Pedro Carreño, carentes de todo pedigrí “revolucionario”. Hasta el
pelmazo de Arreaza, cuya única credencial conocida es el de exyerno de Chávez,
cabe en esta designación. Como gustan afirmar los marxistas, “objetivamente”
actúan como agentes cubanos.
Si no comparten un proyecto revolucionario de
sociedad, ¿qué explica su participación concertada en la destrucción de la
nación? Claramente, como en el caso de la cúpula militar corrupta, es su
interés como usufructuarios privilegiados del régimen de expoliación instalado.
A cada uno de los jerarcas se les asocia con fortunas mal habidas: Maduro, con
los negocios a través de los “Claps” y otros encargados a Alec Saab, amén del
amparo a sus “narco-sobrinos”; a El Aissami, se le vincula con prolijas cuentas
en el extranjero; al estilo de vida del camarada “Louis Vuitton” Carreño se le
ven las costuras; y de Diosdado, ¡ni se diga!. Y es que la demolición de la
institucionalidad del Estado de Derecho, que antes resguardaba a la nación
contra el pillaje, ha sido el verdadero propósito de esta “revolución”. Pero la
incorporación de militares corruptos para asegurar su viabilidad es de factura
cubana. Se inspira en el Grupo de Administración de Empresa, S.A. (GAESA),
bajo conducción del yerno de Raúl Castro, que ha encumbrado a una casta militar
sobre la economía antillana. Son los verdaderos propietarios de esa particular
Revolución, devenida en tiranía.
La distinción venezolana está en que ese andamiaje se
integra a partir de una FF.AA. descompuesta. No obstante, el régimen de
expoliación instaurado apela a los mismos mitos que les han servido a sus
tutores cubanos. Venezuela estaría, también, en la vanguardia de la lucha
antiimperialista por la “liberación de los pueblos”, lo cual obliga a
centralizar el poder en manos “revolucionarias” y a desmontar todo obstáculo
–el imperio de la ley y de los derechos humanos—que se interfieran con tan
“nobles” propósitos. Las fortunas acumuladas son la justa remuneración a su
sacrificio como conductores del proceso. Con tal burbuja ideológica, se
encubren los desmanes cometidos; lava conciencias. El imperio, buscando, como
siempre, cogerse a Venezuela, persigue y acosa a estos patriotas
“revolucionarios”.
El problema para la “dirección civil” --para llamarlo
de una manera-- del régimen de expoliación, es que este relato tiene cada vez
menos credibilidad. El estricto control del castrismo sobre la vida de los
cubanos durante seis décadas hizo que allá tuviesen que calarse ese discurso a
juro. Ello no es así para Maduro y sus socios. Su permanencia en el poder exige
ceder crecientes tajadas del despojo nacional a “aliados” que puedan
socorrerlo. Así, el saqueo mineral de Guayana es inconcebible sin la presencia
del ELN colombiano y de otras bandas criminales, amén de la venta de oro, a
escondidas, a Turquía o Irán; lo que queda del negocio petrolero obliga a
entregar parcelas cruciales a Irán y a Rusia, “amigos desinteresados” de
Venezuela; el tinglado de complicidades armado por Saab para darle oxígeno a
Maduro todavía se desconoce, pero pronto se sabrá. En las ciudades, la impronta
del hampa y de los colectivos en la extorsión y robo de los venezolanos
--cuando no de los cuerpos represivos como la FAES--, desdibujan todo sentido
de gobierno. Y, en todas estas instancias, participan militares corruptos,
socios obligados mientras pueden hacer uso de su dominio de las armas.
Maduro y su combo son los pararrayos de esta
orquestación, su cabeza visible. Su tabla de salvación ha sido apegarse al
recetario cubano, con la esperanza de bañarse en el justificativo
revolucionario –David contra Goliat-- que ha amparado la gerontocracia antillana.
En realidad, Maduro, los Rodríguez y quienes aprendieron el discurso,
representan los despojos de una ilusión que, en boca de un demagogo
irresponsable y narcisista, engatusó al pueblo con promesas de redención. Pero
se agotó. Han cambiado sus referentes. No se expresan, ahora, en un “socialismo
de siglo XXI” incontaminado, porque nadie sabía en qué consistía, sino en el
timón del Titanic, tripulado por organizaciones mafiosas que no tienen
prurito alguno en revelar su verdadera naturaleza.
De ahí que Maduro ni siquiera intenta ya una semblanza
democrática. Convoca unos comicios –que no elecciones, porque no hay
oportunidad real de elegir— burdamente amañados, para asegurarse una Asamblea
Nacional a su medida. Pone en tres y dos a las fuerzas democráticas, agotadas
por no haber logrado el desplazamiento del usurpador y por las peleas internas,
con la clara intención de aplastarlas. Participar o no en esta farsa parece
plantear una disyuntiva perder-perder: está diseñada para impedir la expresión
auténtica de la voluntad popular y a provocar su rechazo; así, asegura una
mayoría para la nueva Asamblea Nacional, por forfait. Como se viene
insistiendo, la mera abstención no es respuesta.
La comunidad democrática internacional ha desconocido
la legitimidad de estos comicios. Como quiera que por imperativo constitucional
deben realizarse, es menester apoyarse en este desconocimiento para exigir
condiciones aceptables. Entre otras cosas, debe postergarse su realización por
la expansión de la pandemia: realizar concentraciones públicas y convocar la
gente a votar estimula su contagio. Con condiciones apropiadas, debe reabrirse
el proceso de postulación de candidatos. Tales elementos deben ser centrales a
la consulta que piensan realizar las fuerzas democráticas agrupadas en torno a
Guaidó. El fascismo no convoca a una contienda democrática, sino a una trampa
que les permitirá descabezar al liderazgo democrático para seguir depredando al
moribundo país. La idea de postergar el mandato de la Asamblea actual como respuesta,
en última instancia, nos despoja del fundamental argumento de la legitimidad
del mandato, conforme a la constitución. Es ahí donde debe intentarse que se
plantee la lucha; en la legitimidad de una elección para que la Asamblea electa
exprese, de verdad, la voluntad popular, democrática. El pueblo tiene que
conquistar el instrumento, por excelencia, para salir de este horror. Que no
quepa dudas: mientras continúe Maduro en el poder, la situación
empeorará.
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