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El reciente e impactante estallido social en Cuba ha confirmado plenamente el fracaso de la revolución, que mantiene desde sus inicios una falsa narrativa sobe la simbiosis entre el partido comunista y el pueblo, y se presenta ante el mundo como un ejemplo de construcción de bienestar social. El mundo observa impactado la agresiva respuesta del gobierno cubano, sin reconocer errores ni promover soluciones efectivas.
Pero también sorprenden las expresiones de apoyo de algunos gobiernos de la región sin la menor consideración en los derechos humanos. Afortunadamente, podemos apreciar la valiente y constructiva posición de los obispos de la Iglesia católica cubana reconociendo la gravedad de la situación y promoviendo el diálogo para la construcción de soluciones.
Entre algunos elementos que han caracterizado la protesta destacan: los grupos que participaron, pueblo en pobreza y juventud; la extensión, en gran medida a lo largo y ancho de la isla; la creciente incorporación espontánea de los participantes; la sencilla y creativa organización; la ausencia de liderazgos marcadores; nos permiten definirla como un evento inédito, que va rompiendo con varios mitos que ha construido el Partido Comunista cubano por décadas.
Al analizar la situación política en la región resulta un lugar común destacar, entre otros, la desconexión de los partidos con su realidad social, en particular, con los sectores más vulnerables.
En ese contexto, se ilustra la dinámica política con la figura de la burbuja, los políticos concentrados en sus agendas personales y desvinculados de los graves problemas del entorno social. La situación cubana se corresponde plenamente con tal radiografía; pero con síntomas más complejos, si observamos la brutalidad de la reacción oficial y la ausencia de mecanismos institucionales a favor de los más débiles.
El fracaso del comunismo es histórico y generalizado, lo más coherente del modelo teórico y la aplicación práctica, tiene que ver con la figura de la dictadura. En la teoría, la dictadura está en manos del proletariado, se podría interpretar como los más débiles, pero, como la teoría se caracteriza por profundas contradicciones, en la práctica nos encontramos que, si bien es correcta la tesis de la dictadura, está en manos de la cúpula de los miembros del partido, nunca del proletariado, y uno de los objetivos fundamentales de esa élite es empobrecer a la población para controlarla y perpetuarse en el poder.
Un tema fundamental para tales regímenes es el control y sometimiento de la población. En este contexto, en los casos de: Mao Zedong en China, Stalin en la vieja URSS o la dinastía de los Kim en Corea del Norte, por mencionar algunos de los más relevantes, el libreto utilizado es el mismo, el comunismo y las continuas hambrunas constituyeron uno de los recursos para controlar la población.
No importan los costos sociales para perpetuar la dictadura del partido; luego, el discurso oficial se encarga de difundir la falsa idea de la unidad entre el partido y el pueblo. Pero el pueblo, como se puede apreciar en Cuba, vive en la miseria, con hambre, bajo la explotación del partido y sin ninguna posibilidad de protesta. El control social y la represión sostienen «la paz social».
Dentro de la narrativa de manipulación tales regímenes desarrollan un discurso crítico, de denuncia permanente sobre las contradicciones sociales del liberalismo y del capitalismo, que también cometen sus abusos, pero el hecho que una gran mayoría de países liberales sean democráticos, ofrece mayores recursos de acción y reacción para los más débiles, entre los que destacan la libertad de los medios de comunicación. En Cuba no existen tales oportunidades.
En el marco del control social un recurso fundamental es el espionaje. Cualquiera puede resultar espía del partido, eso ofrece algunos beneficios en la miseria que enfrentan. La reciente protesta popular cubana pareciera que también contribuye a desmontar el mito del absoluto control social del partido comunista. Todo indica que la protesta tomó por sorpresa a la elite en el poder. La sorprendente y agresiva reacción del presidente designado Miguel Díaz-Canel lo confirman. El efecto sorpresa nos evidencia la desconexión del partido con su población y acaba con el mito de la unidad del partido y el pueblo.
A algunas de las hipótesis que circulan como factores determinantes de las protestas también se suman al desvanecimiento de los mitos revolucionarios.
Circula la tesis según la cual miembros de la nomenclatura del partido comunista, descontentos con la designación de Miguel Díaz-Canel como presidente, son los promotores ocultos del estallido social. De ser cierto, se va derrumbando el mito de la fortaleza del partido y su inquebrantable cohesión.
Frente a la legítima protesta popular, la brutal represión propia del comunismo no se hizo esperar; naturalmente, aderezada por el repetitivo discurso de la traición a la patria, laculpa del bloqueo y del imperialismo; sin ningún reconocimiento de los fracasos y los errores, que son históricos, pero se han agravado de forma exponencial con los efectos de la pandemia del covid-19.
El mundo queda impactado por el nivel de represión contra un pueblo hambriento, enfermo e indefenso y genera indignación el llamado del presidente designado de Cuba, a resolver la crisis con el potencial enfrentamiento entre los ciudadanos, convocando a los seguidores de la revolución; otro falso discurso, pues en realidad son una organización corporativa paramilitar que amedrenta a los más débiles, como ha ocurrido desde hace varios años contra las damas de blanco. Una instigación al odio entre hermanos, cuyas consecuencias sociales pueden resultar enormes.
Podríamos afirmar que ha quedado muy claro que la revolución ha perdido su magia y solo se puede sostener por la represión infinita.
Por otra parte, también impactan las manifestaciones de apoyo a la revolución cubana, que han presentado algunos gobiernos que se definen como democráticos, por ejemplo, los que forman parte del Grupo de Puebla, que rápidamente expresó su respaldo al Partido Comunista cubano ante «las acciones de estabilización que estaba enfrentando»; sin mayor preocupación por las consecuencias de la represión y la sistemática violación de los derechos humanos.
También la Secretaría Ejecutiva del Foro Social de Sao Paulo, tradicionalmente preocupada por las violaciones de los derechos humanos en las democracias liberales, luego de la contundente protesta social del pueblo cubano, publicó en su Twitter oficial: «El odio contra Cuba no vencerá», sin ninguna referencia a la población pobre e indefensa que se atrevió a gritar sin miedo «Libertad, Patria y vida; Abajo la dictadura». Palabras que deben estar en su corazón desde hace años, pero el miedo se imponía, pues cualquiera, incluso en su propia familia, puede denunciar.
Las declaraciones en defensa de la dictadura nos enfrentan de nuevo con la ceguera del fanatismo ideológico, que no acepta la racional discusión de argumentos y evidencias, bloquea su capacidad de reflexión, profunda y exhaustiva para analizar las debilidades del liberalismo, pero incapaz de comprender el desastre del proyecto que promueven irracionalmente.
La protesta de los pobres y excluidos cubanos, por muy fugaz que resulte, producto del amedrentamiento y la represión, ha desnudado el desastre y confirmado el fracaso de la revolución cubana, pero también nos debería dejar claro que, frente al reto de la generación de equidad, bienestar social, inclusión, tolerancia, respeto a la dignidad humana; la propuesta comunista cubana no tiene nada que aportar; por el contrario, agrava la situación y elimina las posibilidades de explorar soluciones creativas.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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