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¿El regreso de la inflación?
Jul 16, 2021OTMAR ISSING
FRÁNCFORT – Después de muchos años de
baja inflación, en los últimos meses los precios han subido casi en todos los
países del mundo. Los insumos energéticos y los productos básicos (commodities)
han liderado del camino, principalmente debido a los cuellos de botella en las
cadenas de suministro ocurridos tras los confinamientos. Pero, si bien muchos
ven esos obstáculos como transitorios, implicando que el alza inflacionaria
desaparecerá pronto, hay otros factores que están influyendo para que esto no
sea tan así.
Uno de los principales es el rápido
crecimiento del dinero. La mayor parte de los agregados monetarios (no solo el
dinero emitido por los bancos centrales) han crecido a un ritmo acelerado, aunque eso no parezca
preocupar a los bancos centrales y a muchos economistas. Habiendo desaparecido
el dinero de los principales modelos utilizados para explicar la inflación, ya
es difícil encontrarse con la famosa cita del Premio Nobel de Economía Milton Friedman de que la “inflación es
siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”.
La “Teoría de la Cantidad” afirma que
la causalidad de la inflación va desde el dinero a los precios. Sí, la
evidencia empírica parece haber socavado en gran medida la hipótesis de
Friedman sobre la inflación moderada. Pero persiste el hecho de que los
salarios nominales y los precios de los bienes y servicios no pueden seguir
subiendo sin una expansión de dinero correspondiente. Y, con el tiempo, un
fuerte crecimiento monetario puede también elevar los riesgos en el desarrollo
de los precios de los activos y la estabilidad financiera.
Tras más de una década en que una
variedad de factores –como la globalización y el cambio demográfico, por
nombrar apenas dos- ejercieron una presión descendente sobre los precios, el
mundo podría ahora estar al borde de un “cambio de régimen” económico más
amplio. Los crecientes gastos de sanidad en sociedades que envejecen, el menor
ritmo de la globalización, las disrupciones en las cadenas de suministro y los
recientes llamados a reubicar la producción en regiones con mayores costes
representan nuevas fuentes de presión exógena sobre los precios. En estas
condiciones, los salarios también podrían aumentar.
En momentos que los bancos centrales
casi añoran una inflación un poco más alta y hacen caso omiso al rápido
crecimiento del dinero, es probable que un cambio así en el sector real indique
el paso de un ambiente deflacionario a uno inflacionario. Muchos de los
factores que vemos hoy fueron rasgos prominentes en décadas de 1960 y 1970, la
última vez que se acumularon presiones inflacionarias.
¿Debemos esperar el retorno de la
entanflación? Difícil decirlo, porque estamos viviendo un grado
excepcionalmente alto del tipo de incertidumbre que el economista Frank Knight
señaló como imposible de integrar en
los pronósticos tradicionales. Además de los radicales cambios estructurales
sufridos por la economía global en los últimos años, es posible que la pandemia
haya creado las condiciones para consecuencias que no podemos prever al día de
hoy.
Peor aún, los bancos centrales
parecen depender en gran medida de modelos que han perdido mucha de su
capacidad de pronóstico, debido a su falta de explicaciones teóricas viables
para lo que determina los flujos financieros, las primas de riesgo y los precios
de los bienes. Más de una década después de la crisis financiera de 2008, los
principales modelos de equilibrio general utilizados por los bancos centrales
apenas consideran la enorme heterogeneidad entre los hogares en términos de
riqueza, deudas a largo plazo pendientes, riesgos sin asegurar y creación de
expectativas. Así las cosas, no están equipados para comprender e integrar los
complejos efectos que han tenido las políticas sistemáticas o los shocks
sistémicos sobre la desigualdad y la distribución de la riqueza y, en
consecuencia, sobre la demanda agregada.
Sin esos conocimientos, solo cabe
adivinar si el fuerte crecimiento monetario refleja un ahorro preventivo debido
al aumento de la desigualdad, un shock fiscal-monetario de
tipo inflacionario, o ambos. Esto es particularmente problemático en un mundo
en que los bancos centrales amplían masivamente la base monetaria mediante la
compra de bienes a altos precios a un pequeño grupo de inversionistas bien
informados y relativamente adinerados.
Las expectativas juegan el papel
clave en el pronóstico de la inflación futura, y parecen estar firmemente
ancladas en niveles bajos. Pero, ¿qué pasaría si esas expectativas, tras tantos
años de inflación muy baja, fueran hoy más retrospectivas que orientadas al
futuro? Puesto que el temor a la inflación ha desaparecido de la mayoría de los
radares, es quizás comprensible que los últimos aumentos de precios se hayan
visto como puramente temporales. Pero, debido a que las políticas monetarias
tienden a tener un retardo de tiempo prolongado y variable, resulta riesgoso
esperar a que ya se haya afianzado una alta inflación antes de comenzar a
recurrir a medidas de facilitación cuantitativa o elevar las tasas de interés.
Después de todo, ¿qué credibilidad
tendrán los bancos centrales si las expectativas de inflación ya han perdido su
anclaje? En un ambiente de extrema incertidumbre, depender tanto de las
expectativas inflacionarias de largo plazo es una apuesta riesgosa. En tiempos
de un cambio de régimen, la incertidumbre es tan alta que es prácticamente
imposible hacerse expectativas racionales.
Además del fuerte crecimiento
monetario, los niveles actuales extraordinariamente altos de deuda pública y
privada representan otro riesgo impredecible. Los cimientos de la sostenibilidad
de las finanzas públicas de los países altamente endeudados no son nada de
firmes y están altamente expuestos a shocks que puedan
proceder de fuentes económicas o geopolíticas muy diversas.
No estoy augurando el regreso
inevitable de una alta inflación, pero me preocupa el fuerte crecimiento
monetario y sus determinantes, comenzando por las compras masivas de bonos
estatales por parte de los bancos centrales, que parecen demasiado optimistas
al respecto. Además, hacen caso omiso de la creciente incertidumbre del
ambiente actual, no en menor medida al publicar proyecciones que prometen una
prolongada continuidad de políticas de tasas extremadamente bajas y altos
niveles de compras de activos.
En el caso de la eurozona, es decidor
el que algunos observadores hayan comenzado a pronosticar no
inflación, sino una especie de japonización: bajas tasas de inflación e
intereses nominales, altos déficits públicos y un creciente predominio de los
sectores fiscal y financiero. Pero, dado el aumento de la desigualdad y la
probabilidad de que los inversionistas financieros acaben por perder confianza
en la sostenibilidad de las finanzas públicas, no está claro si esas
condiciones serían sostenibles en lo político. Lo único cierto es que no se
puede descartar ni un colapso financiero ni una oleada inflacionaria.
Traducido del inglés por David
Meléndez Tormen
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PS since 2001
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Otmar Issing, former chief
economist and member of the board of the European Central Bank, is President of
the Center for Financial Studies at Goethe University, Frankfurt.
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