La estabilidad (relativa) del sistema financiero internacional.
Prof.
Dr. Carlos E. Daly Gimón
El Global Financial Stability Report (GFSR)
2017 del Fondo Monetario Internacional, presenta consideraciones y dictámenes
que permiten concluir que el doloroso y complejo capítulo de la enorme crisis
financiera que sacudió profundamente las estructuras del sistema financiero
mundial a partir del 2008, llegó a su
fin.
Las tasas de interés a largo plazo han
experimentado variaciones con propensión alcista, afianzando así los resultados
de gestión de bancos privados y aseguradoras. Los mercados de títulos valores
muestran una mejoría generalizada, tanto Wall Street como los negociaciones bursátiles
europeas y asiáticas. Las primas de riesgo y la volatilidad han experimentado
un descenso manifiesto aunque sin marcar una trayectoria sostenida y
consolidada. Todo ello ha impactado convenientemente la actividad económica en
su conjunto, tal como puede observarse en los resultados macroeconómicos
internacionales de los últimos años.
Esa es la contextualidad que caracteriza las
finanzas internacionales de 2018.
Comencemos entonces por repasar las principales
variables que influyen sobre los
mercados monetarios y financieros en la actualidad.
Es un hecho relevante que en materia de tasas
de interés, el Banco de la Reserva Federal (FED) haya mantenido a lo largo de
la última década un control cerrado sobre las tasas de mediano y largo plazo,
cuya expresión porcentual ha fluctuado alrededor del 2% anual, aunque se
identificaron mínimos históricos próximos al 0,25% en 2016. Esa política
monetaria ha sido definida y, desde luego, determinada por una firme
continuidad en la dirección de la Junta de Gobernadores del Sistema de la
Reserva Federal desde la llegada de Ben Bernake (2006-2014), seguida por Janet
Yellen (2014-2018) y muy probablemente continúe con el nombramiento de Jerome
Powell al frente de la FED.
Asimismo, las tasas de interés de corto plazo
que aplican los Bancos Comerciales a sus mejores clientes en los Estados Unidos,
Prime Rate, también ha tenido un comportamiento semejante, 3,25% desde 2010
hasta 2017, cuando se da un alza significativa hasta alcanzar el 4,50% que es
el índice vigente hasta este momento[1]
.
Sin embargo, el Banco Central Europeo ha
tenido una actuación distinta a la FED. Los intereses de los préstamos REFI [2]
y de los créditos a largo plazo en general, han venido descendiendo desde el
1,00% en 2010 hasta situarse en una tasa de 0,00% en 2017, y en lo que va del
año en curso. La tasa de préstamo marginal se mantiene en el 0,25%, y la tasa
de depósito en el -0.4%. EL fundamento de la política monetaria de Mario Draghi
a la cabeza del BCE es, junto a la compra masiva de deuda del llamado Plan QE,
alcanzar los objetivos inflacionarios próximos al 2% anual y así apoyar la
estabilidad en el crecimiento económico de la zona euro.
En ciertos países asiáticos, los tipos de
interés han venido disminuyendo sin que puedan verificarse cambios muy
drásticos al respecto. China, por ejemplo, tuvo en 2010 una tasa promedio de
5.56% y en diciembre de 2017 la Tasa de Referencia se redujo hasta el 4.40%[3].
En Japón, de acuerdo a investing.com[4],
el Banco Central de Japón fijó recientemente los tipos de interés a corto plazo
en -10%, tasa inferior a los niveles de 0,10% de 2008, y, ciertamente,
reveladora de la posición del gobierno nipón de mantener tasas negativas desde
2016, en la búsqueda de una verdadera estabilidad en materia inflacionaria.
Es un entorno donde se observa que los
mercados financieros se orientan hacia la instauración de condiciones cada vez
más exigentes para los inversionistas, en el que los Bancos Centrales de las
economías más influyentes reducirán progresivamente sus compras netas de
activos, y las referidas presiones inflacionarias seguirán presentes.
Puede afirmarse que este año tendremos un proceso
de ajuste que permitirá examinar, a lo largo de los próximos meses, si es
posible lograr niveles de crecimiento económico adecuados sin el auxilio desmedido
y tutelar de la Autoridad Monetaria.
Sobre el comportamiento de los mercados de
capitales hay un argumento claro e indiscutible: 2017 fue un año de grandes
ganancias corporativas. El Dow Jones se disparó en alrededor de un 25%, el
S&P 500 subió 20% y el índice Nasdaq se elevó a niveles de hasta un 29%.
Indicadores categóricos de la expansión del ahorro, el crédito y la inversión
en los procesos económicos norteamericanos.
Son
datos muy diferentes a la crisis financiera sub-prime que se inició en 2008,
con la consecuente insolvencia sistémica que se trasmitió al sector bancario en
su conjunto, y terminó contagiando a importantes economías europeas y del mundo
asiático.
No
obstante, el auge que se aprecia desde hace un cierto tiempo en los mercados
financieros internacionales guarda ciertas anomalías e irregularidades. Más
allá del alza sostenida de las transacciones bursátiles, una cierta volatilidad
ronda Wall Street y sus cotizaciones, como acaba de evidenciarse en la fuerte
caída de alrededor de 1.175 puntos ocurrida el 06/02 y otros 1.000 puntos el 08
de febrero siguiente, pudiendo ubicarse ese desplome entre lo más pronunciado
en la historia reciente de la bolsa de valores de New York.
Las
bolsas europeas resintieron de manera directa esa baja en los precios de
acciones, bonos, y títulos valores, con pérdidas del alrededor del 3% en
Londres, Paris y Frankfurt, y en los mercados asiáticos el Nikkei de Japón cayó
más de un 4,6%, el Hang Seng de Hong Kong sufrió una disminución cercana al
4,9% y otros mercados resultaron afectados por el abrupto declive de Wall
Street.
Ciertamente
que no estamos en presencia de descensos reiterados e intensos en los
principales mercados financieros, en razón de que la confianza de los
inversionistas ha mejorado sustancialmente, las tasas de inflación se mantienen
bajo control, los indicadores macroeconómicos son estables con tendencia a mejorar;
pero no por ello pueden dejarse de lado interrogantes fundamentales como el déficit
fiscal que genera la muy reciente reforma impositiva estadounidense, las
consecuencias del Brexit en el proceso de integración europeo, o el impacto de
la “Guerra Comercial” que adelanta el
nacionalismo económico de D. Trump ante importantes socios comerciales de los
Estados Unidos. Todo ello sin incluir hechos y tribulaciones que afectan la
seguridad interna de Francia, Alemania, España y otras naciones desarrolladas,
así como la geopolítica que a menudo acarrea serias distorsiones en la búsqueda
del bienestar y el progreso.
Entre
los principales obstáculos que el sistema financiero tiene que solventar
sobresale el alto nivel de endeudamiento, las importantes implicaciones de la
deuda soberana y la problemática que gira alrededor de las primas de riesgo que
le son correlativas.
Estimaciones
de 2017 revelan que la deuda pública de los Estados Unidos ya superó los US$ 14,4 billones. El
Council of Foreing Relations estima que la deuda externa total de norteamericana
rebasó los 6 billones de $, y las acreencias en manos de gobiernos extranjeros
ya sobrepasa los 4 billones de $ [5]. El reconocido economista
Keneth S. Rogoff, [6]
considera que llegó la hora al gobierno de los Estados Unidos de emitir deuda a
largo plazo en vez de seguir en la línea de emitir títulos a corto plazo que
podría representarle serias dificultades en caso de aumentos de las tasas de
interés. Dicho de otra manera, “es hora de que el Tesoro de Estados Unidos
considere endeudarse a más largo plazo que lo que fue habitual estos últimos
años; hoy, el máximo es el bono a 30 años…..por supuesto, nada garantiza que
los tipos no bajarán más, pero la cuestión es reducir el riesgo de los flujos
de pagos de intereses futuros [7].
Más
allá de la sostenibilidad de esas exorbitantes acreencias internacionales, de
los riesgos que ello implica para los equilibrios monetarios internos del
gigante americano, está el tema de que los acreedores externos son países
extranjeros que pudieran utilizar sus posiciones en bonos estadounidenses con
fines políticos, como podría ser el caso de China, Japón o Brasil.
Hasta
ahora, los Estados Unidos no han dado señales de querer reducir sus niveles de
endeudamiento, aún cuando está claro que la reducción impositiva de diciembre
pasado puede elevar su déficit fiscal, y así aumentar sus requerimientos de
financiamiento externo.
Visto
en perspectiva, el sistema financiero de los Estados Unidos está cada vez más
tentado de elevar su dependencia de los mercados financieros internacionales
para manejar sus finanzas públicas.
Por
otra parte, la deuda soberana de varias naciones europeas es otro asunto que le
confiere inestabilidad y desasosiego a los mercados financieros
internacionales.
El
endeudamiento excesivo de algunos países de la zona euro es el origen de la
llamada crisis de la deuda pública soberana. El mecanismo que se desarrolla a
partir de las necesidades internas de financiamiento, se impulsa con las crecientes
emisiones de deuda en moneda extranjera para atender el déficit fiscal, y luego
se ingresa en una dinámica intrincada en la que los evidentes riesgos de impago
conducen hacia la elevación de las tasas de interés ante la eventualidad de una
moratoria por parte de los deudores.
La
crisis de la deuda soberana de la zona euro tiene su causa en las decisiones
gubernamentales de vivir por encima de sus posibilidades efectivas, es decir,
los ingresos resultan insuficientes para pagar las deudas.
En
Grecia se definieron, con el gobierno de A. Tsipras (2009), lo que serían los
rasgos característicos de la crisis de la deuda soberana europea. De un
crecimiento significativo entre el 2000 y el 2007, el cambio de gobierno de
2009 termina revelando dos desajustes primarios: El déficit fiscal era más del
doble de las cifras declaradas oficialmente, y la deuda externa del país
helénico ya alcanzaba alrededor del 115% del PIB. Consecuentemente, surge la
incapacidad del Estado griego de cumplir con sus obligaciones, y la apremiante necesidad de recibir asistencia por parte del
Banco Central Europeo, mediante un Plan de Rescate que se estimó en unos
110.000 millones de euros. Ese nivel de acreencias requirió, por parte del
gobierno de Grecia, el compromiso ante las instituciones monetarias
comunitarias de ajustarse a un déficit fiscal no mayor del 3%, y la aplicación
de un Plan de Reformas para mejorar su competitividad y el cumplimiento de sus compromisos financieros
externos.
Portugal
también incurrió en un excesivo endeudamiento que lo llevó a tomar medidas muy
drásticas en materia de reducción de sueldos y salarios, contracción del gasto
público, aumento del IVA y otros impuestos. La economía española se excedió, de
igual manera, en sus niveles de endeudamiento, alcanzando en 2014, según el
Banco de España, una ratio de Deuda Pública sobre PIB de 97,7%[8] y al igual que Grecia y Portugal, se vió
constreñida a aplicar una serie de medidas de política económica para enmendar
el desorden en la gestión fiscal e introducir correctivos en los desajustes
macroeconómicos de corto y mediano plazo. Italia e Irlanda ingresaron,
asimismo, en la desafortunada lista de los deudores con dificultades en cumplir
con sus compromisos financieros internacionales.
Apremiada
por los controles y fiscalización de la institucionalidad comunitaria, España
consolidó en 2018 el porcentaje de deuda pública en términos de PIB alrededor
del 98,14$, lo que refleja una ligera disminución con respecto al 98,36% de
2017. Es una tendencia a la baja que tiene su explicación en una mayor
disciplina fiscal y mejores parámetros en su crecimiento económico.
En 2017
la deuda total de Grecia alcanza los 313.524 millones de euros, y como porcentaje
del PIB se ubica en 177,40%; la deuda per cápita alcanzó ese mismo año los 29.116 euros[9]. Todo ello es revelador de
que las dificultades de ese país se mantienen, y la economía todavía no logra
superar los graves desequilibrios originados en el endeudamiento exorbitante y
desmesurado del gobierno en ejercicio.
Grosso
modo, la situación de endeudamiento total sigue siendo elevada y contraproducente
a las convenientes equilibrios de los mercados financieros internacionales. La
deuda soberana mundial en 2017 supera los 44.307 billones de $, lo que supone
un record histórico. Aunque es cierto que el ritmo de endeudamiento viene
mostrando una relativa disminución, no es menos verdadero que el año anterior
se dio un incremento en el saldo global de deuda de alrededor del 2%.
A
todo ello cabe agregar que de acuerdo a S&P Global Ratings[10], 29 países de América
Latina y el Caribe registran un endeudamiento bruto de 342.000 millones de $ en
2017, magnitud algo inferior a la del 2016. Y el saldo de la deuda comercial en
Latinoamérica llegó a los 2.1 billones de $ el año anterior, con un incremento
de poco más del 10% con respecto al año que le precedió[11].
Este
ámbito financiero se ha visto reflejado desde hace unos pocos años para acá, en
las primas de riesgo por la emisión de deuda.
Quizás
el punto culminante de la crisis de deuda soberana haya sido los 580,8 (junio
de 2012) puntos de prima de riesgo exigidos por los inversionistas para las
colocaciones en deuda de España. De allí en adelante se han tomado correctivos,
ajustes de política económica, incentivos al crecimiento, que han permitido
alcanzar importantes avances en relación a las primas de riesgo y las deudas
financieras en general.
En
2017 ya España se ubica en una zona media de riesgo con una prima de riesgo muy
alejada de los quinientos y tantos puntos de 2012, es decir, los datos de 2017
revelan una prima de riesgo de 110 puntos, tomando como referencia el bono
alemán[12].
Por debajo de la línea de
los 100 puntos andan, de acuerdo a “La Expansión”, Suiza, Dinamarca, Holanda,
Finlandia, República Checa, Austria, Suecia, Bélgica, Francia y Lituania, Letonia, Irlanda y Reino Unido.
Más arriba de los 100 puntos con respecto al bono alemán, como hemos dicho,
España, y también Noruega, Bulgaria e Italia.
Finalmente, las economías
cuya carga de deuda soberana sigue afectando significativamente su estabilidad
y bienestar: Croacia, Rumanía, Hungría, Polonia, Portugal, Islandia, Grecia y
Rusia[13].
Todo
este panorama de compleja transición en el entorno financiero internacional
tiene una agregado adicional: el Brexit.
Inestabilidad
en los mercados, devaluación de la Libra Esterlina, elevación de los flujos
turísticos hacia Gran Bretaña, mayor competitividad de empresas británicas
hacia el resto del continente, presiones inflacionarias, aranceles e impuestos
al ingreso de productos al mercado europeo, bajos estímulos a las inversiones,
y la eventual emergencia de Frankfurt como la nueva capital europea de las
finanzas.
Conjeturas
y presunciones de lo que se aproxima con
la adopción del referendo inglés en el marco de la economía globalizada.
La negociación avanza pero se enreda cada vez
más entre Michel Barnier por parte de la Unión Europea, y el equipo de Theresa
May. Ya no son los costes financieros de la salida del acuerdo integracionista
(45.000 millones de euros aproximadamente) sino las particularidades de las
zonas fronterizas de Irlanda del Norte y la República de Irlanda; y más aún, la
eventualidad de mantener la Unión Aduanera con la Unión Europea.
Por si faltaba algo que agregar a las
incertidumbres que hostigan el sistema financiero internacional, allí tenemos
el Brexit europeo para mortificar aún más a los optimistas pronosticadores del
Fondo Monetario Internacional.
[6] Profesor de Políticas Públicas
de Harvard University, Economista-Jefe
del Fondo Monetario Internacional de
2001 a 2003, articulista del diario “El Pais”, y autor de numerosos libros
entre los que destaca el betseller “Esta vez es distinto. Ocho siglos de
necedad financiera (FCE,2011) en coautoría con Carmen M. Reinhart. También de
“Reduzcamos el papel moneda”(2017), publicado por Editorial Deusto, en español.
[7]
Rogoff, K. “Estados
Unidos, ante una decisión sobre su deuda” https://elpais.com/economia/2016/08/18/actualidad/1471528
Consultado el 12/04/2018.
[8] Veáse https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/InformesBoleti Consultada el 13/03/2018.
[10]
Veáse https://www.spratings.com/documents/20184/1491346/GOV_SOV_Febrero23_ Consultada el 13/04/2018.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario