CONVERSACIONES E IMPRESIONES DE LA CALLE. El caso de una
trabajadora enérgica.
EDUARDO ORTIZ RAMÍREZ
Siete y media am., estación Las
adjuntas del Metro de Caracas. Esperaba a Mariaelena, quien venía de los Teques
y allá arriba había retraso. Se hicieron las ocho y solo había pasado un tren
destino Bello Monte que, ante la sugerencia de las autoridades sobre que lo
tomasen, se formó impresionante movimiento de la gente atravesando, corriendo
de un lugar a otro, aunque eso implicaba subir y bajar. Mary llegó por fin y transcurrió
casi media hora más de espera.
Llegó otro tren y parecía una misión imposible
tomarlo, pero pudo hacerse. En la espera, conversaban los usuarios sobre la
imposibilidad de ser puntual en los trabajos con esta situación del transporte
y en específico del Metro[1].
El viaje en este último hasta donde nos dirigíamos fue una especie de Odisea,
no fácil de describir con palabras, pero llegamos.
Pasado el día en actividades urbanas
y hogareñas normales llegamos a la noche, donde encontré al personaje central, inspiración
de esta nota, y persona bastante característica
del venezolano urbano de hoy día, si uno se ubica en una posición de descripción
imparcial y casi desprevenida, pero cuya constatación no deja de producirle a
uno perplejidad.
Se trata de una mujer en promedio treintañera,
mestiza oscura, de rasgos finos, madre, trabajadora en actividades de orden y
limpieza, no sé si adscrita a la academia donde labora por estos días o a una
empresa que presta esos servicios allí, pero toda ella muy ordenadita, de buen
hablar y disciplinada.
La conversación comenzó por su hora
de salida del trabajo, la cual en líneas generales bordeaba más o menos las 9 pm,
desde donde partía a tomar el metro en una zona del este de la ciudad que es, a
toda sazón, de muy buenas condiciones de vida. Impresionado, yo la oí decir que,
saliendo a la hora señalada llegaba a su lugar de destino, en condiciones
normales, a las 12 am. Su lugar de destino es Santa Teresa del Tuy. Dados los
inconvenientes en el transporte que puedan presentársele, a pesar de la
regularidad de las 3 horas que dijo invertía, yo la forcé a estructurar un
tiempo óptimo de llegada si no hubiesen retrasos -que indicó siempre los había-
y a lo sumo llegó a afirmarme que llegaría 11.30 pm, lo cual implica que en
oportunidades llega después de las 12 am.
Su desplazamiento, en el regreso a su hogar a esa hora, donde no está eximida
de peligros ni siquiera en la zona donde trabaja, implica tomar el metro hasta
Plaza Venezuela, de ahí empalmar hacia La Rinconada para, en ese lugar, tomar el particular tren que lleva a Charallave. Llegada a este último lugar, debe
tomar un camión que no es más que un ruta
chivo o perrera[2],
o cualquier otro nombre de los que se le ha dado en Venezuela a estos
transportes informales que llevan a mucha gente parada, sin las menores
condiciones de seguridad, y me expresó que en ese transporte tardaba una hora -considerada
en el total de tiempo ya señalado- en llegar a su hogar y le cobraban 50 soberanos. Solo así, esta madre
trabajadora, enérgica, puede llegar a su hogar en Santa Teresa. Nada de lo que
dijo lo señaló con dolor, pena o miedo. Todo lo dijo con valentía, incluso el
que no le gustaba esta administración.
Llegados a este punto, pensamos que ya
podía descansar y prepararse para el otro día, teniendo un comienzo de hora de
trabajo que no es temprano. Dijimos “ah…
claro, solo así puede llegar a esa hora a su casa”, pues después debe
preparar comida, descansar, en fin, tomar nuevas energías. En ese momento, me
dijo comenzaba a trabajar a las 2 pm y pensamos nuevamente “ah… tiene bastante tiempo”; lo que no
sabíamos era que su hora de partida para regresar nuevamente al trabajo eran
las 9 am. Me insistió entonces en que, si salía a las 11am no llegaba puntual
al trabajo y ello hacia indispensable salir con las 5 horas antes de la de
entrada al mismo. Vista tal circunstancia y dada la narrativa que ya me había hecho
sobre regresar a su casa, no quise entrar en más detalle sobre los pormenores
de su venida a Caracas.
Pasamos así a la remuneración. No observé
en esta trabajadora, tampoco, viveza o mentira o arreglo acomodaticio, que a
veces puede percibirse en algunos interlocutores. No entendía ella lo que le decía
sobre si ganaba un poco más del salario mínimo y, hasta de atrevido uno, le
pregunté: “¿salario mínimo y medio?”.
Diciéndome: “no, salario mínimo más el
bono de alimentación”[3].
Me dijo tengo hijos, y no puedo comprarme ni un pantalón; no me habló de tener
esposo, marido o compañero. Sus palabras eran una mezcla de protesta y abnegación.
Cualquiera podrá pensar que hay
muchas personas así como ella hoy día en Venezuela, incluso en situaciones
peores. Pero, de nuestra parte y a pesar de saber lo anterior, debemos señalar
que las palabreas de esta mujer eran realmente impactantes, dramáticas y
profundas; más aún, cuando ella lo narraba con una actitud casi natural. Al final, pude observar como
un maestro de cocina le mostraba algún ejercicio de alumnos de la academia y
ella lo observaba con acuciosidad, mientras yo solo pensaba en las tres horas que debía invertir dentro de muy poco para llegar a su hogar
y en la cinco que al día siguiente también
debía invertir para regresar al trabajo. ¡0cho
horas: un tercio de un día de 24 horas!, teniendo que atender hijos,
cocinar y otros menesteres del hogar, a la vez que lidiar con la inseguridad de
los lugares que transita y la que produce la crisis económica y social profunda
por la que atraviesa hoy día Venezuela.
@eortizramirez
eortizramirez@gmail.com
Noviembre 2018
[1] Sobre
el metro y el proceso de mejoramiento del mismo iniciado por la administración bolivariana
puede verse Eduardo Ortiz Ramírez https://www.academia.edu/37457337/EL_METRO_QUE_CONOCIMOS_EL_METRO_QUE_VEMOS_EN_CARACAS_2018_una_perspectiva_de_cuatro_fases._EDUARDO_ORTIZ_RAM%C3%8DREZ
[3]
Hoy día representa dinero para comprar solamente ¼ kg de queso o 1/4 de un cartón
de huevos en líneas generales.
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