miércoles, 15 de octubre de 2014

Venezuela no está condenada al fracaso

Por Eduardo Ortiz Ramírez 
Cierta tendencia gerencialista, se reconforta afirmando que la crisis es oportunidad para buscar nuevas salidas; a veces pasa así, pero no siempre. Algunos otros con un sentido retrospectivo e histórico nos buscan consolar pensando que el venezolano se crece en las adversidades; algo así como buscar en algunos europeos de hoy la grandeza de los fundadores y administradores de los imperios del caso. También se afirma que nosotros no somos así o que el ejército está lleno de hombres honestos porque sigue siendo el ejército forjador de libertades. Todas son afirmaciones de entusiasmo que no logran tapar el conjunto de preguntas que se hacen numerosos venezolanos para lo que en cierta ciencia social se llama proyecto temporal de vida de la gente. 
Lamentablemente, contrario a lo que algunos pensaron Venezuela, no estaba condenada al éxito. Pero tampoco tiene por qué estarlo al fracaso. Este relativo optimismo se contrapone a un gobierno –la administración bolivariana- excesivamente particular en sus fines y considerablemente confuso en sus métodos y logros. La administración considera, así, que lo está haciendo considerablemente bien. Cinco trastornos se ciernen, así, sobre la sociedad venezolana, y afectan de alguna manera las percepciones sobre el éxito o el fracaso. 
En primer lugar, los altamente optimistas sobre como están y estarán las cosas de la economía y la sociedad. Generalmente están asociados fuertemente al oficialismo en sus fines, propuestas y actividades. Si hay colas, se hacen y si la escasez es innegable existe el recurso de la guerra económica a la que nos enfrentan la derecha, los empresarios y el imperialismo. Para este grupo social las perspectivas del país están –ahora desde una traza diferente a la de los tecnócratas de administraciones anteriores- condenadas al éxito. Pueden ser de variado tipo, pero algunos de los optimistas forman parte de sectores que nunca fueron atendidos por administraciones anteriores de las más recientes antes de 1999 y que en esta administración se han beneficiado de políticas sociales o del populismo. Más aún, la estrategia comunicacional de la administración bolivariana alcanza en estos sectores a mantener expectativas altas sobre la futura solución a sus problemas (sea cierto o no, o haya disminuido o no el margen grupal del efecto). 
En segundo lugar, la indiferencia ante el contexto. Personas que no leen prensa, no oyen informaciones y peor aún no les interesa lo que pasa a su alrededor. Esto lo ha fortalecido la administración bolivariana, gestionando la adquisición de medios televisivos y prensa que se ofrece seguirán informando para todos, pero una vez se ejecuta la transferencia de propiedad comienzan los despidos y la censura. La indiferencia puede ser total o también asociada a solo leer el periódico que saca tal o cual alcaldía y considerar que con eso basta. La vieja idea de que eso no me afecta, no me interesa o me preocuparé cuando me toque a mí, llevan a esta especie de refugio cómodo en el desconocimiento de lo que pasa alrededor o de la existencia de puntos de vistas alternos. 
En tercer lugar, la idea de que lo que pasa actualmente con la administración del país de parte del presidente Nicolás Maduro y antes el presidente Hugo Chávez, nos lo merecíamos. Tendría uno que preguntarse cuanto nos merecimos otras administraciones que le hicieron también daños a la nación. Algunos se posicionan en la idea de que los actuales administradores son menos eficientes o más corruptos que los anteriores. Cualquiera de estos puntos puede ser discutible, pero lo impresionante es que varios responsables en administraciones anteriores, se han protegido también con la idea de que nos lo merecíamos, haciendo ubicación aparte de sus grados de responsabilidad y participación en tales administraciones. 
En cuarto lugar, los nuevos ideólogos del exilio. La justificación del exilio voluntario tiene mil caras. No nos alcanza el dinero, debemos proteger a nuestros hijos, soy un recurso muy calificado, la inseguridad nos tiene cercados; cosas, en varios casos ciertas. Así, cualquier circunstancia se vuelve una razón infinita para dejar el país y desplazar los esfuerzos a la búsqueda de riqueza o seguridad a otro lugar y, en casos que se asocian a protagonismos, pensar en seguir la lucha en tal o cual lugar, donde según el gusto o la inclinación se le pueda dar pie a esa flagelación exquisita que siguen teniendo algunos venezolanos: hablar mal del país. El exilio se convierte así en la causa y el efecto, en el principio y fin de aquellos que se sienten amenazados o mal, con el escenario político y económico actual. Es fácil pensar en él, más aun cuando hay una retroalimentación permanente entre condiciones, estímulos, preocupaciones familiares e intereses. 
En quinto lugar, La viudez y el lamento. Fue el ex presidente Rafael Caldera el que habló de las viudas del paquete. Todavía hoy se les puede oír hablando de cómo las cosas iban bien, pero sucedieron alteraciones que no permitieron que las gestiones llegasen a buen término. Los mismos herederos de ese ex presidente o de cualquier otro, han creado su propia viudez y lamento. Nadie se arrepiente, nadie rectifica en la sociedad venezolana del rentismo. Nadie lo hace, porque la mayoría sabe dónde está el dinero, y los que han sido los mismos de siempre esperan regresar allí. En un futuro habrá también las viudas de la administración actual. Dirán que la revolución bolivariana iba bien pero la derecha, la guerra económica, el imperialismo, la CIA, o cualquier otro factor, no la dejaron avanzar. En descargo de esto último debe señalarse que algunos de los que ubicamos como oficialistas voluntarios u honestos saben que existen acumulados -sin solución fácil- ingentes problemas y que la situación actual de Venezuela es crítica y no da para optimismos con fundamentos. 
Solo la flexibilidad, el realismo, el consenso y una adecuada política económica permitirán enrumbar a Venezuela por caminos de mayor éxito. Lo más fácil es indudablemente tener optimismos o pesimismos exagerados. Lo más difícil es recuperar el desarrollo perdido, convertirlo en perdurable, reencaminar el país adecentando el comportamiento de dirigentes y dirigidos así como eliminar o reducir considerablemente la alta inseguridad personal, social y económica entre otros elementos. Pero todo esto es distinto a lo que hace la administración bolivariana.

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