sábado, 27 de abril de 2019

Mafias con ideología


Mafias con ideología

Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com


Quienes hoy ejercen el poder de facto en Venezuela conforman una mafia dedicada a expoliar al país. No producen, depredan lo producido por sus víctimas. Han saqueado por años las cuentas públicas, embolsillándose las partidas para el mantenimiento de la infraestructura y los servicios, para inversiones, y las destinadas a compras y contrataciones. Lo mismo con empresas y fundos confiscadas, hoy totalmente desahuciadas de sus capacidades productivas por el despojo a que fueron sometidas. Continúan rematando las riquezas del subsuelo a cambio de jugosas comisiones, como revelan los escándalos que se destapan en la banca mundial. Por si fuera poco, algunos se han convertido en garantes y cómplices del tráfico internacional de drogas a través de territorio venezolano. Ahora, además, secuestran para sí el oro de las bóvedas del BCV. Llevaron al país al borde de la expiración, pero siguen pegados como sanguijuelas para extraerle sus últimos fluidos vitales.

Las mafias las cohesiona la lealtad absoluta con sus jefes. Quienes son admitidos en el expolio cumplen sin miramientos las órdenes impartidas: no hay escrúpulos ni moral que se interpongan. De ahí su crueldad y recurrencia a la violencia. Observan ritos y profesan votos de lealtad, encerrándose sobre si mismos para reforzar su espíritu de cuerpo y asegurar la unidad de mando. Preservan, con ello, la eficacia y contundencia de sus pillerías. La Cosa Nostra, por encima de todo. La complicidad en las fechorías blinda a la mafia contra deserciones y/o traiciones. Avenirse con ella para que se aparte del delito, alegando el respeto a la ley y/u otras consideraciones referentes al bien social, no es posible.

El hecho de que Maduro y sus cómplices sigan atrincherados en el poder, sin admitir las ofertas para que su inevitable e irremediable salida sea menos traumática, sólo se explica reconociéndolos como mafia. Su comportamiento criminal se afianza aún más por disponer de una construcción ideológica que refuerza su apego a una colectividad perversa. Los aísla de tener que entenderse con una realidad que le es cada vez más adversa. Cuentan, además, con esbirros cubanos como demiurgo diabólico capaz de asegurar --hasta ahora-- que no se salgan del libreto. Con la repetición incesante de mitos de la vieja izquierda y su imbricación con resabios patrioteros alimentados por el culto a Bolívar, la mafia inculca a los suyos que son “revolucionarios”, luchadores por los intereses más nobles de la humanidad. Es irrelevante si se lo creen o no; lo importante es alimentar su convicción de que el país les pertenece por ser los únicos y auténticos representantes del Pueblo o de la Patria. Esta razón no se refuta por estar reducidos a una exigua minoría: es de naturaleza cualitativa. Si la mayoría se opone, mal por la mayoría: pierde toda legitimidad como expresión del pueblo y, por tanto, no es “pueblo”. Todo les resbala, porque, aun con las barbaridades que cometen, la Historia (con mayúscula) los absolverá. Su ideología sirve de amparo, proveyéndoles de una burbuja anti acústica como refugio. Disuelve todo criterio moral con que pueda juzgarse su accionar, porque el fin siempre justificará los medios.

Es muy agradable, muy cómodo, poder gastarse millones para el usufructo personal, importar lujos que hace tiempo desaparecieron del país, contratar camiones cisterna cuando falla el agua, tener plantas eléctricas particulares y contar con una plantilla de guardaespaldas bien armados para resguardar tu seguridad, la de tu familia y tus caudales. ¿Qué importan los sufrimientos causados con esta malversación si se cuenta, cual bálsamo que alivia culpabilidades, con una narrativa que remite la causalidad de los horrores padecidos al accionar de enemigos que conspiran contra la “revolución” y contra los intereses de la Patria? Por ello, este universo paralelo discurre felizmente, hasta el punto de promover “Estudios Avanzados, Hugo Chávez Constituyente” (¡!) y lograr manifiestos de solidaridad de cierta “izquierda” (¿?) en otros países. Mientras puedan seguir disfrutando su jauja particular y blindarse contra el mundo real, repitiendo incesantemente embustes con los cuales inmunizarse contra su responsabilidad en la destrucción del país, los mafiosos van a continuar aferrados al poder. No habrá terreno común de entendimiento, alegando el interés y bienestar de los venezolanos.

Lo argumentado apunta a la irracionalidad de la presente situación. Cualquiera pensaría que, ante las muestras abrumadoras de repudio, el colapso notorio de su gestión, la presión nacional e internacional, el efecto de las sanciones impuestas y la amenaza, muy creíble, de que serán redobladas, los integrantes de la mafia --entre los cuales destacan militares corruptos--, entrarían en razón sobre la necesidad de negociar su salida, sobre todo cuando todavía tienen agarrado la sartén por el mango. ¿Cómo es posible que alguien tan bruto, ignorante e incompetente, que tan aviesamente ha destruido al país, no lo hayan removido sus propios partidarios? ¡¡Cómo es que sigue todavía ahí!!

La perversidad del fascismo criollo desafía todo intento de superación de la situación planteada con base en criterios racionales. La imagen que viene a la mente es la de Hitler en su bunker en la película “La Caída”, incapaz de enfrentarse con la realidad de su derrota, invocando ante sus generales batallones fantasmas para lanzarlos contra los rusos que están a las puertas de Berlín, para suicidarse al  final, denostando de su pueblo --los alemanes-- por no haber estado a la altura de sus designios. ¡La ideología, en sus versiones extremas, es locura pura!

Hay una analogía entre la situación planteada y el análisis de John Maynard Keynes sobre la gran depresión de los ’30 del siglo pasado. Como se recordará, la fuerte caída en la actividad económica se prolongó por años, desafiando la idea prevaleciente de que la economía poseía fuerzas correctivas que restablecerían automáticamente un equilibrio de pleno empleo. Keynes argumentó la posibilidad de que la economía se atascara en un equilibrio de profundo subempleo de recursos y de mano de obra, si las expectativas de los inversionistas eran adversas. No invertirían, por lo que se retroalimentaría las condiciones que generaban la depresión, perpetuando las expectativas adversas. Recomendó que un agente externo, el Estado, ampliara la demanda agregada a través de un mayor gasto público para insuflar en los empresarios una perspectiva positiva de rentabilidad. La racionalidad implícita en las fuerzas correctivas, autónomas, del mercado, estaban ausentes.

Al igual que la gran depresión, Venezuela corre el peligro de estancarse en un “equilibrio malo”, uno en el cual no se logra desalojar a los mafiosos por mecanismos racionales y en que, a pesar del colapso visible del país en todas sus dimensiones, encuentren todavía posible sobrevivir para continuar depredando lo poco que queda. La idea que recobra cierta fuerza ahora, de negociar elecciones con Maduro todavía en el poder, empantanaría al país en un tremedal sin salida. Desmoralizaría las fuerzas opositoras y otorgaría al usurpador, totalmente insensible a las desgracias provocadas por su gestión, un respiro contra el implacable acoso de “los enemigos de la revolución” (¡!), sin garantía alguna de elecciones legítimas. La prolongación del impasse implicaría una tragedia aun mayor que la vivida hasta ahora. Al igual que la prescripción keynesiana, no puede confiarse en que la racionalidad habrá de prevalecer para arribar a la solución deseada. Hace falta el empujoncito para que, aun tras su burbuja alienante, los delincuentes sientan irremediable su evacuación. ¿Qué cosa logrará que una mafia ideologizada y tan perversa entre en entendimiento? No hay fórmula sino seguir aumentando la presión. Muchas opciones están sobre la mesa y, lamentablemente, ante la insania perversa, no puede descartarse la aplicación de ninguna.
  


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