Mafias con
ideología
Humberto García Larralde, economista,
profesor de la UCV, humgarl@gmail.com
Quienes hoy ejercen el poder de facto
en Venezuela conforman una mafia dedicada a expoliar al país. No producen,
depredan lo producido por sus víctimas. Han saqueado por años las cuentas
públicas, embolsillándose las partidas para el mantenimiento de la infraestructura
y los servicios, para inversiones, y las destinadas a compras y contrataciones.
Lo mismo con empresas y fundos confiscadas, hoy totalmente desahuciadas de sus
capacidades productivas por el despojo a que fueron sometidas. Continúan
rematando las riquezas del subsuelo a cambio de jugosas comisiones, como
revelan los escándalos que se destapan en la banca mundial. Por si fuera poco,
algunos se han convertido en garantes y cómplices del tráfico internacional de
drogas a través de territorio venezolano. Ahora, además, secuestran para sí el
oro de las bóvedas del BCV. Llevaron al país al borde de la expiración, pero
siguen pegados como sanguijuelas para extraerle sus últimos fluidos vitales.
Las mafias las cohesiona la lealtad
absoluta con sus jefes. Quienes son admitidos en el expolio cumplen sin
miramientos las órdenes impartidas: no hay escrúpulos ni moral que se
interpongan. De ahí su crueldad y recurrencia a la violencia. Observan ritos y
profesan votos de lealtad, encerrándose sobre si mismos para reforzar su
espíritu de cuerpo y asegurar la unidad de mando. Preservan, con ello, la
eficacia y contundencia de sus pillerías. La Cosa Nostra, por
encima de todo. La complicidad en las fechorías blinda a la mafia contra
deserciones y/o traiciones. Avenirse con ella para que se aparte del delito,
alegando el respeto a la ley y/u otras consideraciones referentes al bien
social, no es posible.
El hecho de que Maduro y sus
cómplices sigan atrincherados en el poder, sin admitir las ofertas para que su
inevitable e irremediable salida sea menos traumática, sólo se explica
reconociéndolos como mafia. Su comportamiento criminal se afianza aún más por
disponer de una construcción ideológica que refuerza su apego a una
colectividad perversa. Los aísla de tener que entenderse con una realidad que
le es cada vez más adversa. Cuentan, además, con esbirros cubanos como demiurgo
diabólico capaz de asegurar --hasta ahora-- que no se salgan del libreto. Con
la repetición incesante de mitos de la vieja izquierda y su imbricación con
resabios patrioteros alimentados por el culto a Bolívar, la mafia inculca a los
suyos que son “revolucionarios”, luchadores por los intereses más nobles de la
humanidad. Es irrelevante si se lo creen o no; lo importante es alimentar su
convicción de que el país les pertenece por ser los únicos y auténticos
representantes del Pueblo o de la Patria. Esta razón no se refuta por estar reducidos
a una exigua minoría: es de naturaleza cualitativa. Si la mayoría se opone, mal
por la mayoría: pierde toda legitimidad como expresión del pueblo y, por tanto,
no es “pueblo”. Todo les resbala, porque, aun con las barbaridades que cometen,
la Historia (con mayúscula) los absolverá. Su ideología sirve de amparo,
proveyéndoles de una burbuja anti acústica como refugio. Disuelve todo criterio
moral con que pueda juzgarse su accionar, porque el fin siempre justificará los
medios.
Es muy agradable, muy cómodo, poder
gastarse millones para el usufructo personal, importar lujos que hace tiempo
desaparecieron del país, contratar camiones cisterna cuando falla el agua,
tener plantas eléctricas particulares y contar con una plantilla de
guardaespaldas bien armados para resguardar tu seguridad, la de tu familia y
tus caudales. ¿Qué importan los sufrimientos causados con esta malversación si
se cuenta, cual bálsamo que alivia culpabilidades, con una narrativa que remite
la causalidad de los horrores padecidos al accionar de enemigos que conspiran
contra la “revolución” y contra los intereses de la Patria? Por ello, este
universo paralelo discurre felizmente, hasta el punto de promover “Estudios
Avanzados, Hugo Chávez Constituyente” (¡!) y lograr manifiestos de solidaridad
de cierta “izquierda” (¿?) en otros países. Mientras puedan seguir disfrutando
su jauja particular y blindarse contra el mundo real, repitiendo incesantemente
embustes con los cuales inmunizarse contra su responsabilidad en la destrucción
del país, los mafiosos van a continuar aferrados al poder. No habrá terreno
común de entendimiento, alegando el interés y bienestar de los venezolanos.
Lo argumentado apunta a la
irracionalidad de la presente situación. Cualquiera pensaría que, ante las
muestras abrumadoras de repudio, el colapso notorio de su gestión, la presión
nacional e internacional, el efecto de las sanciones impuestas y la amenaza,
muy creíble, de que serán redobladas, los integrantes de la mafia --entre los
cuales destacan militares corruptos--, entrarían en razón sobre la necesidad de
negociar su salida, sobre todo cuando todavía tienen agarrado la sartén por el
mango. ¿Cómo es posible que alguien tan bruto, ignorante e incompetente, que
tan aviesamente ha destruido al país, no lo hayan removido sus propios
partidarios? ¡¡Cómo es que sigue todavía ahí!!
La perversidad del fascismo criollo
desafía todo intento de superación de la situación planteada con base en
criterios racionales. La imagen que viene a la mente es la de Hitler en su bunker
en la película “La Caída”, incapaz de enfrentarse con la realidad de su
derrota, invocando ante sus generales batallones fantasmas para lanzarlos
contra los rusos que están a las puertas de Berlín, para suicidarse al
final, denostando de su pueblo --los alemanes-- por no haber estado a la
altura de sus designios. ¡La ideología, en sus versiones extremas, es locura
pura!
Hay una analogía entre la situación
planteada y el análisis de John Maynard Keynes sobre la gran depresión de los
’30 del siglo pasado. Como se recordará, la fuerte caída en la actividad
económica se prolongó por años, desafiando la idea prevaleciente de que la
economía poseía fuerzas correctivas que restablecerían automáticamente un
equilibrio de pleno empleo. Keynes argumentó la posibilidad de que la economía
se atascara en un equilibrio de profundo subempleo de recursos y de mano de
obra, si las expectativas de los inversionistas eran adversas. No invertirían,
por lo que se retroalimentaría las condiciones que generaban la depresión,
perpetuando las expectativas adversas. Recomendó que un agente externo, el
Estado, ampliara la demanda agregada a través de un mayor gasto público para
insuflar en los empresarios una perspectiva positiva de rentabilidad. La
racionalidad implícita en las fuerzas correctivas, autónomas, del mercado,
estaban ausentes.
Al igual que la gran depresión,
Venezuela corre el peligro de estancarse en un “equilibrio malo”, uno en el
cual no se logra desalojar a los mafiosos por mecanismos racionales y en que, a
pesar del colapso visible del país en todas sus dimensiones, encuentren todavía
posible sobrevivir para continuar depredando lo poco que queda. La idea que
recobra cierta fuerza ahora, de negociar elecciones con Maduro todavía en el
poder, empantanaría al país en un tremedal sin salida. Desmoralizaría las
fuerzas opositoras y otorgaría al usurpador, totalmente insensible a las
desgracias provocadas por su gestión, un respiro contra el implacable acoso de
“los enemigos de la revolución” (¡!), sin garantía alguna de elecciones
legítimas. La prolongación del impasse implicaría una tragedia aun mayor que la
vivida hasta ahora. Al igual que la prescripción keynesiana, no puede confiarse
en que la racionalidad habrá de prevalecer para arribar a la solución deseada. Hace
falta el empujoncito para que, aun tras su burbuja alienante, los delincuentes
sientan irremediable su evacuación. ¿Qué cosa logrará que una mafia
ideologizada y tan perversa entre en entendimiento? No hay fórmula sino seguir
aumentando la presión. Muchas opciones están sobre la mesa y, lamentablemente,
ante la insania perversa, no puede descartarse la aplicación de ninguna.
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