El espejismo de la dolarización
Humberto García Larralde[1], economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com
La incapacidad
de los gobiernos chavistas por controlar la inflación en Venezuela ha ido
asomando la dolarización de su economía como solución definitiva: al
imposibilitar al estado emitir dinero, se eliminaría la expansión monetaria que
empuja el alza de los precios. Pareciera que el régimen de Maduro se viene
aproximando, por fuerza, a esta medida, a pesar de haberlo negado rotundamente
hace pocos días. En las ciudades principales del país --según una encuesta
reciente de la consultora Ecoanalítica[2]—más
de la mitad de las transacciones se estarían haciendo en moneda estadounidense.
El ámbito dolarizado ha generado una burbuja en la que no hay escasez, haciendo
que quienes posean suficientes dólares, sientan que se le abren las puertas a
la prosperidad. Se obnubila la situación de la inmensa mayoría que, al no tener
acceso a la divisa, sobrevive apenas en condiciones sumamente deplorables. Los
precios inflados, además, siguen presentes, pero esta vez por la especulación de
noveles comerciantes oportunistas, no, por desórdenes monetarios. Algunos
opinan –entre ellos, el gurú de los currency boards, Steve Hanke—que
toca terminar de instrumentar las medidas que hagan al dólar moneda oficial de
Venezuela y dejar atrás la terrible vorágine que ha destruido el poder
adquisitivo de los venezolanos. Otros, sin idea alguna de cómo funciona una
economía, ya proponen salarios mínimos de USD 300. ¡Zuás! ¡Salimos de la
miseria!
No obstante, y
adicional a las críticas que, en general, se le hacen a la dolarización, se
presentan en Venezuela dos problemas que hacen de sus esperadas bondades una
quimera. El primero es, desde luego, que no hay dólares o, mejor dicho, estos
son demasiado pocos para lubricar la recuperación económica. Este año, las
exportaciones de petróleo no llegarán a USD 6 millardos. El saqueo de minerales
del arco minero guayanés y lo obtenido por otras actividades ilegales, podría
añadir unos USD 2 millardos o más. Las remesas, en esta era de confinamiento y
caída en la actividad económica en el mundo, difícilmente pasarían de ese
monto. Y si las exportaciones privadas (no tradicionales) superan el millardo
de USD, será gracias a la incipiente exportación de servicios. Estaríamos
hablando de un ingreso total de divisas probablemente inferior a USD 10
millardos. Actualmente Venezuela no tiene acceso a fondos internacionales, ni
siquiera chinos. Luego, están sus compromisos internacionales. La República y
PdVSA ya no pagan el servicio de sus deudas, pero están las importaciones y
algunos servicios ineludibles. ¿Cuánto quedaría, entonces, como base monetaria
(en dólares) para las actividades domésticas? Cabe señalar que la capacidad
crediticia de la banca interna es mínima. En USD, sus activos totales apenas
superan los 5 millardos. Su cartera propiamente crediticia resultó ser el
equivalente de apenas 208 millones en octubre de este año. Una economía en el
estado de depresión en que se encuentra Venezuela tiene una demanda por
créditos muy baja, lo que restringe la función expansiva del multiplicador
monetario. De manera que, sin los cambios estructurales que restituyan las
garantías, restablezcan la confianza requerida para atraer inversiones y para
negociar una importante reestructuración de la deuda externa, y permita contraer
cuantiosos empréstitos con los organismos multilaterales, la dolarización sólo
sería compatible con una actividad económica muy reducida, todavía menor a la
de la economía enana que, con sus estropicios, forjó el actual régimen
dictatorial. En ausencia de la prodigiosa renta petrolera que tanto nos malcrió
en el pasado, el salario medio se conservará, probablemente, en torno a los
miserables niveles de hoy.
El otro problema
es que el gobierno escasamente se financia con impuestos, dada la destrucción de
PdVSA y el colapso de la economía interna. La enorme brecha fiscal se cubre con
emisión monetaria del BCV. El fin de dolarizar es, precisamente, eliminar tal
opción. En ausencia de acceso al crédito internacional y con el tamaño reducido
de la banca doméstica, habría que hacer una amputación drástica del gasto para
cerrar la brecha fiscal. Si bien, en términos reales, el gasto público se ha
reducido significativamente por la depreciación del bolívar, todavía paga cerca
de 3 millones de empleados (con sueldos muy miserables), servicios públicos
(venidos a menos), el funcionamiento de escuelas, hospitales y universidades
(con recursos muy desmejorados), compras públicas y otras actividades. Una
estimación somera llevaría a vislumbrar una contracción del gasto probablemente
mayor al 50% para cerrar el déficit. ¡Una debacle inmensa! De ahí el rechazo
tajante de Maduro a hacer del dólar moneda oficial. No, no es por ninguna
sensibilidad patriotera en mantener el bolívar, sino porque –simplemente—su
esquema de expoliación se le viene abajo si no puede mantener la ficción de
ocuparse de la gestión pública. Al fascismo criollo en absoluto le importa la
calidad del gasto, el sostenimiento de sueldos dignos o de sus efectos sobre el
bienestar de los venezolanos. Su angustia es que la carga de sus
responsabilidades frente al Estado sea manejable y no se le estropee su interés
central, que es continuar con la expoliación del país. La dolarización hace de
la gestión pública –en ausencia de financiamiento externo—inmanejable. La
debilidad actual del régimen haría de la dolarización su tumba.
Cabe señalar que
la dolarización colocaría a la economía venezolana a merced de la política
monetaria del país emisor (EE.UU.) y haría que, en última instancia, toda
expansión monetaria autónoma estuviese sujeta a saldos positivos en la balanza
de pagos. Pero podría ser la “bala de plata” –la única posible—para acabar, de
una vez, por todas, con la inflación. Habría que preguntarse, sin embargo, a
qué costo. Por las razones expuestas, bajo Maduro y sus cómplices, debe
descartarse. No obstante, el esquema bi monetario actual representa un
vertedero importante para el lavado de divisas mal habidas.
En el estado en
que se encuentra la economía venezolana, la dolarización –como cualquier
esquema de estabilización macroeconómica conservando el bolívar—sólo podría
funcionar en presencia de un muy generoso apoyo del FMI, que incluya la
reestructuración de la cuantiosa deuda del país para aliviar,
significativamente, su servicio. Las posibilidades de ello pasan por un
programa de estabilización que ataque las enormes distorsiones generadas por el
régimen de expoliación, restituya las garantías económicas y emprenda un
proceso profundo de reforma estructural que haga viable la gestión pública y el
reembolso de los empréstitos contraídos. Por otro lado, la posibilidad de
sostener salarios dignos, que no se deterioren en el tiempo, no sólo está
sujeto a que se cuente con una moneda estable. Depende de que aumente de manera
sostenida la productividad laboral. Ello es función de la inversión, de la
innovación y el cambio tecnológico, de la capacitación y la formación de
talentos, y del despliegue amplio de la iniciativa privada, en un marco
institucional inclusivo que genere seguridades y confianza. Es decir, la
antítesis de la situación actual.
La dolarización,
en absoluto, es la solución mágica a nuestros problemas. La única opción para
abrirle las puertas a esa posibilidad es salir de este nefasto régimen.
[1] Autor del
libro, Venezuela, una nación devastada. Las nefastas consecuencias del
populismo redentor, Ediciones Kalathos.
[2] Ecoanalítica, “Una Venezuela diferente: Perspectivas 2021”
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