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Recep Tayyip Erdoğan actual presidente de Turquía, ha experimentado transformaciones, tanto es su discurso como en su práctica política, en función de la lucha por el poder. Al iniciarse en la política y como alcalde de Estambul, presentaba una orientación islamita de derecha. Luego, al fundar el partido Justicia y Desarrollo (2001), con miras al cargo de primer ministro, al que llega en las elecciones del 2002, promovía los valores fundacionales de la Turquía moderna, el Estado secular, la vinculación con Occidente, particularmente con Europa, y la concordia con el vecindario; fiel seguidor del pensamiento Mustafá Kemal Ataturk quien sostenía: “Paz en casa, paz en el mundo”.
Ya en el poder, en las sucesivas reelecciones como primer ministro hasta el 20014, va desarrollando un giro autoritario y expansionista, caracterizado, entre otros, por la ruptura con el Estado secular, un creciente fanatismo religioso, el rechazo a los valores Occidentales y el enfrentamiento con sus vecinos, en especial con Europa. En este giro logra una alianza con el movimiento islamista radical de Fethullah Gülen, a los fines de avanzar en la imposición del islamismo en Turquía.
Al iniciarse como primer ministro, Erdoğan considera importantes las relaciones con Occidente, en particular, la incorporación de Turquía como miembro pleno en la Unión Europea; empero, el fracaso en el primer intento de adhesión, por el rechazo de Francia y los Países Bajos, representó un punto de quiebre y el inicio del distanciamiento. Ahora bien, no podemos desconocer que se han logrado avances importantes, por ejemplo: Turquía se convirtió en Estado asociado de la CEE en 1963, miembro del Consejo Europeo en 1992 y firmó un acuerdo de unión aduanera con la UE en 1995. Por otra parte, debemos destacar que también forma parte de la OTAN (1952).
En el distanciamiento con Occidente ha sido determinante el giro al radicalismo islámico. En la práctica, Erdoğan está utilizando la religión como instrumento de cohesión, control y dominación para fortalecer su poder. Una manifestación simbólica de esta tendencia ha sido la reciente transformación en mezquita del museo basílica de Santa Sofía, que ha recibido un rechazo internacional.
El giro autoritario también contempla la manipulación de la narrativa histórica, retomando el pasado glorioso del Imperio otomano, para exacerbar el nacionalismo. Erdoğan promueve el “nuevo otomanismo”, utilizado como medio para cohesionar tanto a las fuerzas armadas, poco favorables a los cambios religiosos, como al pueblo en general.
En este contexto, Erdoğan se presenta como “el nuevo sultán” que busca posicionarse como el líder de los pueblos musulmanes y a Turquía como potencia global regional.
Para Erdoğan como “nuevo sultán”, el movimiento de Gülen, que otorga mayores poderes a la jerarquía religiosa, es un obstáculo; así, para el 2013 se presenta la ruptura oficial y, al poco tiempo, el movimiento es declarado terrorista. Luego es declarado como principal responsable del intento de golpe de Estado del 2016, que algunos califican como un autogolpe, y que Erdoğan aprovechó para desarrollar una fuerte oleada represiva contra sectores incómodos de las fuerzas armadas, el movimiento de Gülen y la oposición democrática. La magnitud de la represión incrementó las diferencias con los países europeos y con la institucionalidad jurídica de la integración, fundamentada en el respeto de las normas, los procedimientos y las libertades fundamentales.
Aprovechando el alzamiento militar, Erdoğan promueve una consulta popular (2017), que conduce a la transformación política de Turquía en un presidencialismo centralizado. La presidencia asume la gran mayoría de atribuciones y Erdoğan se mantiene en ese cargo hasta el presente.
Otra expresión de la metamorfosis de Erdoğan tiene que ver con el rechazo a Occidente y su actitud agresiva y desafiante. Al respecto, la lista de los frentes abiertos en el contexto internacional es larga y compleja. Pudiéramos destacar en primer lugar, por su antigüedad, el enfrentamiento con Grecia, entre otros, por delimitaciones en áreas marítimas, la explotación de los recursos en el mediterráneo oriental y por el choque directo en Chipre.
Recordemos que Turquía ha promovido la República Turca del Norte en Chipre y tropas turcas protegen la zona desde 1974. Adicionalmente, en el marco de la Primavera Árabe, Turquía respaldó al movimiento de los Hermanos Musulmanes en Egipto, lo que conllevó el rechazo de varios países del Oriente Medio.
La guerra con el pueblo kurdo constituye otro de los conflictos de raíces históricas que se ha exacerbado en los últimos años. En tal sentido, Turquía ha intervenido en el conflicto de Siria, principalmente para enfrentar el pueblo kurdo en el norte de ese país. Pero Erdoğan también se ha involucrado en otra diversidad de escenarios de crisis, tales como: Libia, Irak, Sudan, Afganistán y los Balcanes.
Recientemente observamos la participación activa de Turquía en otro frente de guerra, apoyando a Azerbaiyán contra Serbia en el conflicto de Nagorno Karabaj. Por si fuera poco, recientemente Erdoğan, tratando de consolidar su liderazgo en el pueblo musulmán, ha propiciado un fuerte ataque contra el presidente Manuel Macron de Francia, por su firme posición contra del radicalismo y terrorismo musulmán, que ha realizado varios sangrientos atentados en Francia.
El pueblo turco resiente el manejo desenfrenado del Presidente y, aprovechando los pocos espacios democráticos que van quedando, en las elecciones de la Alcaldía de Estambul (2019), el partido de oposición Popular Republicano logró un triunfo abrumador, lo que evidencia el creciente malestar frente a la tendencia autoritaria del Presidente, que progresivamente va limitando espacios y oportunidades para Turquía en el contexto global.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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