EL
PODER DE LAS MASCOTAS
Enrique Viloria Vera
De pequeño en un viejo televisor en blanco y negro, me solazaba con las aventuras – más bien con las proezas - de Lassie, Furia o Rin Tin Tin, eran verdaderas mascotas al servicio de sus amos civiles o militares, prestas siempre a consentir y acatar las órdenes y a veces salvar incluso la vida de sus amos.
En los años 70 del
pasado siglo, estudiando en París me sorprendió la pasión que los franceses
tienen por sus mascotas; en Bruselas asistí a un restorán donde atendían con
verdadera dedicación a las mascotas que acompañaban a sus dueños a cenar o
almorzar.
Con el tiempo,
viviendo en Salamanca estos últimos años, pude constatar una nueva forma de
poder que se suma a la democracia, a la gerontocracia, a la plutocracia, a la
aristocracia, e incluso a las dictaduras de diferente cuño y color: pardas,
verde oliva, rojas y rojitas: la mascotacracia.
En efecto, es ciertamente evidente el poder
que las mascotas ejercen en la sociedad contemporánea, ya no tienen dueños ni
amos, sino papá, mamá, hermanos, abuelos y primos; hasta un árbol genealógico
cuelga de alguna que otra pared de un animalista declarado.
Las macotas contemporáneas
son una nueva forma de poder en sociedades sin crecimiento demográfico, en las
que las parejas prefieren criar y consentir a un perro o a un gato antes que a
un niño. Las mismas ya no portan los nombres de costumbre, ahora se llaman:
Ramón, Sofía, Tomás, Rafael o María Luisa, exhiben su propio ajuar y son
transportados por sus dependientes propietarios en flamantes jaulas de
verdadero lujo, viajan en tren o en avión, duermen en camas especiales y son
bienvenidos en los lechos familiares, además reposan en sus propios cementerios
donde visitados por sus deudos.
Las redes sociales
muestran esta pasión por las mascotas: se exhiben las gracias de perros, loros,
cerdos vietnamitas, gatos, cacatúas, chivos, ponis y hasta que una que otra boa
constrictora. Hay incluso un narco millonario e incluso artistas de cine que
poseen su propio zoológico con cebras, leones, y una que otra sigilosa pantera
que ilumina con sus ojos la oscuridad del jardín del atrevido coleccionista.
Las páginas de los
periódicos informan de las mascotas de la Casa Blanca que poseen sus propios
agentes secretos, el perro del presidente galo se pasea a sus anchas por el
palacio de gobierno; un estrafalario petrolero venezolano presidía las reuniones
acompañado de su gato angora, al que más de un subalterno adulador le hacía
carantoñas para congraciarse con el jefecito en espera de una mejor evaluación
con su correspondiente aumento de la pitanza.
Con mucha razón, – a
riesgo de haber sido linchado por los furibundos animalistas - Javier Marías
señaló que en España existe una perrocracia.
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