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No debe ser casualidad que a pocos días de la reunión de los cancilleres de China, Wang Yi y de Rusia, Sergei Lavrov, efectuada en la ciudad de Guilin al sur de China, las tensiones con Occidente se han incrementado a tal nivel que han llegado al plano militar. El encuentro se efectuó los días 22 y 23 de marzo pasado con el objetivo central de coordinar acciones para enfrentar las sanciones, que han aprobado tanto Estados Unidos como la Unión Europea, contra funcionarios de sus gobiernos involucrados en la violación de los derechos humanos.
Para las dos potencias autoritarias la postura agresiva contra Occidente resulta de utilidad en la medida que estimula el nacionalismo, un «trapo rojo que sirve para desviar la atención de los problemas internos y puede fortalecer los proyectos autoritarios en ambos países. Adicionalmente, en esta oportunidad se presenta como una prueba de fuerza, para calibrar la capacidad de reacción del presidente Joe Biden. Todo parece indicar que están jugando con fuego y las consecuencias podrían resultar impredecibles.
Cabe destacar que las tensiones se desarrollan en zonas de constante inestabilidad, caracterizadas por una historia de enfrentamientos. En el caso de Rusia, en el marco de su obsesión geopolítica expansionista en lo que considera su espacio natural, está militarizando de nuevo la frontera con Ucrania, en particular la zona de Dombas. Se calcula que ha desplegado más de 4.000 mil soldados, formando nuevos campamentos en la frontera. El enfrentamiento con Ucrania inicia el 2014, cuando pierde a Crimea que se incorpora a Rusia, proceso en el cual el Kremlin desarrolló una activa labor de secesión con claro apoyo militar.
Desde Rusia argumentan que debe estar preparada para la defensa de sus nacionales que vive en Ucrania y, en tal sentido, mantiene un fuerte apoyo a los grupos rebeldes prorrusos en sus fronteras. Ante la magnitud de la movilización militar, el gobierno de Kiev ha declarado a su ejército en alerta máxima. Ya se han registrado enfrentamientos y varios soldados ucranianos muertos.
La escalada del conflicto se ha incrementado en los últimos días; al respecto, ante la propuesta del presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, de acelerar la incorporación de su país en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el gobierno ruso, en declaraciones de Dimitri Kozak, un alto funcionario de Estado, ha destacado que «si el gobierno de Ucrania lanza una guerra de gran escala contra los rebeldes prorrusos, la situación podría desembocar en el comienzo del fin de Ucrania».
Sobre Rusia debemos tener presente que, si bien el presidente Vladimir Putin formalmente se ha consolidado —y recientemente ha firmado una Ley aprobada en el Congreso que le permite mantenerse en el poder hasta el 2036—, la situación se presenta compleja.
La crisis económica, el errático manejo de la pandemia del covid-19 y el caso del opositor Alexéi Navalni, actualmente en prisión, han deteriorado el respaldo popular. En este contexto, exacerbar el sentimiento nacional y expansionista constituye un recurso conveniente a sus fines personales.
Por otra parte, el gobierno chino ha retomado una actitud provocadora, con marcada tendencia militarista, en la conflictiva zona del mar del Sur de China, que considera suyo por razones históricas, desconociendo los resultados del Laudo Arbitral del 2016 que, fundamentado en la normativa de la Convención del Mar, ha reconocido derechos a todos los países costeros, que son varios: Brunei, Filipinas, Japón, Malasia, Taiwán y Vietnam.
El expansionismo chino en la zona representa uno de los temas geopolíticos fundamentales en la agenda de Xi Jinping, tanto por los recursos naturales, en particular petroleros, como por la posición estratégica para el comercio internacional. En tal sentido, viene desarrollando un proceso de militarización del área y, recientemente, el gobierno de Filipinas ha denunciado que en su mar territorial han atracado varios barcos chinos con fines militares.
Para China son embarcaciones de pesca en territorios que le pertenecen. Adicionalmente, en actitud beligerante, también ha iniciado ejercicios militares y aéreos en el espacio territorial de Taiwán, que el Partido Comunista de China califica como «la isla rebelde», que se niega a respetar el principio de «una sola China».
Las perspectivas se presentan preocupantes, toda vez que los Estados Unidos, fundamentado en la defensa de la libertad de los mares y por compromisos jurídicos existentes con algunos de los países afectados —como es el caso del Tratado de Defensa Mutua suscrito con Filipinas en 1951— ha decidido desplegar la Séptima Flota en la zona, con la incorporación del poderoso portaviones Theodore Roosevelt. El gobierno chino, por su parte, está respondiendo con reciprocidad y ha movilizado su portaviones Liaoning.
Entre las potencias se ha convertido en práctica cotidiana la realización de ejercicios militares con carácter disuasivo, sin mayores consecuencias, lo que muchos califican como un despilfarro de recursos; empero, en estos casos, la situación se está complicando, al punto que algunos medios destacan que los ejercicios militares están utilizando «fuego real».
Ahora bien, el juego se puede salir de control, generando consecuencias impredecibles para la paz y la seguridad en el mundo. En el contexto de tensiones globales, complejas y constantes que caracterizan nuestro tiempo, nos enfrentamos con un gran reto para la diplomacia, las organizaciones multilaterales y, en esencia, para la racionalidad humana. Aspiramos logre privar la sensatez frente este nuevo despliegue de contradicciones e irracionalidades.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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