martes, 14 de noviembre de 2017

“La hiperinflación comparada: un análisis de casos importantes en el escenario internacional”.

 Prof. Dr. Carlos E. Daly Gimón
               
En las economías contemporáneas, la hiperinflación es un fenómeno intenso y desproporcionado de alza de precios, aun cuando sea una distorsión monetaria relativamente frecuente y, eso sí, de consecuencias verdaderamente impredecibles[1].
El control de la inflación es un objetivo primordial de la política económica, pues de esa manera se asegura una cierta regularidad en la dinámica del mercado interno de bienes y servicios, así como en cuanto a las vinculaciones con los mercados internacionales se refiere.
Pero, conviene tenerlo en cuenta, el objetivo de la estabilidad de los precios no siempre se alcanza con las políticas públicas diseñadas y ejecutadas desde las esferas gubernamentales.
Más aún, es posible afirmar que la hiperinflación es el resultado de una serie de errores y desaciertos en la conducción monetaria de una economía.
En los párrafos que siguen nos detendremos en algunos casos emblemáticos en el manejo equivocado del tema de la inflación, y sus principales resultados.  Alemania (1918-1923), Zimbabue (2004-2009) y Argentina (1989-1990) son países que experimentaron intensos desajustes de precios cuyo estudio y observación debe servir para evitar incurrir en los mismos desaciertos.
Alemania, Zimbabue y Argentina no son los únicos países con tasas de inflación descontroladas pero, probablemente, sean los de mayor repercusión en el marco del pensamiento económico moderno.
En este sentido, quizás la “Tabla de Hiperinflación Mundial Hanke-Krus” -  publicada por primera vez por Routledge en 2013-, sea la fuente más completa de esta materia en la actualidad [2].
En esa investigación también resaltan otras experiencias de inflación desmedida como las de Hungría, Yugoeslavia, Grecia, Irán, o en latinoamerica Brasil, Bolivia, Perú; aparte de Argentina. Y, desde luego, no podemos dejar de mencionar a Venezuela (1.213% de inflación anualizada en 2017), la que de acuerdo a la Tabla Hanke-Krus y los criterios de expertos de reconocida solvencia profesional, ha sido incluida en tan lamentable inventario[3].
La hiperinflación es pues una profunda distorsión de la estructura de precios y del mercado, que termina provocando severos impactos en la dinámica del crecimiento y del desarrollo económico.

1.    La complicación inflacionaria de la República de Weimar.

Alemania resultó derrotada a finales de la I Guerra Mundial (1914-1918), con las consecuentes reparaciones financieras que debió asumir en el marco del Tratado de Versalles de 1919. Francia, Inglaterra y otras potencias victoriosas exigieron importantes indemnizaciones, y puesto que la República de Weimar había heredado un marco desvalorizado del Kaiserreich, y las reservas de oro se encontraban muy disminuidas, el gobierno democrático del imperio alemán no tuvo otra alternativa que seguir usando el Papiermark, un papel moneda sin el suficiente respaldo en metales preciosos. Allí empezaron las dificultades para la política monetaria de Alemania.
Conviene tener en cuenta que, las obligaciones en materia de resarcimiento por las deudas de guerra fueron estimadas en alrededor de 132.000.000.000 marcos de oro, y a partir de 1921 los pagos debían cumplirse por un monto 2.000.000.000 de marcos de oro, monto de proporciones exorbitantes para las capacidades de la economía alemana. Para tener una referencia cierta, ello representaba el 26% del  valor de las exportaciones de Alemania para aquel momento.
 Ante estas dificultades, el Estado Alemán recurrió a la máquina de imprimir dinero[4], aumentando así significativamente la masa monetaria en circulación, y, consecuentemente, alimentando el alza intensa y desenfrenada de los precios de bienes y servicios. Paralelamente, ocurre la devaluación del marco como consecuencia del dinero abundante y cada vez más despreciado, así como una fuerte escasez de dólares.
El incremento del circulante que ocurre a partir de 1920 junto a los aumentos generalizados de precios toman un impulso extraordinario, y tal  como lo resalta H. Hazlitt [5], “la velocidad de circulación de la moneda activó aún más el proceso inflacionario en curso”.
Por otra parte, 1923 se inicia con la ocupación del Ruhr por parte de las tropas belgas y francesas, acción que perseguía asegurar el pago de las indemnizaciones de guerra con productos como el carbón, acero, hierro o madera, en razón de que los países acreedores ya sabían de la fuerte desvalorización del marco alemán.
La reacción de los obreros de la región del Ruhr fue emprender una huelga contra los ocupantes extranjeros, lo que llevó al gobierno a pagar los salarios de los trabajadores en paro para lo cual tuvo que emitir más dinero y echar más leña al fuego de la inflación. Era el momento más intenso y desordenado del proceso hiperinflacionario que vivía el país teutón.
La perspectiva de la autoridad monetaria (Reichsbank) de aquel momento era que el incremento generalizado de precios se debía a una emisión desproporcionada de moneda. E insistía, reiteradamente, en que eran más que todo los factores externos, las indemnizaciones de guerra, los que provocaban los desajustes en el nivel de precios de la economía alemana. Para muestra, insistió a lo largo de varios meses, los precios se elevan más rápidamente que la masa monetaria.
En 1923, la inflación de Alemania alcanzó un 29.500 %, lo que significó un 20.9% de inflación diaria y 3.7 días para que los precios de bienes y servicios se duplicasen.
Este fenómeno inflacionario provoca una demanda cada vez más intensa de dinero, lo que conlleva a mayores presiones sociales por aumentos de sueldos y salarios, seguida de la necesidad de elevar las emisiones monetarias para atender esos requerimientos. Ocurre, digámoslo de esta manera, un evidente deterioro del poder adquisitivo del signo monetario que deriva en una  fuga de capitales que viene a  revelar el manifiesto debilitamiento del marco alemán.
Una visión de conjunto nos permite identificar un nivel de endeudamiento elevado, junto al insoportable peso que el servicio de la deuda externa ejerce sobre las finanzas públicas. Asimismo, se presenta una fuerte presión especulativa sobre la cotización del marco, acompañada de una total desconfianza en las emisiones monetarias y rentas del Estado que se cancelaban en papel moneda devaluado.
Como ya ha sido indicado, el escenario monetario presenta un evidente y sostenido aumento de la velocidad de circulación de la moneda, a  lo que viene a sumarse una cada vez más  diversa y descontrolada práctica de emisión de dinero lo que se traduce en un desorden importante y de efectos devastadores sobre la estabilidad en el tipo de cambio.
A título de ejemplo, el dólar estadounidense se cotizaba a 4,2 marcos en 1914, 42 marcos en 1920 y 420 en julio de 1922 [6]. En los años siguientes, de acuerdo a la misma fuente consultada, esa evolución es como sigue:
  • 49 000 marcos en enero de 1923.
  • 4 900 000 marcos en agosto de 1923.
  • 440 000 000 marcos el  3 de  octubre de 1923.
  • 42 000 000 000 marcos el 22 de octubre de 1923.
  • 420 000 000 000 marcos el 3 noviembre de 1923.
  • 4 200 000 000 000 marcos el 20 de noviembre de 1923.
La solución al intenso  y avasallante proceso inflacionario, surge por los lados de la creación de una nueva moneda, el Rentenmark, en noviembre de 1923, y la suspensión de emisión monetaria que hasta entonces se ejercía bajo la actitud pasiva del Banco Central (Reichsbank).
Esta nueva moneda vino a reemplazar el Papiermark con un relación de 1.000.000.000.000 Papiermarks equivalentes a 1 Rentenmark. Asimismo, las autoridades monetarias determinaron su estabilidad con títulos hipotecarios emitidos para asegurar su conversión. De esta manera, el objetivo era, en fin de cuentas, calmar los mercados y más que todo garantizar que se emitirían montos limitados de Rentenmark para su libre circulación.
Ello contribuye sustancialmente a detener la hiperinflación. Simultáneamente se aplican medidas destinadas a reducir la cantidad de circulante en la economía, entre las que resaltan:
  • Prohibición de emisiones de dinero por parte de los particulares.
  • Reducción del volumen de los medios de pago públicos.
  • Congelación del crédito y de los instrumentos de redescuento del Banco Central.
Desde el punto de vista de las consecuencias que tuvo el proceso inflacionario alemán, vale resaltar que ciertos sectores sociales resultaron particularmente afectados, como los ahorristas, jubilados, prestamistas, los  tenedores de créditos públicos y la clase media en general. Otros actores como los artesanos y las grandes empresas, lograron evadir las fuertes consecuencias de la bancarrota que vivió Alemania en 1923.
En todo caso, entre los múltiples efectos que se identificaron durante esa grave crisis económica, destaca el sentido de injusticia social así como el riesgo evidente de una guerra civil, factores que terminaron canalizándose hacia un nacionalismo que facilitó la llegada al poder del Partido Nazi liderado por A. Hitler, en 1934.

2. La hiperinflación en Zimbabue.

De acuerdo a los datos sistematizados por S. Hanke y Ch. Bushnell, la inflación de Zimbabue en 2008 alcanzó la descomunal cifra de 79.600.000.000 % [7]. Se trata, sin lugar a dudas, la tasa de inflación más elevada del siglo XXI y la segunda más alta en la historia económica mundial.
Conviene, no obstante, destacar que las fuentes de información cuantitativas son limitadas y tienen su origen en los círculos financieros internacionales y centros académicos extranjeros, porque si algo caracteriza el régimen de R. Mugabe es su manifiesta práctica de ocultar, y de disfrazar los resultados de su política macroeconómica ante la opinión pública nacional y la comunidad internacional. R. Mugabe siempre ha sostenido que los problemas económicos de Zimbabue son parte de un complot internacional para derrocarlo.
En términos de dirección y de estrategia económica, la escalada de precios en Zimbabue está directamente asociada a R. Mugabe, su líder histórico. Ya desde su independencia de Inglaterra en 1980, R. Mugabe asumió el cargo de Primer Ministro y dirigió los destinos del país con relativo éxito (1980-1992). En los años siguientes (1992-1998) Zimbabue entra en una recesión económica en razón de una confluencia de factores como son la fuerte sequía que sacude la región, junto al apoyo de R. Mugabe a Laurent-Desiré Kabila, Presidente de la República del Congo, suministrándole hombres, armas y municiones. Este conflicto militar contribuye de manera determinante en la profunda degradación de las finanzas públicas del país.
Vale igualmente resaltar que con la llegada al poder en Suráfrica de Nelson Mandela surge una especie de competencia con Zimbabue, en razón de que la nación sudafricana, por ejemplo, se convierte en un polo de atracción para las inversiones extranjeras que prefieren su consistente crecimiento económico antes que el entorno problematizado e incierto de la República de Zimbabue.
El panorama económico de Zimbabue se complica con la reelección de Mugabe en 2002, cuando se cuestiona por parte de varios países occidentales las prácticas democráticas del líder africano y el respeto a los derechos humanos. Se le imponen entonces una serie de sanciones económicas y financieras como la suspensión de los Programas de Ayuda al Desarrollo, así como una serie de restricciones al Comercio Exterior, particularmente en lo relativo al embargo sobre la compra venta de armas; todo lo cual complicó aún más la situación existente.
La desventurada gestión económica de R. Mugabe llegó al punto de que los préstamos por parte del Fondo Monetario Internacional (F.M.I.) fueron suspendidos a Zimbabue, pues su negativa a cancelar los compromisos con el ente multilateral por el orden de los 140.000.000 de $ ocasionó su suspensión hasta 2010, cuando de nuevo fue admitido en el F.M.I como miembro pleno.
En 2008, la estrategia de R. Mugabe se enfoca en la implementación de una Reforma Agraria radical, mediante la que autoriza la expropiación de importantes extensiones de tierras fértiles, sobre todo de la explotación de tabaco, y coloca en la gestión de esas propiedades a amigos y simpatizantes del  Frente Patriótico de la Unión Nacional de Zimbabue (ZANU-PF); todos ellos caracterizados por su falta de competencia y prácticas corruptas en la conducción de los negocios del Estado. Las consecuencias se hicieron presentes, y la producción agrícola se derrumba, aumenta de manera significativa el desempleo que alcanza en 2009 el 90% aproximadamente y la pobreza se estima cercana al 64%, con amplios sectores de la población rayando en la hambruna y  penurias generalizadas.
La emigración se convierte en un fenómeno de gran importancia, al punto de que más de 3.000.000 de ciudadanos se desplazan hacia Botswana, Zambia y Sudáfrica.
La hiperinflación de Zimbabue toma impulso en los años siguientes cuando se registran niveles de aumento de precios de 2.600%, y se estima que los precios se duplicaban cada 25 horas.
Probablemente sea en lo relativo a la emisión del circulante que Zimbabue tiene la práctica más caótica y adversa. Así, en enero de 2008, ya la situación se torna preocupante con la emisión de billetes de 10 millones de dólares zimbabuenses, lo que equivalía a 4 $ norteamericanos.
Tres meses después el Banco de Reserva de Zimbabue emitió billetes por el orden de los 50.000.000 y en mayo ya las emisiones de billetes llegaron a 100 y 250 millones de dólares Zimbabuenses. Semanas después se imprimieron billetes de 500 millones de dólar de Zimbabue, correspondientes a 2 $ norteamericanos. 
En esa coyuntura de dinero circulante con pérdida acelerada de valor, se llegan a imprimir por parte del Banco de Reserva billetes de 100.000.000.000 de dólar de Zimbabue. Ese ritmo de impresión es tan intenso y desenfrenado que la autoridad monetaria opta por  disminuir las gastos de emisión reduciendo la cantidad de tinta y  el diseño de los billetes, sin mencionar, desde luego, el vencimiento de billetes a una fecha determinada. 
 Junto a las emisiones de dinero fuera de control y sin la debida supervisión, expansión exagerada del crédito, y un gasto público en plena expansión, la debacle inflacionaria del país africano parece no tener término.
Como ya ha sido señalado, los gastos bélicos foráneos  así como los aumentos de sueldos y salarios de los funcionarios públicos, y el manejo excesivo de subsidios y subvenciones, conformaron un escenario de hiperinflación intensa y desenfrenada.
Así, tal como lo señala el prestigioso diario inglés BBC, “a fines de 2008, la inflación anual ya había alcanzado 231.000.000% y pensiones, salarios e inversiones ya no valían nada. Muchas escuelas y hospitales cerraron y al menos uno de cada ocho habitantes del país se quedó sin trabajo. Para ese entonces, el billete de más alta denominación era el de un billón de dólares de Zimbabue[8].
Las consecuencias se tradujeron en que la población empezó a abandonar el uso de la moneda nacional y prefirió el trueque, o recurrió al $ norteamericano y al Rand Sudafricano, a pesar de las reiteradas amenazas y prohibiciones gubernamentales.
En 2009 el gobierno abandona el dólar de Zimbabue y autoriza la utilización del dólar estadounidense y el Rand de Sudáfrica como moneda de cambio, lo cual contribuyó de manera significativa a estabilizar los precios, iniciando de esta manera un proceso de control paulatino del desorden inflacionario que había caracterizado la economía de Zimbabue desde los años precedentes.
En años más recientes, “uno de los problemas ha sido una escasez de monedas que eleva los precios, pues los comerciantes redondean por lo alto o le dan el cambio a sus clientes en dulces o lapiceros. Durante los últimos seis meses el gobierno introdujo "monedas fianza" por un valor aproximado a los US$10 millones, pero estas no gozan de popularidad porque muchos las ven como un posible primer paso para el regreso de una moneda local [9].
Finalmente, queda por resaltar que R. Mugabe fue reelecto, a la edad de 89 años, Presidente de la República de Zimbabue en 2013, y se mantiene a la cabeza del Estado en la actualidad, y también fue proclamado Presidente de la Unión Africana en 2015.

3.  La Hiperinflación en Argentina.

Como siempre ocurre con los fenómenos inflacionarios intensos y a veces desenfrenados, es difícil precisar la fecha exacta de su inicio. Si intentamos fijarlo en el caso de Argentina, el jueves 6 de julio de 1989 puede considerarse como la fecha histórica de la hiperinflación con los anuncios del incremento del precio de bienes y servicios por parte del Instituto de Nacional de Estadística y Censos de la República de Argentina (INDEC) [10], correspondientes al mes de junio de ese año. Los datos oficiales arrojaron un 114.5% en el aumento general de los precios, a nivel de mayoristas los precios experimentaron un aumento del 132,3% y en el sector de la construcción 134,1% [11].
Pero más allá de las magnitudes cuantitativas, la conducta del consumidor argentino para esos años se parecía mucho a la de los alemanes de 1923, o aquella que caracterizó a los consumidores de Zimbawe en 2008: Desligarse a la brevedad posible de la tenencia de la moneda nacional, y, en la medida de lo posible refugiarse en las monedas fuertes, especialmente el dólar norteamericano. En esa perspectiva se observaron conductas insólitas en la economía de argentina, como la de que los patronos pagaban el salario quincenalmente en vez de mensualmente, o que los trabajadores iban a los supermercados de inmediato a adquirir los bienes que podía comprar para anticiparse a los efectos de la inflación. En aquella coyuntura la tasa de interés a plazo fijo llegó a alcanzar el 1.200%, se establecieron restricciones a la venta de gasolina de 20 litros por persona, y  el Producto Industrial correspondiente al primer semestre de aquel año de 1989 descendió un 32,7%, según datos de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) [12].
Ciertamente, el hecho de ubicar la hiperinflación en 1989 obedece a que aquel año las variables inflacionarias y de la economía en general, se extraviaron de manera particular hacia el alza sostenida  e inquietante. Los factores se juntaban de manera categórica: alto endeudamiento, estancamiento económico, desinversión en bienes de capital e infraestructura y un grave desequilibrio fiscal y de balanza de pagos[13].
La evolución acerca del proceso inflacionario en Argentina ocurre a lo largo de la década de los ochenta, y con mayor énfasis después de que se procede al enjuiciamiento de las Juntas Militares en 1985, y a los incidentes que condujeron al levantamiento de Semana Santa de 1987, muy vinculado este último a la Ley de Punto Final sancionada en 1986.
Durante el segundo quinquenio de aquella década, hubo un intenso forcejeo, como suele darse en este tipo de experiencias, entre los precios y los sueldos y salarios, resultando estos últimos más perjudicados.
La deuda externa es otra variable implicada directamente en esa complicada dinámica de los ochenta pues no solamente que ya rozaba los 45.000 millones de dólares, sino que el alza de los intereses internacionales por encima de los dos dígitos  vino a obstaculizar las posibilidades reales de cumplimiento del país con los compromisos externos.
En ese contexto es que se aprueba el Plan Austral (junio de 1985) cuyas prioridades se orientaban a lograr una reducción del gasto público, mejorar o si fuere el caso eliminar el déficit fiscal, controlar  la emisión monetaria, congelar los precios de bienes y servicios fundamentales y mantener bajo control las tarifas de los servicios públicos. Igualmente se reemplazó el Peso por el Austral. Todo ello produjo efectos positivos sobre la inflación que se ubicó en 81.9% en 1986; no obstante, las exportaciones se redujeron a 6.000 millones de $ y por esa vía la escasez de dólares golpeó seriamente el mercado divisas.
Las dificultades en el régimen cambiario y la creciente desconfianza de empresas y ciudadanos en la normalización de las actividades internas llevó a compras crecientes de dólares, trasladando hacia el control de las divisas la inseguridad y escepticismo que se vivía en el resto del país.
Estas presiones por el acceso al dólar afectarán de manera fundamental las Reservas Internacionales, las cuales descendieron a 900 millones de $ en enero de 1989, ocasionado la suspensión de la venta de dólares por el temor a que pudiera ocurrir su eventual agotamiento. Estas y otras circunstancias provocaron, como era de esperarse, una importante devaluación del Austral y las inevitables consecuencias sobre el alza generalizada de los precios en  la economía.
Es el momento más intenso de inflación, 114,5% en junio de 1989; la más alta en la historia de Argentina. La coyuntura económica hace que se vuelva demasiado complicado determinar el valor real de las mercancías, en razón de que los precios suben a niveles tan elevados y con tanta rapidez que la moneda deja de servir de referencia confiable y veraz.
En el plano político la situación nacional es cada vez más difícil para el presidente de la República R. Alfonsin electo en 1983, quién renuncia el 12 de junio y facilita que Carlos  Saúl Menen asuma la Presidencia de la República el 8 de julio de 1989.
La política económica de C. Menen resultó en un giro sorpresivo hacia las pautas neoliberales próximas al Consenso de Washington, y en asociación con los sectores más influyentes del empresariado argentino. Se adopta entonces un tipo de cambio único a 560 $ por austral[14], se define una estrategia de privatizaciones de amplia repercusión en tejido corporativo del sector público, y se diseñan una serie de acciones públicas destinadas a desregularizar las principales actividades del aparato productivo.
En el plano de la política monetaria, Menen recurre a los encajes bancarios altos apremiado por la necesidad de encontrar vías de financiamiento para el gasto fiscal, y utilizarlo como mecanismo restrictivo para prevenir la expansión del dinero.
Argentina se encontraba en aquel momento fuera de los mercados internacionales, dada la moratoria que R. Alfonsin había dispuesto desde 1988, y a ello había que agregar  el elevado volumen de bonos emitidos a tasas de interés muy altas, y que obligaban a descartar  el recurso al endeudamiento interno.
En diciembre, el nivel de intranquilidad e incertidumbre eran un problema creciente al punto de que, “para citar un ejemplo, 1989 comenzó con un $ cotizando entre 20 y 25 australes, alcanzó los 400/500 al momento del cambio de gobierno y llegó hasta 1.950 en diciembre. El total  anual de depreciación de la moneda fue de 8.000%, aproximadamente”[15].
Ante el evidente fracaso del Plan BB, Bunge & Born, Menen opta por intentar controlar la hiperinflación con el Plan Bonex, mediante el cual se obliga a canjear los plazos fijos colocados en el sistema bancario a tasas que a veces alcanzaban el 400%  a 30 días. El vencimiento de los bonos emitidos bajo la denominación de Bonex 89 finiquitaban en 1999.
Igualmente se suspendieron los depósitos a plazo en el sistema bancario nacional.
Todo ello implicó un impacto muy fuerte en la población, y desde luego, pérdidas muy importantes para aquellos depositantes y/o inversionistas que tenían títulos bancarios a plazo fijo. El Bonex sería reembolsado con  títulos de la deuda externa con un vencimiento de 10 años, los Bonos de Consolidación (Bocon), emitidos en moneda nacional o en dólares.
El monto de los Bonex alcanzó  los 3.000 millones de  $.
Simultáneamente, se impulsaron una serie de medidas complementarias como fueron:
-Suspensión de todo trámite de contrataciones públicas y de licitaciones.
-Cancelación de los reembolsos al sector exportador.
-Los incentivos a los regímenes de promoción industrial  fueron aplazados hasta nuevo aviso.
-Se procedió a revisar y reducir las nóminas de los ministerios.

Este contexto de políticas públicas produjo efectos convenientes en el primer trimestre de 1990, sin embargo en el mes de abril los precios subieron un 95,5%, ocasionando así la emergencia de un nuevo ciclo inflacionario, y reaparecieron los saqueos a comercios y negocios en los principales centros urbanos.
El retorno de la temida hiperinflación y sus lamentables consecuencias sobre el cuerpo social de la nación,  desempolvaron la iniciativa histórica conocida esta vez como la Convertibilidad, promovida por D.F. Cavallo en tanto que ministro de la economía.
Así, la Ley de Convertibilidad del Austral, Ley 23.928, fue sancionada el 27 de marzo de 1991 por el Congreso de la República Argentina[16].
En términos directos, la Convertibilidad consistió en fijar la equivalencia de un peso y un dólar, con la debidas garantías por parte de la autoridad monetaria.
De igual manera, se  desarrolló un Programa de Estabilización, caracterizado por  un ambicioso Plan de Privatizaciones de industrias y servicios públicos propiedad del Estado: Empresas petroleras, metalurgia, aviación, ferrocarriles, navegación, teléfonos, agua y electricidad, entre otras, fueron transferidas al sector privado.
Todo ello estuvo acompañado por un proceso de Apertura Económica, orientado a promover el ingreso de productos importados e impulsar la competitividad de la industria nacional.
El Plan de Convertibilidad permitió controlar el proceso inflacionario argentino, tal como la describe Ivan Carlos Carrino:
“Lo primero que se observa es una reducción de la inflación. La inflación promedio del año 1991 fue del 171,7%, una importante reducción desde los niveles de los dos años anteriores. La tendencia a la baja continuó a lo largo de los años, estabilizándose en un promedio de 1,9 desde 1993 en adelante.
La caída de la inflación se dio conjuntamente con una expansión del producto, que pasó de los 204.094 millones de pesos (constantes de 1993) a los 263.997 millones en 2001.
La variación para todo el período fue un crecimiento del 29,4%, con un crecimiento
promedio del 3,4%. Si se toman los valores hasta 1998, el pico máximo que alcanzó el PBI durante el período, el crecimiento promedio anual sube a 5,4%, mientras que la variación total también sube al 41,2%. También subió el PBI per cápita, que pasó de 6.258 dólares en 1991 a 8.203 dólares en 1998, para luego caer a 7.105 dólares en 2001.
Las exportaciones e importaciones mostraron un crecimiento marcado durante el
período. Las primeras crecieron un 122%, mientras que las segundas lo hicieron en un 146%.
El desempleo fue el indicador con peor desempeño. La tasa de desempleo pasó del 6,5% en 1991 al 17,3% en 2001. Incluso si se toma el mejor año de la convertibilidad, 1998, se observa que la tasa de desempleo se había duplicado, al pasar de 6,5% a 12,9%.”[17].

Notas finales
La hiperinflación en el siglo XXI es una anomalía económica cada vez más rara y desacreditada. Pudiera, en igual sentido, afirmarse que ello vale también para la inflación. Una tasa de inflación por encima de una tasa superior al 80% anual es más bien infrecuente en tiempos de globalización. Incluso a niveles inferiores. Ni hablar de una cifra mensual que pueda aproximarse a las indicaciones referenciales de Phillip Cagan (50% mensual), tomado hoy en día como un clásico en la materia.
Una vez examinadas estas experiencias tan intensas y  excepcionales de inflación desbordada como es el caso de Alemania, Argentina y Zimbabue, pueden sistematizarse una serie de rasgos comunes. Gestión pública de desajustes en el gasto público, con marcado énfasis en déficit fiscal crónico, reiterado. Endeudamiento interno y externo, pero con mayor peso de los compromisos externos en las finanzas públicas, y sus inevitables consecuencias sobre el tipo de cambio y el acceso a las divisas por parte de sectores importantes de la población. La emisión de dinero de la autoridad monetaria unas veces exacerbada, otras de diagnóstico equivocado y por momentos sin la dirección técnica aconsejada. La muy conocida y afamada máquina de crear dinero inorgánico. En algunos casos, situaciones de pérdida de control de la emisión de dinero trasladando a los particulares esa función tan esencial de la política monetaria, llegándose a la proliferación de emisores monetarios y sus notables consecuencias sobre el valor del dinero. Problemas relativos a la dinámica del producto, algunas veces por equivocadas políticas públicas, en otros momentos en tanto que impacto de factores foráneos, o la combinación de ambos. Políticas cambiarias equivocadas, alejadas de la conveniencia técnica.
 Como puede notarse, hay allí variables para escoger.
No obstante, lo decisivo que es el movimiento de los precios, su dislocado comportamiento, adopta por momentos determinados, en períodos muy cortos, por cierto, un alza sostenida, irregular, indetenible, y trasmite al conjunto del sistema económico la impresión de que es imposible frenar el aumento generalizado de los bienes y servicios. Los precios se convierten así en la punta del iceberg que lo inunda todo, y porque no decirlo, lo confunde todo.
La hiperinflación provoca un desbarajuste de las variables macroeconómicas y de ciertas acciones públicas. Pero es también una absoluta confusión del consumidor, quién llegado el momento es capaz de despreciar el uso del dinero doméstico, y sustituirlo por el trueque, o, peor aún, por el uso indiscriminado y arbitrario de monedas extranjeras. También llegan los consumidores a extremos de creer en cualquier rumor o desconfiar de quién pueda.
Prolifera también la especulación. Nunca queda absolutamente claro el límite entre la ganancia, el rédito normal, promedio, del comerciante, del empresario, del negociante, y el movimiento de los precios. En hiperinflación, por así decirlo, siempre queda la sospecha del abuso, del atropello, del aprovechamiento. Por eso los saqueos. La violencia contra la irregularidad.
La hiperinflación produce una descomposición social de proporciones irracionales, donde el deterioro sobre la capacidad adquisitiva y, consecuentemente, sobre el nivel de vida de la ciudadanía, provoca retroceso en el bienestar y la búsqueda de soluciones fuera de la prudencia y la sensatez exigidas para encontrar las soluciones requeridas.
Por todo ello es que no dudamos en calificar a la hiperinflación, como un momento amargo y penoso en la vida de los pueblos.



[1]   La bibliografía en el tema es considerablemente amplia. No obstante, pueden anotarse obras fundamentales como es el caso del libro del prof. de la Universidad de Columbia Cagan, Phillip (1956). "The Monetary Dynamics of Hyperinflation". In Friedman, Milton (ed.). “Studies in the Quantity Theory of Money”. Chicago. University of Chicago Press. También un texto muy destacado y relativamente reciente como es :Taylor, Frederick (2013) “The downfall of money : Germany's Hyperinflation and the Destruction of the Middle Class”, publicado por Bloomsbury. Asimismo, el renombrado economista Hanke Steve ha dedicado importantes estudios al análisis monetario y a la hiperinflación, entre los que resaltan "Zimbabwe: From Hyperinflation to Growth", ‘’Development Policy Analysis No. 6’’. Washington, D.C.: The Cato Institute, Center for Global Liberty and Prosperity, June 25, 2008."On the Measurement of Zimbabwe’s Hyperinflation", Cato Journal, Vol. 29, No. 2, Spring/Summer 2009 (with Alex K. F. Kwok). "World Hyperinflations", Cato Working Paper no. 8, August 15, 2012 (with Nicholas Krus).
[2]  La hiperinflación usualmente perturba: Antídoto en una tabla”. Artículo firmado por S. Hanke, aparecido en el diario El Universal, en fecha 29 de julio de 2017. Edición digital.  De acuerdo a este prestigioso economista, hay 56 países incluidos en esta conocida publicación, incluyendo a Venezuela como uno de los casos más recientes.
[3] La hiperinflación en Venezuela no es el objeto principal de nuestro análisis en este trabajo. Preferimos examinar países cuya comprobación es manifiesta y, ciertamente, peculiar, en cuanto a la inflación se refiere. El caso de Venezuela se encuentra aún en curso y las soluciones no afloran todavía en el horizonte. En Venezuela, la hiperinflación está por verse. En los días, meses o años que siguen. Quién sabe.
[4] El ilustre profesor Milton Friedman reiteró a lo largo de su extensa obra que: “la inflación es siempre y en todo momento un fenómeno monetario”. Veáse, específicamente, Friedman, Milton (1999). “La economía monetarista”.2da edición. Ediciones Gedisa. España
[5] Hazlitt, H. Lessons of the German Inflation. December1976, Volume: 26, Issue: 12 http://www.thefreemanonline.org/featured/lessons-of-the-german-inflation.  Consultada el 26/08/2017.
[7] S. Hanke y Ch. Bushnell. “Venezuela enters the record book the 57 th entry in the Hanke-Krus world hyperinflation table”. Studies applied in economy. Johns Hopkins Institute for Applied Economics, Global Health, and Study of Business Enterprise. SAE./No.69/December 2016.

[8] El país que dice adiós al billete de 100.000.000.000 de dólares”. Redacción BBC Mundo .12 junio 2015http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/06/150612_economía_zimbabue_billetes_hiperinflacion_aw. Consultada el 15/10/2017.


[9]Ibidem,http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/06/150612_economia_zimbabue_billetes_hiperinflacion_aw. Consultada 2l 15/10/2017.
[11] Este tema ha sido objeto de abundante bibliografía. Consideramos relevante para quién se plantee profundizar sobre esa problemática: Gerchunoff, P. y LLlach, L. (2005).”El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas argentinas”. Editorial Ariel Sociedad Económica. Buenos Aires. Kiguel, M. (2015).” Las crisis económicas argentinas. Una historia de ajustes y desajustes”. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. Braun M., y Llach, L. (2010).”Macroeconomía argentina”. 2da edición. Editorial Alfaomega grupo Editor. Buenos Aires. Utrera, G. (2013). “La inflación. Como comprender y combatir la enfermedad crónica de Argentina”. Editorial Edicon. Buenos Aires.
[12]  https://www.uade.edu.ar/.
[13] Veáse el trabajo del prof. Krikorian, M. “La hiperinflación de 1989/1990. Aportes y reflexiones sobre un episodio que marcó la historia argentina”. Universidad Nacional de la Plata. Publicado en http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/21022/documento_completo.pdf?sequence=1, consultado el 02/11/2107.
[14] En un artículo publicado por El País de España en 1989, Comas J. sostenía: ”El austral, la moneda creada por el Gobierno de Alfonsín con el plan económico del 15 de junio de 1985 con una cotización de 0,8 dólares por unidad, no existe prácticamente. Para comprar un dólar se necesitaban ayer en el mercado libre 560 australes. Esto representa una devaluación del 70.000 por ciento en cuatro años. La deuda externa subió de 45.000 millones de dólares a más de 60.000 hoy”. https://elpais.com/diario/1989/07/08/internacional/615852010_850215.html. Consultado el 14/11/2017.
[15] Ibidem, pág. 539.
[16]La ley contempló, entre sus aspectos más relevantes: la convertibilidad del austral en dólar. Modificación del Código Civil, autorizándose contratos en moneda extranjera. Eliminación de la actualización monetaria o desindexación, para evitar que se trasladara hacia adelante la inflación pasada. Se rebajaron los encajes bancarios de los depósitos en australes y se aumentaron los correspondientes a depósitos en moneda extranjera. A su vez, se autorizó al Banco Central a sacar ceros al austral y a cambiar la denominación del signo monetario. Es por eso que a partir del 1° de enero de 1992 la moneda pasó a ser el peso, igualada en paridad con el dólar”. “Informe económico: Primera etapa del gobierno de C. Menen”. https://historiaybiografias.com/menem02/. Consultado el 28/10/2017.

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