Roberto Frenkel
Exposición del Profesor Roberto
Frenkel en el 22do. Congresso Brasileiro de Economia. Belo Horizonte, Brasil, 6
al 8 de setiembre de 2017.
Quiero en primer lugar expresar
mi agradecimiento por la invitación que me hicieron los organizadores de esta
reunión. Agradezco y trataré de cumplir la difícil tarea que me encargaron.
Digo difícil porque me propusieron, con gran cortesía, que eligiera con
libertad el contenido de mi presentación…siempre que éste tocara los temas
centrales de esta reunión: el desarrollo económico, la justicia social y la
democracia. Trataré de satisfacer el pedido sin abandonar mi perspectiva
de macroeconomista del desarrollo.
Keynes, el fundador de la
macroeconomía, puso su foco en el pleno empleo. Un objetivo de justicia social,
indudablemente. Claro está que el pleno empleo es una condición necesaria de la
justicia social. Sin embargo, estar ocupado no asegura una vida sin penurias si
la jornada se dedica a un trabajo de baja productividad que genera un ingreso
miserable. Por eso, en nuestros países y en nuestros tiempos, el objetivo de
justicia social lleva a sumar al pleno empleo el propósito de lograr una
tendencia persistente de aumento del producto y la productividad, que facilite
un aumento rápido de los ingresos y el bienestar. Esta es la macroeconomía del
desarrollo, que amplía el foco original de nuestra disciplina. Más adelante
discutiremos con mayor detalle qué aspecto de la justicia social está
involucrado en el propósito de lograr un crecimiento rápido y sostenido.
En los países desarrollados, el
debate y la evolución de la macroeconomía después de su fundación se
concentraron en las políticas fiscal y monetaria. El tema del tipo de cambio no
era ignorado, particularmente por economistas de países “pequeños y abiertos”,
como Australia y Canadá. Pero la discusión de la cuestión cambiaria resultaba
algo abstracta, porque desde fines de los años cuarenta del siglo XX el tema
estaba institucionalmente cristalizado en los tipos de cambios “fijos pero
revisables” de los acuerdos de Bretton Woods, que en los años cincuenta y
sesenta estaban dando un marco eficaz, primero a la recuperación de la
posguerra y luego, a la expansión rápida del comercio internacional.
Debemos mencionar aquí también
que el compromiso de tipo de cambio fijo que implicaba la pertenencia al Fondo
Monetario Internacional resultó tempranamente conflictivo en varios países de
América Latina, de modo que ya hacia finales de los años cincuenta el debate
entre “estructuralistas” y “monetaristas” giraba en torno de la política
cambiaria y sus efectos sobre la inflación, el nivel de actividad, el empleo y
la distribución del ingreso. Varios países de América Latina, inspirados en ese
debate, consiguieron negociar con el FMI la flexibilización de sus regímenes
cambiarios en la primera mitad de los años sesenta, adoptando políticas de crawling-peg
pasivo que dieron marco a la mejor década de la posguerra en Argentina, Brasil,
Colombia y Chile. Esto es un antecedente importante para la macroeconomía del
desarrollo.
El sistema de Bretton Woods se
derrumbó entre 1971 y 1973. Esto dio un empuje importante al incipiente proceso
de globalización financiera. Los países desarrollados optaron por la flotación
cambiaria (con distintos grados de intervención), mientras los países en
desarrollo se ubicaron en lo que alguien llamó un “no sistema”, donde se
encontraba de todo, desde currency boards a las llamadas flotaciones
sucias. La macroeconomía incorporó entonces plenamente la discusión de la
política cambiaria, junto a las políticas fiscal y monetaria. Tan importante es
la política cambiaria que solemos caracterizar el régimen macroeconómico
vigente en un país por la institucionalidad de su sistema cambiario, hablando,
por ejemplo, de regímenes de tipo de cambio fijo o flotante. En resumen, lo que
hoy llamamos macroeconomía del desarrollo se enfoca en el pleno empleo y el
crecimiento sostenido y discute el manejo de tres instrumentos
interrelacionados: las políticas fiscal, monetaria y cambiaria.
Escribí hace un tiempo que la
mejor contribución al desarrollo que pueden hacer las políticas macroeconómicas
es mantener un tipo de cambio real competitivo y estable. Actualmente estoy aún
más convencido que en aquel momento. A mediados de los años ochenta ya había
bastante evidencia acumulada sobre la importancia del tipo de cambio real
competitivo y estable para alcanzar los objetivos de pleno empleo y crecimiento
sostenido, incluyendo las experiencias de Japón y los países de Europa en la
posguerra y la citada experiencia de los países de América del Sur en los años
sesenta. Y los resultados de investigación y las experiencias continuaron
acumulándose posteriormente. No solamente las experiencias de los casos
nacionales exitosos, como los del Este de Asia, sino también, por la negativa,
los casos de los procesos de fuerte apreciación de los tipos de cambio que
antecedieron las crisis externas y financieras del período de globalización
financiera. Más adelante, la historia de América del Sur de los recientes
quince años ha reforzado mi convicción. El período de términos de intercambio
muy favorables que dejamos atrás ofreció una oportunidad excepcional para dar
un salto en el proceso de desarrollo. Pero perdimos esa oportunidad y hay que
empezar de nuevo.
No estoy diciendo que lograr y
sostener un tipo de cambio real competitivo y estable deba ser la única meta de
la política macroeconómica, sino que la adopción de esa meta ordena y fija
límites a lo que las políticas fiscal, monetaria y cambiaria pueden y deben
hacer con relación a otras tareas de la política macroeconómica, como la
solvencia externa, la solvencia fiscal, el control de la inflación y la
estabilidad financiera. A continuación quiero desarrollar estas ideas, pero antes
de hacerlo debo definir el tipo de cambio competitivo.
En 1980 Raúl Prebisch visitó
Argentina y brindó una conferencia. En ese momento la llamada política de
“pautas cambiarias” del ministro Martínez de Hoz llevaba algo menos de dos años
de aplicación y Argentina todavía no había sufrido la crisis en la que
desembocó esa política. El tipo de cambio real estaba muy apreciado. Prebisch
comentó que ni siquiera la empresa más avanzada de Japón, que se instalara en
ese momento en Argentina, sería capaz de competir internacionalmente con el
tipo de cambio real que el país ostentaba entonces. Implícitamente, don Raúl
definía como competitivo al tipo de cambio real que, al menos, permitiera
producir y vender rentablemente a esa empresa de tecnología de punta. Es una
definición bien sintética, pero rigurosa. El tipo de cambio no debe ser alto y
estable para defender ineficiencias microeconómicas, sino para compensar las
externalidades negativas que el subdesarrollo impone a la producción de bienes
y servicios comerciables internacionalmente. A continuación desarrollamos con
cierto detalle las características del régimen macroeconómico que proponemos,
discutiendo al mismo tiempo la viabilidad de su instrumentación.
En primer lugar, el atributo de
estabilidad. La estabilidad del tipo de cambio real competitivo no significa
que éste deba mantenerse constante, como resultaría, por ejemplo de la
indexación del tipo de cambio nominal a la diferencia entre la tasa de
inflación local y la tasa de inflación internacional. Esta es la práctica que,
a grandes rasgos, utilizaron Argentina, Brasil, Chile y Colombia en los años
sesenta, en el contexto internacional previo al surgimiento de la globalización
financiera. Pero no sería recomendable en la actualidad, porque en un ambiente
de amplia movilidad internacional de capitales estimularía las apuestas
unilaterales de los inversionistas financieros y la volatilidad de los flujos
de capital.
La estabilidad que reclamamos se
refiere a la tendencia de medio y largo plazo del tipo de cambio real, tal como
es percibida por las expectativas de los potenciales inversores en actividades
comerciables internacionalmente. Invertirán si creen que el tipo de cambio real
competitivo del día de su decisión mostrará una tendencia estable a lo largo de
los años de vida de su proyecto. Un ejemplo de política cambiaria que satisface
ese requisito es la política de crawling-bands aplicada por el banco
central de Chile en los años noventa. Consiste en definir una trayectoria
virtual del tipo de cambio nominal, como la diferencia entre la inflación local
y la inflación internacional, y establecer bandas en torno a esa trayectoria,
que mantienen determinada proporción respecto de su eje central. El banco
central deja al mercado cambiario flotar libremente entre esas bandas e
interviene comprando o vendiendo moneda extranjera cuando el tipo de cambio
alcanza alguno de sus límites. Se ha aplicado también en otros países con
relativo éxito. Sin embargo, esta política enfrenta un problema cuando en el
mercado cambiario hay una presión sistemática en una determinada dirección, sea
hacia la apreciación o hacia la devaluación y consecuentemente, el tipo de
cambio queda “pegado” al límite de una de las bandas. En casos así el banco
central enfrenta un problema similar al que exhibe el régimen de tipo de cambio
fijo, pues en esas circunstancias la autoridad monetaria se ve obligada a
comprar o vender todo cuanto le pida el mercado. Afortunadamente, las “crawling
bands” no son la única forma de lograr la estabilidad a la cual nos
referimos.
La virtud de las “crawling
bands” es que dan certidumbre sobre el tipo de cambio real a medio y largo
plazo mientras preservan la incertidumbre de corto plazo. Es una propiedad
virtuosa, porque es ventajoso que el tipo de cambio fluctúe a corto plazo. La
volatilidad de corto plazo del tipo de cambio nominal (y consecuentemente del
tipo de cambio real) impone riesgo al arbitraje entre activos externos y
domésticos. Este riesgo tiende a reducir el flujo de capitales de corto plazo,
lo que facilita la tarea del banco central en el mercado de cambios, como
veremos adelante. Por esta razón argumento que el régimen cambiario de
flotación administrada es la mejor opción para instrumentar un tipo de cambio
real competitivo y estable. El régimen de flotación administrada combina la
volatilidad de corto plazo que provee la flotación en el mercado con la
capacidad de intervención discrecional del banco central. Claro está que a
mayor discrecionalidad, esto es, con menos compromisos del banco central, menor
será la certidumbre sobre el medio y largo plazo que la institución brinda a
los productores e inversionistas. En el régimen de flotación administrada, en
el que el banco central deja flotar el tipo de cambio y se reserva la facultad
de intervenir discrecionalmente, el banco central provee información al mercado
mediante sus intervenciones. Y la información que debe proveer es que a medio y
largo plazo el tipo de cambio real continuará siendo competitivo. Claro que no
está demás que el banco central y el gobierno difundan y expliquen el objetivo
de la política cambiaria. Que el gobierno y el banco central compartan el
objetivo es, de por sí, un mensaje importante. Pero la información más
relevante proviene de las intervenciones del banco central.
Es muy importante que el banco
central tenga en claro el propósito de esas intervenciones. El principal
objetivo de las intervenciones del banco central deben ser las expectativas del
mercado sobre el tipo de cambio real futuro, porque de estas expectativas
dependen las decisiones de inversión y empleo en actividades comerciables
internacionalmente. Para que el mensaje del banco central se transmita
claramente, las intervenciones tienen que ser exitosas.
En los años de términos de
intercambio muy favorables que hemos dejado atrás, cuando los ingresos de
capital se sumaban a los resultados de la cuenta corriente para establecer una
presión vendedora de moneda internacional de forma prácticamente continua, he
sido testigo de las quejas de directores de los bancos centrales de Brasil y
Colombia. Argumentaban que sus importantes intervenciones compradoras se
mostraban incapaces de alterar la tendencia a la apreciación del tipo de
cambio. Pero esto no debería ocurrir. En contextos en que hay un exceso de oferta
de moneda internacional al precio que pretende el banco central, éste se
encuentra siempre en condiciones de imponer su voluntad en el mercado. Le basta
comprar toda la moneda internacional que ofrece el mercado al precio que el
banco central pretende sostener. Esto siempre es posible en un momento. Más
adelante comentaré bajo qué condiciones es una política sostenible en el
tiempo.
Para ser exitosas, las
intervenciones del banco central en el mercado de cambios deben ser
contundentes. Y deben ser exitosas para que la intención y el poder de la
entidad queden bien en claro. Un buen ejemplo histórico reciente de
contundencia es la intervención del banco central de Suiza en setiembre de 2011
para poner un techo al precio del franco, cuando la crisis financiera de la
zona del euro empujaba los capitales a buscar refugio en el franco suizo. El
banco central hizo público entonces que estaba dispuesto a comprar al precio
que decidió defender toda la moneda extranjera que ofreciera el mercado. Fue
una intervención contundente y exitosa. Cuando al precio que quiere defender el
banco central hay un exceso de demanda de moneda doméstica, éste siempre puede
ofrecerla en forma ilimitada. La pregunta es si con esto la autoridad pierde el
control de la política monetaria. Y la respuesta es que no lo pierde, como
veremos más adelante.
Si el banco central es
convincente en sus intervenciones, el mercado esperará una tendencia a medio y
largo plazo del tipo de cambio nominal igual a la tendencia esperada de la
inflación local menos la tendencia esperada de la inflación internacional. En
este contexto no hay una expectativa de tipo de cambio futuro independiente de
las expectativas inflacionarias. El tipo de cambio nominal esperado será un
resultado de las expectativas de inflación local e internacional. Obviamente,
esto implica que la política cambiaria es neutral con respecto a la inflación.
En un régimen de tipo de cambio real competitivo y estable el tipo de cambio no
puede usarse como instrumento antiinflacionario.
La adopción de una política de
tipo de cambio real competitivo y estable impone ciertos requerimientos a las
políticas fiscal y monetaria y también la necesidad de que las tres políticas
macroeconómicas sean coordinadas. Para exponer este punto es necesario un
circunloquio teórico.
El “trilema” es un teorema muy
difundido de la macroeconomía abierta. Muchos economistas lo tienen por
indudablemente válido, pese a que se funda en la supuesta vigencia de la
versión pura de la paridad descubierta de las tasas de interés (uncovered
interest parity). El trilema dice que la política económica de un país
inserto en la globalización financiera no puede alcanzar simultáneamente tres
objetivos: preservar la libre movilidad de capitales, controlar la tasa de
interés local y determinar el precio de la moneda internacional en el mercado
de cambios. En un contexto de libre movilidad de capitales, el trilema dice que
si el gobierno (el banco central) controla el tipo de cambio mediante
intervenciones en el mercado cambiario, necesariamente pierde el control de la
tasa de interés, esto es, pierde el control de la política monetaria. El
trilema es el principal fundamento del régimen de flotación pura que muchos
economistas de nuestros países consideran ideal, aunque nunca consigan ponerlo
en práctica cuando son autoridades del banco central.
Pese a que muchos economistas lo
creen universalmente válido, el trilema no es válido en toda circunstancia. El
trilema no es válido cuando en el mercado hay una oferta abundante de moneda
internacional que presiona a la apreciación del tipo de cambio. América Latina
vivió esta situación en los años 2000s, hasta hace pocos años. En esos
contextos es posible controlar el tipo de cambio sin perder el control de la
política monetaria.
Esa es la conclusión de un par de
trabajos que escribí hace unos años, tratando de extraer lecciones de las
experiencias nacionales en los años 2000s. En esos trabajos he mostrado que es
posible mantener el control de la tasa de interés local mientras el banco
central hace intervenciones compradoras en el mercado de cambios para evitar la
apreciación de la moneda. Y mostré también que, bajo determinadas condiciones,
esa política es sostenible en el tiempo. En otras palabras, he mostrado que el
banco central puede esterilizar sostenidamente la expansión de base monetaria
resultante de las intervenciones compradoras, sin que el efecto de la
esterilización sea necesariamente el aumento de la tasa de interés instrumental
de la política monetaria. La cuestión clave en este punto es la sostenibilidad
en el tiempo de las operaciones de esterilización, que depende del costo
financiero en que incurre el banco central por sus operaciones de intervención
cambiaria y esterilización.
Las condiciones que viabilizan
esa política son: i) al tipo de cambio que el banco central tiene como meta hay
un exceso de oferta en el mercado de moneda internacional. Esto es, la
intervención del banco central procura evitar a apreciación de la moneda
doméstica. ii) la tasa de interés local no puede tomar cualquier valor, tiene
que ser menor que cierta tasa máxima. Obsérvese que siempre es posible
esterilizar a cualquier tasa, pero para que las intervenciones esterilizadas
sean sostenibles en el tiempo la tasa de interés no debe superar cierto máximo,
que se calcula en función de la tasa de interés internacional y otros
parámetros conocidos. Tasas de interés mayores que ese máximo llevan a un
aumento insostenible del déficit financiero del banco central. Bajo las dos
condiciones mencionadas el trilema no es válido: se puede controlar el tipo de
cambio y la tasa de interés aún en un contexto de libre movilidad de capitales.
El trilema es válido, en cambio,
en condiciones en las que hay exceso de demanda de moneda internacional al tipo
de cambio que el banco central quiere defender. Esto es, cuando el banco
central quiere evitar la depreciación de la moneda local. En este caso la
política cambiaria enfrenta el límite que le imponen las reservas disponibles y
se hace imprescindible elevar la tasa de interés local para frenar la pérdida
de reservas.
Así como la sostenibilidad de la
esterilización le impone un límite máximo a la tasa de interés, la libre
movilidad de capitales le fija un mínimo. La tasa de interés, descontada por
las primas de riesgo país y riesgo cambiario, debe ser igual o mayor que la
tasa de devaluación esperada, para compensar el riesgo país y la preferencia
por moneda internacional que exhiben los ahorristas latinoamericanos. Si la
tasa de devaluación esperada es igual a la tasa esperada de inflación menos la
tasa esperada de inflación internacional, como debe ocurrir en un régimen de
tipo de cambio real competitivo y estable en funcionamiento, la tasa de interés
real esperada, descontada por las primas de riesgo país y riesgo cambiario, debe
ser igual o mayor que la tasa de interés real internacional.
Dicho en forma más sencilla, la
tasa de interés real debe ser positiva pero moderada. No debe ser muy alta
porque, por un lado, atraería flujos de capitales en demasía y por otro, haría
insostenible a medio plazo la tarea de esterilización del banco central. Un
ejemplo reciente de insostenibilidad es la política de intervenciones
compradoras esterilizadas que siguió el banco central de Brasil en la década
2004-14. El banco central hizo voluminosas compras de moneda internacional, que
fueron esterilizadas para preservar la tasa de interés instrumental de la
política monetaria. Como esa tasa era mayor que la tasa máxima sostenible, las
operaciones de esterilización fueron un factor importante de la acumulación
insostenible de deuda pública doméstica, esto es, de la generación de una
tendencia explosiva del ratio deuda pública/producto.
Con relación a la política
fiscal, el régimen de tipo de cambio real competitivo y estable requiere
superávit fiscal o déficit moderado. Una situación fiscal superavitaria permite
que el gobierno compre moneda internacional en el mercado. Esto facilita la
política monetaria porque da lugar a que el banco central compre menos moneda
internacional y consecuentemente, a que sea también sea menor el volumen de las
operaciones de esterilización necesarias.
Un déficit fiscal excesivamente
alto, si es financiado en moneda doméstica, requeriría una tasa de interés
también muy alta, que puede hacer insostenibles las operaciones de
esterilización. Si el déficit fiscal excesivamente alto es financiado en moneda
extranjera, la política de esterilización también se hace insostenible a medio
plazo, imposibilitando la política cambiaria.
En resumen, el régimen de tipo de
cambio real competitivo y estable es viable y tenemos suficientes conocimientos
sobre como instrumentarlo consistentemente. ¿Por qué no se ha extendido entre
los países de América Latina? Las aplicaciones más recientes del régimen se
restringen a unas pocas experiencias exitosas: Chile en los años noventa,
Argentina entre 2003 y 2008. Pero esas políticas fueron abandonadas.
Puede argumentarse que la
viabilidad del régimen requiere de una oferta abundante de moneda internacional
en el mercado de cambios y que esta no es una situación común. Esto es muy
discutible. Un tipo de cambio real competitivo induce por sí mismo resultados
positivos en la cuenta corriente del balance de pagos. Y los capitales
internacionales tienden a fluir más hacia los países que muestran cuentas
corrientes robustas. De modo que las condiciones externas no parecen ser la
principal restricción para la instrumentación del régimen. La restricción puede
encontrarse en las condiciones domésticas, por ejemplo, cuando la urgencia de
la política económica es frenar una inflación muy alta y resulta ineludible
utilizar el ancla cambiaria. O cuando la tasa de interés instrumental de la
política monetaria es muy alta, como ocurrió en Brasil. Pero varios países de
la región reunían condiciones que hubieran permitido la instrumentación de un
régimen de tipo de cambio real competitivo y estable y no lo hicieron. ¿Por qué?
Se pueden ensayar varias
respuestas, que involucran cuestiones tales como intereses
internacionales, la posición y el rol de los organismos multilaterales, las
ideas que dividen la profesión de los economistas, etc. En lo que resta de mi
presentación voy a dejar esas respuestas de lado para ensayar una que traiga a
la discusión la justicia social y la democracia, como querían los organizadores
de esta reunión.
Al comienzo de esta presentación
manifesté que la meta de crecimiento rápido y persistente que se propone la
macroeconomía del desarrollo constituye una ampliación del objetivo de justicia
social de la macroeconomía, circunscripto originalmente al pleno empleo. ¿En
qué sentido la meta de crecimiento rápido es un objetivo de justicia social? Es
claro que la expansión rápida del producto y la productividad aumentan
rápidamente la oferta de recursos, lo que facilita el manejo de los conflictos
distributivos y la atención de diferentes demandas sociales. Pero éste no me
parece el punto principal. Encuentro la principal virtud social del crecimiento
rápido en que el aumento de los ingresos más bajos tiende a reducir rápidamente
la pobreza, aunque la distribución del ingreso no mejore a lo largo del
proceso, y aún en el caso de que empeore, como ocurrió en China.
En una evolución virtuosa del
régimen de tipo de cambio real competitivo y estable, la distribución funcional
del ingreso permanece inalterada si los salarios reales aumentan a la tasa de
crecimiento de la productividad. En este caso el costo laboral unitario
permanece constante y también los precios. El salario real aumenta al ritmo de
la productividad, sin inducir inflación. Como la tendencia del tipo de cambio
nominal es igual a la tendencia de la inflación menos la tendencia de la
inflación internacional, también tiende a permanecer constante el costo laboral
unitario en moneda internacional (que es otra forma de expresar el tipo de
cambio real). Aunque el salario real aumente continuadamente, el costo laboral
unitario en moneda internacional seguirá siendo competitivo.
Esa evolución virtuosa se pierde
si los salarios reales aumentan más rápido que la productividad. En este caso
la inflación tiende a acelerarse. Y se experimentaría una aceleración continua
si, en ese contexto, el gobierno mantiene la política de sostener un tipo de
cambio real competitivo y estable.
Cuando los salarios reales
aumentan a una tasa superior a la de la productividad, una forma de evitar o
moderar la aceleración de la inflación es “atrasar” el tipo de cambio. La noción
se usa poco en Brasil. En cambio, tan difundida ha sido esta práctica en la
historia argentina que la noción de “atraso cambiario” no requiere mucha
explicación en mi país, casi todo el mundo entiende que el tipo de cambio
nominal tiende a aumentar menos que los precios y obviamente, menos que los
salarios. Atrasar el tipo de cambio es una forma de hacer lugar a un aumento de
los salarios reales mayor que el aumento de la productividad minimizando el
impacto sobre la inflación. El costo laboral unitario en moneda internacional
aumenta continuadamente y consecuentemente, se va reduciendo la competitividad
internacional de la economía.
Ese proceso de aumento de los
salarios reales no es sostenible. Por un lado, el empleo, la producción y la
capacidad instalada de las actividades comerciables internacionalmente se
contraen y se reduce el ritmo de crecimiento de la economía. Por otro lado, la
pérdida de competitividad genera un desequilibrio creciente en el sector
externo que no puede financiarse indefinidamente. De modo que en algún momento
el tipo de cambio real tiene que ser “corregido” por una devaluación discreta.
La devaluación que procura un
tipo de cambio real más competitivo tiene efectos complejos: sobre la
inflación, distributivos, reales y financieros. Para mantenerme en línea con
los argumentos precedentes me enfoco aquí exclusivamente sobre sus efectos
sobre la inflación y los salarios reales. La magnitud de los impactos sobre
estas variables depende de la proporción de bienes y servicios comerciables
internacionalmente que entran en la canasta de consumo de los asalariados. Esta
componente es relativamente alta en Argentina, que tiene a los alimentos como
principal producto de exportación. Es probablemente menor en Brasil y es
seguramente mucho menor en Chile, que no exporta bienes-salario y cuya canasta
de consumo contiene una proporción importante de alimentos no comerciables.
Pero en todos los casos, con diferentes magnitudes, la devaluación acelera la
inflación y provoca la reducción de los salarios reales. También induce
generalmente un impulso contractivo, que en ocasiones se ha visto compensado
por otros efectos de signo expansivo.
Obsérvese que para preservar un
funcionamiento virtuoso del régimen de tipo de cambio real competitivo y
estable se requiere moderación por parte de los asalariados. Y para instalarlo
cuando la economía se encuentra con el tipo de cambio real apreciado se
requiere aún más, porque para esto los asalariados deben aceptar un sacrificio
transitorio.
Podemos imaginar un liderazgo
político convencido y convincente, capaz de plantear la conveniencia
estratégica del régimen de tipo de cambio real competitivo y estable y capaz
también de generar consenso y poder para instrumentarlo. Pero resulta difícil
imaginar ese liderazgo emergiendo en nuestras democracias. No me refiero
solamente a los gobiernos, sino a los sistemas políticos en conjunto. ¿Alguien
ha escuchado a un político defendiendo el tipo de cambio real alto? ¿Y
recibiendo votos por esto?
Nos hemos enamorado de los tipos
de cambio apreciados, que endulzan el corto plazo a costa de un futuro peor. No
fue siempre así. En el pasado nuestros países fueron capaces de concebir
estrategias de desarrollo, debatirlas políticamente e instrumentarlas más o
menos consistentemente. ¿Qué cambió? En primer lugar, la incorporación de
nuestros países al proceso de globalización financiera desde mediados de los
años setenta, que dio lugar a la falsa idea de que podíamos aprovechar
fructíferamente el “ahorro externo”. Y más recientemente, la experiencia de una
década de términos de intercambio muy favorables, que despertó la ilusión de
que podíamos vivir de la renta de los recursos naturales. Ahora esas ilusiones
deberían haberse disipado. Hay que empezar de nuevo el camino del desarrollo y
en esto le cabe a los economistas explicar, y explicar, y explicar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario