Enrique Viloria Vera
Los estudiosos de la Historia de la Economía Política
coinciden en señalar que fue Adan Smith quien introdujo el término
mercantilismo para referirse al sistema comercial o mercantil. Existe también
consenso en afirmar que más que un sistema económico en sí mismo, el mercantilismo
fue más bien un tiempo, una época, una fase especial del acontecer económico,
caracterizada por la homogeneidad relativa de las prácticas económicas, y en
especial comerciales, – y no
necesariamente por principios o preceptos formales – adoptadas por diversos
países en el lapso que transcurrió de la Edad
Media hasta la época liberal.
En este orden de ideas, el
mercantilismo se asocia con el nacimiento de los modernos Estados Nacionales
europeos. Por supuesto que cada Estado Nacional adoptó su propia manera de
hacer las cosas en términos del mercantilismo: en Francia tomó el nombre de
Colbertismo; en Alemania y Austria se denominó Cameralismo; en Inglaterra se le
atribuye su origen, hacia 1550, vinculado con las propuestas del grupo de los
bullionistas, o de los chavistas venezolanos de la actualidad.
El descubrimiento de América
incorporó una nueva corriente mercantil a las dos que los españoles atendían
comercialmente para la época: la de norte de Europa y la del Mediterráneo. Fray
Tomás de Mercado, en su obra Suma de
Tratos y contratos de 1569, narra que, para entonces, España “tiene
contratación en todas partes de la Cristiandad y aun en Berbería. A Flandes cargan
lanas, aceites y bastardos; de allí traen todo género de mercería, tapicería y
librería. A Florencia envían cochinilla, cueros; traen oro hilado, brocados,
perlas, y de todas aquellas partes gran multitud de lienzos. En Cabo Verde
tienen el negocio de los negros, negocio de gran caudal y mucho interés. A
todas las Indias envían grandes cargazones de toda suerte de ropas; traen de
ellas oro, plata, perlas y cueros en grandísima cantidad…Todos los factores
(comerciales) penden unos de otros, y todo casi tira y tiene respecto al día de
hoy a las Indias, Santo Domingo, Tierra Firme y México, como partes do va todo
lo más grueso de ropa y do viene toda la riqueza del mundo.”
Las ingentes cantidades de oro,
plata y piedras preciosas traídas de las Indias a España contribuyeron, en lo
político, a fortalecer el poder de la monarquía, al concentrar en manos del rey
la casi totalidad de las rentas coloniales y, en lo económico, a profundizar el
carácter mercantilista de la economía española.
Este intenso comercio con las Indias Occidentales, con América, promovió
el desarrollo y consolidación del mercantilismo español, el cual se sustentó en
instituciones y prácticas como las siguientes:
·
La imposición de
un monopolio comercial: mediante el llamado pacto
colonial el producto de la exportación de metales preciosos desde las colonias
americanas fue la base de la percepción por parte de la monarquía española del
llamado quinto real, aplicado igualmente a las diversas mercancías o productos
–alimenticios, manufacturados, de lujo – que eran enviados a América. A los
efectos de la recaudación de este impuesto España constituyó un monopolio
comercial controlado por la Casa
de Contratación, creada en 1503 y sita en Sevilla. Esta institución tenía como
objetivo fundamental reunir en sus almacenes todas las mercaderías que se
exportaban a las Indias y se importaban de las mismas, y a presidir sus compra,
venta y transporte.
·
La protección y defensa de las
rutas comerciales: España
puso en práctica una política de convoyes armados –flotas de Nueva España y
armadas de Tierra Firme – que permitía la protección de los envíos comerciales
y el control de la recaudación de los impuestos derivados del comercio con las
colonias, aunque la multiciplicidad y complejidad de los procedimientos
administrativos alargaban los tiempos de navegación. Las flotas que partían
anualmente desde Sevilla tenían destinos diferentes: la primera se dirigía al
Sur, a Venezuela, Nueva Granada y Diarén, la segunda tomaba rumbo a las grandes
islas, Honduras y Nueva España; a partir de esos centros se establecían dos
rutas por el Pacífico: el célebre Galeón
de Manila que partía de Acapulco con productos de inconmensurable valor, y
el codiciado enlace con el Perú y Chile. Desde 1554, los navíos no regresaban
juntos a la metrópoli, ya que los provenientes de Nueva España llegaban más
tarde a Cuba.
Este esquema mercantilista
español sustentado en prácticas monopólicas y fiscalistas, ha sido ampliamente
cuestionado. Las críticas más relevantes se relacionan con los siguientes
argumentos:
·
La hegemonía política fue alcanzada sin contar con el florecimiento
económico, la
Hacienda Española practicó como único sistema el de trampa y
adelante, siempre empujada por la perentoriedad de lo político y lo militar.
·
El deseo de atesorar y valorizar el oro de las Indias se vio
prontamente frustrado, debido a que la escasa producción nacional hacía
indispensable la importación de bienes desde otras naciones, lo que condujo a
tener que utilizar los metales preciosos para pagar el saldo negativo de la
balanza comercial y los empréstitos que los reyes obtenían para financiar la
hegemonía política y militar. Así, los beneficiarios finales del mercantilismo
español fueron los financistas y comerciantes extranjeros. Ya las Cortes de
1588 a 1593 lo habían registrado: “Con
poder estar (nuestros reynos) los más ricos en el mundo oro y plata en ellos ha
entrado y entra de las Indias están los más pobres porque solo sirven de puente
para pasarlos a los otros Reynos nuestros enemigos y de la
Santa Fe
Católica…”
·
En lo referente al comercio monopólico, un sinnúmero de restricciones
y un monopolio en demasía celoso, sumados a un creciente contrabando ejercido
por extranjeros en Cádiz o en Sevilla, son el resultado final de la historia
comercial de España con las Indias. Así la Corona de Castilla vio pasar el comercio con el
Nuevo Mundo a manos rivales, su marina reducida a niveles insospechados
conducida por tripulaciones y bajeles suministrados por comerciantes
extranjeros, quienes desviaban la riqueza española en su propio origen.
·
Las repercusiones de la política mercantil fueron desastrosas para
los burgueses nacionales, quienes perdieron la influencia que habían tenido; la
nobleza sobre la que se apoyaba el absolutismo, empleó las disponibilidades
financieras que se le atribuían en la compra de fincas, promoviendo así la creación
de inmensos e ineficientes latifundios, trabajados por un campesinado que vivía
míseramente.
·
Entre 1500 y 1650 se triplica la cantidad de metales preciosos.
Las entradas de oro y plata superaron la producción de bienes y servicios y,
ante el temor a la escasez o aumento de los precios, se efectuaron compras
inmediatas de oro y plata: De esta forma, se aceleró la circulación del dinero
y los precios subieron, mientras que los salarios se incrementaron a un ritmo
menor que los precios. La inflación en España fue también un producto de su
política mercantilista. Ya en 1608, Pedro de Valencia lo advertía: “El daño
vino del haber mucha plata y mucho dinero, que es y ha sido siempre…el veneno
que destruye las Repúblicas y las ciudades. Piénsase que el dinero las mantiene
y no es así: las heredades son labradas y los ganados y pesquería son las que
dan mantenimiento.”
·
Al no existir empleo bien remunerado en la agricultura, y muy poco
o ninguno en la industria o el comercio, la población española terminó empleándose
en la
Administración Pública o en órdenes religiosas. A fines del
siglo XXVIII, los empleados estatales eran la quinta parte del censo y un 30%
de los españoles formaban parte del clero o de órdenes religiosas, o vivían a
expensas de la
Iglesia Católica.
Cualquier comparación con el Socialismo
del Siglo XXI – léase Capitalismo de Estado Bolivariano – no es mera
coincidencia.
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