miércoles, 14 de marzo de 2018

¿Por qué la dolarización puede no ser una buena idea para Venezuela?

Tomado de
Prodavinci2017_Logo_Big
13/03/18

¿Por qué la dolarización puede no ser una buena idea para Venezuela?

POR Leonardo Vera

Un viejo adagio dice que “tiempos desesperados traen medidas desesperadas” y, en efecto, una crisis económica tan profunda y prolongada, con daños acumulados tan inmensos como los sufridos por la población venezolana en los últimos años, donde la inestabilidad apremia y la responsabilidad de los decisores se ha extraviado, no podía esperar más. Por eso, de un tiempo para acá, campean en la comarca la magia y las “balas de plata”.

Ahora es la dolarización la que aparece como la solución a la inestabilidad en los precios y los enormes desequilibrios que nos trajeron a la hiperinflación. A diferencia de ciertas soluciones desplegadas por el gobierno de Maduro, como los controles de precios, los controles de márgenes y todas esas especies, ésta, no cabe duda, tiene más respeto intelectual y asidero real. Bien vale recordar que, a finales de los años 90, varios respetados economistas arbitraban en Washington por los beneficios de su implementación. Hoy, tres países de la región usan el dólar norteamericano como moneda oficial y uno de ellos, Ecuador, llegó a esta solución en medio de una compleja crisis económica que llevó al país casi al borde de la hiperinflación hacia finales de los años 90. Sin embargo, también hace falta recordar que en ninguno de los casos latinoamericanos donde la hiperinflación se hizo presente, y donde la moneda quedó fatalmente pulverizada, se optó por la dolarización para conjurar la crisis inflacionaria. Fueron más bien un conjunto de políticas macroeconómicas de estabilización, acompañadas de reformas monetarias e institucionales, las que lograron desinflar los precios y sentar las bases de la recuperación. Ningún caso fue del todo igual, lo que en esencia valida la idea de que para estabilizar hay varios caminos.

Desde los años 90, el debate sobre la dolarización ha sido nutrido. Sus posibles o supuestos beneficios han sido bien expuestos: es fácil de implementar; genera un quiebre abrupto en la dinámica de los precios; acaba con la emisión desordenada de dinero; reduce el riesgo cambiario (promoviendo inversiones externas); impone disciplina fiscal, y, finalmente, la estabilidad asociada configuraría el clima perfecto para el crecimiento sostenido. La mitad de estas afirmaciones son falsas, como explicaremos a continuación, pero lo que más nos interesa destacar en estas breves líneas son dos asuntos esenciales: (a) transitar hoy día hacia una dolarización plena en Venezuela es una tarea más compleja de lo que se cree y (b) la dolarización para nada es un traje a la medida para una economía petrolera como la venezolana.

Las complejidades de la implementación de la dolarización plena en Venezuela

Lo primero que se le debe explicar a cualquier público lego en la materia es que para dolarizar hay que tener dólares, y los dólares se fabrican en Washington y en Fort Worth para luego ser emitidos por los 12 bancos de la Reserva Federal. Todo país que decide renunciar a su soberanía monetaria pierde el poder de emisión y el dinero que pone en circulación —si fuera el caso el dólar— proviene de la acumulación de reservas en divisas que se tengan y de los saldos en dólares que periódicamente resultan de sus operaciones comerciales y financieras. Muchas economías que optaron por un proceso de dolarización lo hicieron porque de facto el dólar se fue convirtiendo en el medio de pago habitual de la sociedad.

Es aquí donde comienzan los problemas de la dolarización para Venezuela. La economía venezolana no está dolarizada, pues las transacciones en dólares por años han estado prohibidas y sancionadas. El sistema financiero no trabaja en dólares y los empleados públicos (en más de 3 millones) cobran penosamente en salarios fijos y en bolívares, al igual que los trabajadores del sector privado. En contraste, y a manera de ejemplo, cuando Ecuador optó por la dolarización, el 54% de los depósitos del público en el sistema financiero eran en cuentas en dólares y el 47% del cuasidinero y el 66% de la cartera de crédito estaban expresados en dólares.

Lo que se ha dolarizado en Venezuela son los precios de una buena parte de los bienes transables de consumo final e intermedio, así como de muchos servicios, pues a falta de información sobre el ritmo de cambio en los mismos, el tipo de cambio paralelo se ha convertido en un indexador perfecto. Pero eso no facilita para nada la implementación de la dolarización.

Si Nicolás Maduro y la ANC en un arrebato similar al visto el 11 de diciembre de 2016 (cuando se decidió darle un plazo de 72 horas a los venezolanos para salir del billete de 100 bolívares) decidieran emitir un decreto con rango constitucional para ir a la dolarización, entonces se encontrarían con que en el Banco Central no hay reservas líquidas por más de 1.000 millones de US$, así que para canjear sus pasivos en moneda nacional —que hoy están en 92,2 billones de bolívares—, el instituto tendría que usar una tasa de cambio de 92.291 Bs./US$. Esa tasa es más de 2 veces la tasa oficial que se emplea en las subastas del DICOM y que hoy día se emplea, además, para la contabilidad oficial de las empresas y del sector público. Así que de entrada le vendría a la economía venezolana un aumento en la tasa de cambio de más del 100%.

Pero ese no es el problema más relevante. Los problemas más relevantes son: ¿cómo quedamos?, ¿y ahora qué? El cómo quedamos ya fue respondido muy claramente en un excelente artículo publicado en Prodavinci, por Omar Zambrano. Su respuesta es “miniaturizados”. Para tener una idea del tamaño al que se reduce la economía venezolana después de una dolarización con tasa de conversión de 92.291 Bs./US$, usemos el sistema financiero como ejemplo. A la tasa de 92.291 Bs./US, el tamaño del activo de todo el sistema financiero nacional sería alrededor de 1.530 millones de dólares. Esto no es más que el 13% del tamaño del activo de toda la banca de Bolivia, un país cuya población es apenas un tercio de la población venezolana. Con respecto a Colombia,  el activo de la banca venezolana no llegaría siquiera al 1%. De hecho, si la banca nacional destinara todo su activo para dar un sólo crédito, digamos a la construcción de la línea 5 del Metro de Caracas, éste cubriría nada más al 39% del costo total del proyecto.

Dar respuesta al “¿ahora qué?” pudiera ser aún más dramático. Venezuela no tendría que esperar 7 años como Zimbabue (el más reciente dolarizador) para confrontar una severa escasez de dólares. ¿Por qué? En esencia, porque el país tiene un saldo creciente de cuentas por pagar en la cuenta financiera de la balanza de pagos (deuda pública externa) y su cuenta corriente, aunque superavitaria por el salvaje recorte de las importaciones, aún no cubre las obligaciones financieras externas. Así que sólo reestructurando sus pasivos externos, con acceso masivo al crédito internacional, o con ingentes inversiones extranjeras, la cantidad de dólares circulando en la economía podría aumentar. Pero el problema no está sólo en esa imagen, si se quiere, fotográfica. Venezuela necesita para comenzar a crecer y salir de la recesión importaciones anuales no de 12.000 millones de dólares como hoy día, sino entre 35.000 y 40.000 mil millones de dólares al año, pues hay que atender una realidad  donde el 70% de lo que se importa son insumos, materias primas, repuestos, partes y bienes de capital que requiere el sector productivo nacional (hoy más dependiente que nunca de las importaciones). Semejantes montos suponen años consecutivos de déficit en la cuenta corriente, hasta tanto las exportaciones petroleras y no petroleras se recuperen. La dolarización por sí sola no cambia este cuadro, sino que lo hace más evidente. La economía venezolana no tiene, por así decirlo, la energía interna suficiente para producir los dólares que requiere para crecer a corto plazo.

Así que la dolarización bien podría tumbar la tasa de inflación, pero la vida no va a ser mucho mejor en una economía que no crezca y donde la gente haga largas colas para obtener efectivo de los bancos. Eso es Zimbabue hoy día, una economía dolarizada. Si la escasez de dólares es percibida claramente por la gente, la libre movilidad de recursos que supone la dolarización pondría al sistema financiero en graves aprietos, elevando el riesgo de una crisis financiera en el peor de los mundos y sin un prestamista de última instancia.  

La dolarización por sí sola tampoco cambia el cuadro fiscal. La administración pública se encontraría al día siguiente con una brecha fiscal de 20 puntos del PIB que ahora no puede ser financiada ni cambiaria ni monetariamente. Sin acceso al crédito internacional o a alguna otra fórmula salvadora, el ajuste fiscal tendría que ser de inmediato y brutal. Esto habría que encararlo  sin una recuperación de la economía privada que pueda, a corto plazo, absorber el choque en el empleo y en el alza de tarifas de bienes y servicios públicos. Los inmensos compromisos por servicio de la deuda pública externa que aún tiene Venezuela de aquí al año 2027 deben ser atendidos, pero, en el cuadro de escasez de divisas, el riesgo de default no cambia en ningún sentido para los acreedores. Así que la dolarización puede minimizar el riesgo cambiario, pero no el riesgo de default.

Entre las pocas cosas que los promotores de la dolarización reconocen está el ajuste de facto del salario. Francisco Rodríguez, un nuevo promotor del esquema, incluso parece verlo conveniente cuando afirma: “Un exportador de petróleo que sufre de una caída en los precios del crudo necesita que sus sueldos en dólares caigan para estimular la producción de bienes exportables y aquellos que compiten con importaciones”. Difícil encontrar una fórmula más brutal e inconveniente socialmente para ganar eficiencia. ¿De qué nivel de salarios estamos hablando? A una tasa de conversión de 92.291 Bs./US$, el salario mínimo integral mensual quedaría en 14,17 dólares. ¿Qué puede hacer alguien en una economía dolarizada con un sueldo de 14,17 dólares al mes? Según Francisco Rodríguez, esperar a las “reformas estructurales que lleven a Venezuela de vuelta a una economía de mercado funcional”, así “los salarios en dólares aumentarían continuamente hasta converger con los de los países vecinos”.

En una economía sin flujos importantes de crédito, sin dólares para aumentar las importaciones de insumos y materias primas y sin ningún tipo de palanca fiscal, monetaria y cambiaria, no hay forma de crecer a corto plazo y, sin crecimiento de la producción, tampoco puede haber crecimiento de los salarios. Así que la esperanza de aumentar esos 14 dólares al mes depende de cómo nos vaya con la dolarización en el largo plazo. Parafraseando a Keynes, quizás para entonces todos estemos muertos. Veamos en cualquier caso cómo se vislumbra ese largo plazo en una economía petrolera como la venezolana una vez dolarizada.

El largo plazo de una economía petrolera dolarizada

Venezuela no ha logrado consolidar desde hace casi 4 décadas un proceso de crecimiento sostenido que se traduzca en bienestar y mejor calidad de vida para la gente. A lo sumo, la economía ha crecido por períodos de dos o tres años para luego entrar en una cruda crisis recesiva a la espera de un nuevo impulso a menudo atado a los precios del petróleo. En las últimas 4 décadas, la tasa de crecimiento promedio de la economía venezolana es 0,48% y, en las últimas 2, es de -0,68%. Santos y Barrios (2017) estiman que para recuperar tan sólo el PIB por habitante que teníamos en el año 2013, Venezuela debería crecer en forma sostenida, por un periodo de 10 años y a una tasa del 4,6%. Así que los desafíos de crecimiento son enormes.

Hay varias razones que explican esta volatilidad y escasa profundidad del crecimiento de la economía venezolana en las últimas décadas, pero hay dos de ellas muy importantes: la volatilidad de los ingresos petroleros externos y el carácter procíclico de la política fiscal. Así que, para subir progresivamente desde un salario mortal de 14 dólares al mes apelando al crecimiento sostenido, nuestra economía debe encarar al menos esos dos grandes problemas.

Lamentablemente, las noticias en este campo no son buenas para una economía petrolera dolarizada. Como muy bien explican Roubini y Setser (2003), la volatilidad de la economía a los vaivenes del precio y del ingreso petrolero aumenta cuando está dolarizada, en franco contraste con los regímenes cambiarios de más flexibilidad. La tesis ha sido contrastada empíricamente por Edwards y Magendzo (2004), quienes en efecto encuentran que, en economías “estrictamente” dolarizadas, la volatilidad del producto es mayor que en las no dolarizadas. En el caso venezolano, una caída inesperada de los precios del petróleo, por ejemplo, disminuye los ingresos fiscales y obliga de inmediato a un ajuste en el gasto público, afectando el ritmo de actividad económica. Si no se cuenta con un fondo de estabilización o con acceso a los mercados de deuda, no es posible suavizar los efectos de este tipo de reversión en los ingresos petroleros.

Venezuela no sólo carece de un fondo de estabilización macroeconómica (y quién sabe cuándo tendrá de nuevo la oportunidad de construirlo), sino que, además, por ser un país petrolero, suele perder el acceso a los mercados financieros internacionales justo cuando el precio del petróleo cae. Eso explica por qué países petroleros más previsivos del medio oriente han acumulado enormes reservas internacionales que le  sirven no sólo para enfrentar la reversión del boom, sino además para no perder acceso al crédito internacional.

La dolarización por sí sola tampoco tiene la capacidad de reducir el sesgo procíclico de la política fiscal. Argentina lo evidenció muy claramente en su momento. Ecuador, una economía que depende hoy crecientemente del petróleo, es también un buen ejemplo. Desaparecida la bonanza de recursos, el fisco ecuatoriano ha quedado con un déficit fiscal de 6 puntos del PIB (dos veces el promedio de la región). La dolarización obliga en estos casos a un ajuste fiscal recesivo, pero con dificultades para hacerlo, el gobierno de Lenin Moreno tuvo que salir al mercado internacional a emitir una deuda con cupones grotescos y tuvo, además, que recurrir a préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), del Fondo Latinoamericano de Reservas y a la entrega de oro a cambio de $500 millones con Goldman Sachs. El problema es muy claro. Como en la bonanza la dolarización no ayuda a generar espacio fiscal, cuando los precios de los commodities se ven afectados a la baja, no hay forma alguna en que la economía pueda desplegar mecanismos anticíclicos y, por lo tanto, difícilmente será posible sostener así una senda de crecimiento.

La volatilidad y el sesgo procíclico de la política económica son problemas de larga data, son  historia en Venezuela. Un riesgo mayor aparece si la economía debe enfrentar en el futuro inmediato nuevos desafíos.

El desafío que en efecto vemos, es que la contribución de la renta petrolera al desarrollo económico a través de los acostumbrados canales fiscales está cambiando y muy probablemente estos cambios son de naturaleza estructural. Para que el lector tenga una cabal comprensión de lo que está pasando, subrayamos el siguiente hecho: al precio de hoy de la cesta venezolana, de casi 57 dólares el barril, los ingresos fiscales de origen petrolero no representan ni el 5% de los ingresos fiscales ordinarios, cuando tradicionalmente éstos fueron superiores al 40% de los mismos. Las implicaciones de este fenómeno son muy importantes, pues claramente indican que en ese horizonte de precios la economía difícilmente podrá seguir moviendo el crecimiento futuro con el motor del gasto público. Así que Venezuela debe comenzar a buscar políticas, mecanismos e incentivos para mover a su sector no petrolero del letargo y promover la diversificación productiva.

Aquí tropezamos con algunos problemas adicionales de la dolarización. Lo que los estudios más recientes del crecimiento sostenido de los países emergentes asiáticos parecen revelar es que el manejo del tipo de cambio real ha sido un factor clave en su paso marcado hacia el desarrollo. Los países asiáticos tienden a subvaluar la moneda o, en el límite de los casos, a evitar su apreciación, y pueden hacerlo porque disponen de su propia moneda y de política cambiaria. Los trabajos empíricos que muestran el impacto positivo del tipo de cambio real sobre el crecimiento en países en desarrollo y economías emergentes son abundantes y los que muestran el impacto positivo sobre la diversificación son de fecha más reciente.

El problema que tienen los países que adaptan el dólar como moneda oficial es que quedan atados a la tendencia que, a largo plazo, desarrolla una moneda fuerte. Por lo demás, una vez que la economía queda atada al dólar y lo estabiliza, los costos de salida en búsqueda de otro arreglo cambiario que favorezca el crecimiento son altísimos.

La tendencia a la apreciación del dólar conspira contra la posibilidad de usar una herramienta que puede ser clave para cualquier proyecto de desarrollo productivo. Quizás ése no sea un desafío en Panamá, una economía que se decantó por un patrón de especialización en servicios comerciales y financieros, pero lo es para un país de 30 millones de habitantes, medianamente industrializado y con potencial agrícola, como lo es Venezuela.
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Referencias
Edwards, S. y I. Igal Magendzo (2006). Strict dollarization and economic performance: An Empirical Investigation, Journal of Money, Credit and Banking, 38(1): 269-282.
Roubini, N. y B. Setser (2003). Should Iraq dollarize, adopt a currency board or let its currency float? A policy analysis, Working Paper, New York University, Stern School of Business.
Santos, M.A. y D. Barrios (2017). ¿Cuánto puede tomarle a Venezuela recuperarse del colapso económico y qué debemos hacer?, en R. Balza y H. Garcia L. (eds.) Fragmentos de Venezuela, 20 escritos sobre economía, Abediciones, Colección Visión Venezuela, Caracas.

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