miércoles, 30 de enero de 2019

Represión e impostura de los “revolucionarios”


Represión e impostura de los “revolucionarios”

Humberto García Larralde, economista, 
profesor de la UCV, humgarl@gmail.com

Dicen que Hitler, una vez consciente de su derrota eminente al arribar las tropas soviéticas a las puertas de Berlín, empezó a despotricar contra el pueblo germano, acusándolo de no haber estado a la altura de sus designios. “Bien hecho, ¡ahora que se jodan!” pudiera haber proferido en alemán. En la película, “La caída”, se recogen estos arrebatos del Führer, desesperado en su bunker. 

Traigo a colación esta locura, porque pareciera repetirse en la feroz represión desatada por el usurpador contra los habitantes de los barrios populares desde la semana pasada. Van más de 30 asesinatos y 800 detenidos, entre éstos algunos menores de edad. Evidencia, una vez más, el desprecio “revolucionario” por la vida de la gente humilde, mientras discursea clamando ser sus defensores. Como la gigantesca movilización nacional del 23 de enero y las protestas en barrios y pueblos del interior no dejan dudas acerca del repudio popular en su contra, los fascistas arremeten salvajemente en su contra. Los pobres serían unos ingratos, culpables de la derrota de esa impostura que insiste en llamarse “revolución”. “Bien hecho, ¡ahora los vamos a joder!”, resumiría la desesperación de la mafia en el poder.

Desde hace años vengo insistiendo que la “solución para los pobres” que instrumentó el Chávez redentor a través de las misiones era, en realidad, “una pobre solución”. Incluso una misión tan loable como Barrio Adentro, que ofrecía atención médica primaria en barrios populares y pueblos del interior, nació, a propósito, desconectada de la red de ambulatorios y hospitales públicos, y despreciando la oferta de participación de las universidades nacionales que forman excelentes médicos. Chávez le interesaba construir una institucionalidad paralela que él podía controlar totalmente --incluso cuando se trataba de enfrentar un problema tan delicado como la salud--, no resolver, de verdad, los problemas de la gente. Pues la permanencia de problemas, es decir, su no solución, es lo que lo hacía a él y su “revolución”, imprescindibles. Que lo pobres merecen lo mismo que los demás --convertidos, de paso, también en pobres por las políticas destructivas cruelmente aplicadas por Maduro--, un trabajo digno, bien remunerado y unos servicios públicos con cobertura y calidad, nunca estuvo en su agenda.

Estudié en el Liceo Andrés Bello en los años ’60. En esa época no había colegio privado que se le equiparara. El Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria era centro de referencia para el Caribe, al que acudían pacientes necesitados de naciones cercanas. ¡El Seguro Social, aunque el lector le cueste creerlo, funcionaba! Muchos entes públicos operaban con mística y disposición de atender al público.

Ciertamente, esa calidad se vino abajo durante los años posteriores de la democracia bipartidista adeco-copeyana. Una vergüenza injustificable para un país petrolero y expresión del deterioro político y social que le abrió las puertas a Chávez para llegar al poder. Pero, a diferencia de la desidia del bipartidismo tardío, la “revolución bolivariana” nunca se propuso hacer lo que adecos y copeyanos dejaron de hacer: asegurar servicios de calidad para todos. Su intención siempre fue otra: instrumentalizar a los pobres con dádivas y programas de reparto, para “legitimar” su consolidación en el poder. Con el petróleo a $100 por barril, semejante estafa funcionó bastante bien. Hoy, con las arcas desvalijadas por él y por sus compinches, Maduro pretendía que, con los CLAPs, su legitimidad ante los humildes seguiría intacta.

Pero ahora que el pueblo se les rebeló abiertamente --“no quiero bono, ni quiero CLAP, lo que quiero es que Maduro se vaya”-- desata contra ellos sus brigadas de exterminio, las FAES. Contrario a lo que dicta la mitología, a los pobres nunca se les vió como sujetos revolucionarios; fueron siempre objetos, una utilería indispensable para toda puesta en escena fascio-comunista. Ahora que ya no les sirven para ese papel: ¡plomo con ellos! 

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