TRES PERSONAJES URBANOS
EDUARDO ORTIZ RAMIREZ
Por valoraciones personales y con
alto reconocimiento por ellos, también con temeridad y porque se lo prometí a
uno de los personajes que referiremos, en esta nota se persigue resaltar lo que
concebimos como tres personajes/valores urbanos o especie de cercanos héroes
desconocidos por varios y que han formado parte de la historia cotidiana y de
las vivencias de numerosos venezolanos y a veces también de extranjeros. No abundan
textos que narren, seguramente con mucha más calidad y sentido, la vida de
estos personajes que ubicamos como valores urbanos. Y es que las naciones se
construyen con estas cotidianidades y con los respectivos aprecios que puedan
dársele a los mismos. No sé si es verdad o no, y no es fácil plegarse a su
importancia, pero en algún momento un artista
refiriéndose a obras, construcciones, a su conservación y otras cosas más
me señaló: “Caracas es una ciudad sin historia”. Y efectivamente, se descubre
poco a poco que, en otros lugares, que en otras naciones se le saca mucho
provecho a lo autóctono, a lo propio y a muchos valores y vivencias urbanas.
En tales sentidos, los tres
personajes que precisamos o sobre los cuales aproximamos tan solo algunos detalles
de sus vidas, adquieren ese sentido de valores urbanos que resumen y recogen
parte de las cotidianidades, costumbres, y gustos de los habitantes de una nación.
1. Sergio y sus libros
A inicios de los setenta, en mi
adolescencia ya avanzada buscaba, con el interés de esos tiempos, El capital de Carlos Marx. Conseguirlo
no me había sido fácil hasta que llegué a un pequeño espacio ubicado como una
librería en el Centro Simón Bolívar.
Era impresionante el número de libros que allí había, lo apretado del lugar, lo
asfixiante del poco espacio y los libros que -buscados con denuedo- podía uno
allí encontrar. El lugar, no recuerdo tuviese nombre, pero llegar allí -a
partir de ese momento- pasó a ser para mí una ocasión importante.
El día del caso ya señalado, fue mi primer
contacto con el librero Sergio Alves Moreira[1].
Recuerdo que -casi como salido de un reino desconocido- Sergio (que para el
momento bordeaba los 40 años) me indicó con palabras casi mágicas para mi
juventud, que tenía la versión normal del FCE
pero que podía conseguir también la que venía en papel tipo Biblia. A renglón
seguido y como un potencial cliente me recomendó otros libros, haciendo comentarios
sobre los mismos. En esa y otras oportunidades pude valorar sus conocimientos
sobre libros y ediciones, al igual que sobre revistas extranjeras. En varios
momentos me serví así de esa pequeña pero nutrida librería, para obtener
revistas que eran de mi interés.
Como me enteré después él tenía dimensión
y participación política y cultural en variados asuntos, pero en esta nota nos
interesa resaltar su desempeño como librero. Llegué a formarme la idea, después
de haberlo visto durante varias décadas que él era un auténtico librero, que
conocía y sabia -como muy pocos- sobre los libros. Personas conocedoras del
país o Caracas y partícipes en la edición de libros, me lo corroboraron en
momentos diversos.
De aquel lugar pequeño lo volví a ver
en otro lugar del centro de Caracas, en una calle cercana a la Avenida Lecuna.
La librería ahora era más grande y espaciosa. Y, en una oportunidad fui allí buscando
con interés las obras de Sigmund Freud, pues era de urgencia para un regalo que
tenía que hacer un amigo chileno que me acompañaba, siendo ya finales de los
años setenta. Nos sorprendió Sergio, consiguiéndonos una edición preciosa de
las obras completas de tal autor. Claro, sus gestiones derivaban de su gran
conocimiento y muy buena dedicación y atención
en los menesteres de los libros y de las condiciones del país en aquellos
momentos, donde se podían conseguir ediciones y publicaciones diversas, sobre
variados ámbitos de las ciencias y la literatura, entre otros perfiles.
Pasados los años, lo volví a encontrar
en el Centro Comercial los Chaguaramos.
El espacio, también más grande que donde lo conocí estaba igualmente repleto de
libros. Eran los años dos mil y sabido es los cambios presentados y los que se
avecinaban, siendo las condiciones de trabajo para él y todos los del área
harto difíciles. Pero Sergio, siempre impactante, en una ocasión me consiguió
una edición especial de la Ilíada de
Homero para uno de mis hijos. Un día -por cierto- casi con prudencia, le regalé
un libro mío publicado por el BCV e
inmediato a darme las gracias por el libro que le obsequié, me preguntó cómo se
podía accesar al mismo para distribuirlo y otros menesteres. Siempre me pareció
un hombre admirable e incansable y lo recordaré como un gran valor en Venezuela. Murió en el año 2009 a los 77 años.
2. Carrillo y sus discos
Unos tres años antes de conocer a
Sergio, conocí a Carrillo. Vive todavía y recientemente nos saludamos, estando
él en una venta de mandarinas. Al igual que Sergio, y aunque eso puede tener
siempre algo de ficción, pareciera que no envejece y que su energía es la misma
a pesar de que al conocerlo seguramente se acercaba a los treinta años. Fue por
los intereses musicales de joven que tenía mi hermano Publio, por lo que conocí
a Carrillo.
Carrillo y un socio tenían una tienda
de discos y casetes en la esquina anterior a la Plaza Candelaria en sentido
este oeste, cuyo nombre era Musical
Zamora. Como otras tiendas de ese
ramo y esos años, era amplia y sumamente ordenada y, correspondientemente, se conseguía
allí de todo tipo de música; empezando por la predilecta por jóvenes es esos
tiempos y la cual era el rock en líneas generales. Su conocimiento de la música
era de cierto detalle y en el caso de géneros distintos al rock, esto era más
claro. En una oportunidad le recomendó a mi hermano la música de Connie Francis
y le decía con mucho énfasis “no vaya a prestar este disco, no lo preste, no se
le ocurra hacer eso”. La propuesta que le hacía era porque el disco era -primeramente-
tan bueno, que no se lo devolverían. Fue tanto su énfasis que posteriormente
echábamos bromas con sus indicaciones. Pero también, como a los cuatro años
siguientes, empecé a escuchar música clásica con mis propios discos y fue Carrillo
quien, junto a lecturas que hacía y asistencia a conciertos, me fue dando
iniciáticas orientaciones sobre ese vasto terreno de la música.
Musical Zamora
dejó de estar ahí y avanzado los años ochenta encontré a Carrillo unos metros más abajo, en sentido
este. Una tienda mucho más amplia pero no más bonita que aquella. Allí,
igualmente se conseguí variado tipo de música y aunque el contexto económico
social estaba ya cambiando era un espacio donde ya podía hablar con un Carrillo
más maduro, más sabio y conocedor de los espectros de la música. Se sentía pues
una comodidad incluso ampliada en cuanto a orientaciones, géneros y variedades
de consumo, pues –además- se acercaban aceleradamente los tiempos de los CD´s. En
los noventa Carrillo se volvió a mudar, quedando de todas maneras en la zona de
Candelaria cerca del Parque
Carabobo. Allí lo volví a visitar, encontrando las mismas amplitudes y posibilidades
de obtener de él buenas orientaciones en las necesidades y deseos musicales.
Por ultimo, carrillo cambia
nuevamente de lugar y se muda a un local más pequeño en la residencias Candoral
de la misma Parroquia Candelaria. Y de ahí empiezan a surgir comentarios sobre
un señor que tiene versiones de cualquier tipo música que busques. Sea un
sonero cubano de los de antaño, un coplero venezolano no muy difundido o -como
en años recientes me toco buscar- pasodobles, o también tratarse de la llamada
música de protesta venezolana o de otros países y ni que se diga clásica, rock
de hace tiempo o lo que a usted se le ocurra, ahí estará Carrillo para comentarle
u orientarle. Me dijo le tocaría irse de ahí también.
En cualquier caso, se le ha añadido
el que mi hijo Eduardo al conocerlo y al querer coleccionar cierto tipo de
música, le pareció también que el trato con Carrillo era muy conveniente, más
aun puesto que Carrillo -como era de esperar- evolucionó hacia el conocimiento
de tocadiscos y plantas –entre otros artefactos- de vieja data así como sus repuestos; y eso
estimuló el acercamiento de mi hijo. Como dijimos más arriba, Carrillo todavía
vive y la ciudad tiene en él, sin ninguna duda, a un conocedor de la música y
de los gustos musicales de su gente.
3. Un hombre y su orquesta[2]
para niños.
El tercer personaje que se incorpora
en esta pequeña lista de valores urbanos, es el hombre orquesta con música y coreografía principalmente para
niños y que se le identifica con el parque
Los Caobos. Tenemos conocimiento que entre los 60 y 70 había en Sabana Grande
un hombre orquesta de origen ecuatoriano[3]
muy reconocido y cuya música era para adultos.
Durante varios años, por razones
diversas, pudimos ver al personaje que se menciona en los alrededores del
centro de Caracas, Bellas Artes, La Candelaria o el parque Los Caobos. Sus arreglos
musicales, los adornos de sus instrumentos y su actitud era dirigida a los
niños. Aunque no de una sonoridad o música impactante, pues era más bien monótona,
su gracia y la de los muñecos que bailaban impulsados por los movimientos
articulados de los instrumentos, hacían de su música un espectáculo. Adicionalmente,
en varias oportunidades de sus primeros tiempos, pudimos observar lo
acompañaban unas niñas arregladas para la ocasión. Con los años, observamos ya
no lo acompañaban. Eran otras condiciones y contextos y su actividad no era la
de un mendigo ni la de alguien que está pidiendo ayuda. Era una actividad
organizada, como trabajo para el disfrute de los niños y los obsequios de
padres o transeúntes eran naturales y consustanciales a una actividad bien
llevada. Estar allí, oírlo tocar, ver sus movimientos y los de las muñecas así
como la actitud y dedicación conque lo hacían también otras personas, era –definidamente-
un tránsito al disfrute y la alegría.
No hemos vuelto a ver a este
personaje, no conocemos su destino. Pero si conservamos fotos que le tomamos y
buenos recuerdos del agrado que, cuando fue el caso, le producía a mis hijos y
a niños y adultos cercanos verlo.
4 de enero de 2019
@eortizramirez
eortizramirez@gmail.com
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