Malthus,
el coronavirus y la agricultura
Pedro
Raúl Solórzano Peraza
Abril
de 2020
Una de las primeras referencias que tratan el problema
de la alimentación de la población mundial, o quizás la primera, es la de
Thomas Robert Malthus (1776-1834), un filósofo y clérigo inglés cuya gran obra
fue: “Ensayo sobre el principio de la población”, en la cual afirma que la
población tiende a crecer en progresión geométrica, mientras que los alimentos
solo aumentan en progresión aritmética, por lo que la población se encuentra
siempre limitada por los medios de subsistencia. En relación a esto, escribió:
“Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo
y si la sociedad no necesita su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar ni la
más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra). En el gran
banquete de la naturaleza no se le ha reservado ningún cubierto. La naturaleza
le ordena irse y no tarda mucho en cumplir su amenaza”.
El pensamiento malthusiano mostraba, que el control de
los nacimientos, permitiría superar el hecho de que la limitación de los medios
de subsistencia pudiera conducir a una hambruna mundial.
Algo más de un siglo después de la muerte de Malthus,
aparecen los primeros trabajos de Norman Ernest Borlaug (1914-2009), un
ingeniero agrónomo estadounidense considerado el padre de la agricultura
moderna y de la Revolución Verde, y llamado por otros como “el hombre que salvó
mil millones de vidas”. Los trabajos de Borlaug y su equipo, consistieron
básicamente en el mejoramiento genético de especies de trigo, maíz y arroz,
para producir cultivares más resistentes a climas extremos y a plagas; además
del uso de maquinarias y equipos agrícolas, y la aplicación de fertilizantes,
plaguicidas y riego.
Con esos avances, a partir de los años cincuenta del
siglo XX, se logró incrementar considerablemente la productividad agrícola y la
producción de alimentos. Se creó el CIMMYT (Centro Internacional para el
Mejoramiento del Maiz y el Trigo) en México, liberando nuevos cultivares de
maíz y trigo, que en caso de este último el rendimiento en el país azteca pasó
de 750 kg/ha en 1950 a 3.200 kg/ha en 1970. En el IRRI (International Rice
Research Institute) se liberó la variedad de arroz IR-8 y luego la IR-36, ambas
semi enanas, con rendimientos superiores a 10 veces los de las variedades
tradicionales. En conclusión, entre 1940 y 1984, la producción mundial de
granos aumentó en 250%.
Más recientemente, Gurdev Khush, un ingeniero agrónomo
nacido en el año 1935 en la India, recibió en 1996 el World Food Prize por sus
logros en incrementar y mejorar la suplencia mundial de arroz durante un tiempo
de crecimiento exponencial de la población.
Entonces, la Revolución Verde ha sido una respuesta
contundente a la teoría de Malthus, y en lugar de buscar una solución al
desabastecimiento de alimentos por la vía del control de la natalidad, se busca
la vía de producir mayor cantidad de alimentos por unidad de superficie, para
poder saciar las necesidades de una población en crecimiento.
Sin embargo, al tiempo que las nuevas tecnologías
incluyendo el uso de organismos transgénicos, logra todos esos resultados
positivos, comienzan a aparecer movimientos que luchan por la disminución del
uso de agroquímicos; y a criticar la Revolución Verde desde los puntos de vista
ecológico, económico, cultural y nutricional. De inmediato Borlaug responde a
esos grupos de presión ambiental, lo cual se puede resumir de la siguiente
manera:
“algunos de
los grupos de presión ambiental de las naciones occidentales son la sal de la
tierra, pero muchos de ellos son elitistas. Nunca han experimentado la
sensación física de hambre. Ellos hacen su trabajo de cabildeo desde cómodas
suites de oficina en Washington o Bruselas…..Si vivieran solo un mes en medio
de la miseria del mundo en desarrollo, como he hecho por cincuenta años,
estarían clamando por tractores y fertilizantes y canales de riego y se
indignarían que elitistas de moda desde sus casas les estén tratando de negar
estas cosas”.
En la actualidad, la población del mundo ha continuado
creciendo, estimándose que de más de siete mil millones de habitantes de hoy,
se pasará a unos nueve mil ochocientos millones de habitantes para el año 2050.
Junto a eso, un grupo de fenómenos naturales ayudados por acciones antrópicas,
la aparición de plagas como la langosta que está azotando buena parte de Asia y
de África, y ahora la presencia del Covid-19, están favoreciendo una importante
disminución de la producción mundial de alimentos y su distribución,
conduciendo a incrementar los problemas de desnutrición.
El Director Ejecutivo del Programa Mundial de
Alimentos (PMA) de la ONU, David Beasley, acaba de advertir en el Consejo de
Seguridad, que además de la pandemia por coronavirus, el mundo también está al
borde de una pandemia de hambre que podría conducir a hambrunas múltiples de
proporciones bíblicas en unos pocos meses si no se toman medidas inmediatas.
Dio las siguientes cifras: al día de hoy 821 millones de personas se acuestan
con hambre todas las noches en todo el mundo. De ellos, 135 millones sufren
crisis alimentaria severa o fatal. Otros 130 millones podrían llegar al borde
de la inanición para fines de 2020.
Esas cifras amenazantes nos involucran directamente a
los venezolanos, ya que en la información del PMA, Venezuela es el cuarto país
del mundo más afectado por la desnutrición. Esta situación, unida a la crisis
de nuestra agricultura que ha venido en descenso en los años más recientes, no cubriendo
ni el 20% de los requerimientos alimenticios de la población, y en estos
momentos sufriendo la crisis de la cuarentena por la pandemia del coronavirus y
la escasez y vil manejo del suministro de gasolina y gasoil, que obligan a los
productores a estar alejados de los campos y no poder operar maquinarias y
equipos agrícolas, además de la falta de insumos básicos para la producción,
obligan a que la agricultura sea considerada prioritaria en las decisiones del
régimen que gobierna al país.
Para evitar una hambruna nacional, tenemos que ir
inmediatamente al campo y tratar de ser muy eficientes para lograr altos
rendimientos y proteger al máximo al ambiente. Aplicar las mejores tecnologías
que disponga cada agricultor, racionalmente. No es momento para discutir sobre
el impacto ambiental de los fertilizantes y plaguicidas, ya que si se utilizan
racionalmente, su impacto es mínimo y tolerable. Quizás sea necesaria otra
Revolución Verde, la cual además de aplicar los mejores desarrollos
tecnológicos del momento, aplique políticas que conduzcan a un crecimiento de
la producción de alimentos y su distribución en todo el territorio nacional.
Mejor aún, una Revolución Verde que sustituya a la roja y venga con un nuevo
gobierno de libertades, que considere a la agricultura como una verdadera
prioridad para el desarrollo del país.
Sin fertilizantes es imposible producir la cantidad de
alimentos que necesitamos para satisfacer los requerimientos de la población.
En
Amazon está a la venta el libro del autor: “Fertilidad de suelos y su manejo en
la agricultura venezolana”. Tiene información muy útil para mejorar la práctica
de fertilización de los cultivos, con miras a una mayor productividad y a un
mejor trato a los suelos y al ambiente en general, https:/www.amazon.com/dp/1973818078/
Pedro Raúl Solórzano Peraza
Abril de 2020
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