miércoles, 8 de abril de 2020

Reingeniería de la integración económica

Reingeniería de la integración económica, por Félix Arellano

Reingeniería de la integración


Los procesos de integración económica en sus diversas expresiones han presentado complejas tensiones en los últimos años, ahora, con los ininteligibles efectos, particularmente económicos, de la pandemia del covid-19, la revisión y reingeniería de los esquemas se torna prioritaria.
El caso de la Unión Europea se presenta particularmente sensible, toda vez que le está resultando muy difícil lograr una coordinación comunitaria efectiva frente al novedoso enemigo del coronavirus, pero en nuestra región, que experimenta una creciente fragmentación y desintegración, la situación también resulta delicada.
Las primeras experiencias de integración económica, el Tratado de Roma que da origen a la integración europea, con seis miembros fundadores en el año 1957 y el Tratado de Montevideo de 1960, para la conformación de una zona de libre comercio en la región; se desarrollan en un contexto poco estimulante, donde tiende a imperar una visión rígida de la soberanía y poco interés por la apertura de los mercados.
El proyecto europeo logró superar los obstáculos y fue evolucionando desde la zona de libre comercio, unión aduanera y el mercado común, hasta la conformación de un bloque más completo y complejo; empero, con los años el escepticismo también fue creciendo y ha llegado a su máxima expresión con el reciente retiro del Reino Unido.
En el caso latinoamericano resultó más fuerte la visión de la soberanía y no fue posible construir la zona de libre comercio, transformando el acuerdo original en un esquema más flexible, para negociaciones bilaterales y sectoriales, como ha sido la Aladi, establecida en 1980.
Ahora bien, no obstante el aparente retroceso conceptual, se abrió el camino para múltiples negociaciones, con la activa participación de los sectores productivos, lo que fue generando la confianza que ha facilitado la conformación de una nueva fase de mayor o apertura comercial, con la suscripción de acuerdos de zonas de libre comercio.

Desde la década de los ochenta la integración a nivel global, en particular las zonas de libre comercio, se multiplicaron. Diversas razones convergen en ese proceso, entre otras, el impulso teórico de la visión liberal de mercado que logró un fuerte impulso con los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher como Primer Ministra Británica durante toda la década de los ochenta. También contribuyó en el proceso, el llamado Consenso de Washington, propiciado por el FMI y el Banco Mundial.
En ese marco resultaron emblemáticos, para la expansión del libre comercio, tanto las negociaciones entre Estados Unidos, México y Canadá, que concluyó con la firma del TLC en 1992; como las negociaciones de la Ronda Uruguay en el viejo GATT, que luego de diez años, culminaron con la creación de la Organización Mundial del Comercio y la transformación de la agenda de las negociaciones comerciales.
El orden liberal comercial si bien logró, entre otros, establecer unas bases jurídicas importantes, estimuló el comercio tanto de bienes como de servicios, incrementó las inversiones, contribuyó en la innovación, la competitividad y la productividad; también se caracterizó por un marcado déficit en los temas sociales y la equidad; debilidad que fue capitalizada por visiones radicales, como el Foro de San Pablo, para desarrollar una narrativa desproporcionada, que sataniza el libre comercio.
En la medida que grupos radicales fueron asumiendo el poder en varios países de la región, la integración económica entra en una fase que algunos definen como postliberal, marcadamente ideológica.
Entre los resultados de esta fase destacan: la ALBA, Unasur, Celac; una confusa arquitectura institucional que ha generado mayor fragmentación. En términos generales los críticos radicales de la integración, no enfrentaron los problemas de fondo, crearon otros nuevos y generaron una mayor desintegración.
Adicionalmente, otras corrientes críticas contra la integración y el libre comercio se han desarrollado desde las visiones conservadoras, nacionalistas y escépticas de la interdependencia compleja. Una de las expresiones significativas en esta corriente lo representa el Presidente Donald Trump, quien ha rechazado los megaacuerdos de libre comercio negociados en la administración del Presidente Obama, como el Transpacífico y el Transatlántico, no podemos dejar de mencionar la dura presión que está ejerciendo sobre la OMC.
En esta línea conservadora también se inscriben los movimientos euroescépticos que han logrado su mayor expresión con el Brexit, y el consiguiente retiro del Reino Unidos de la UE; ahora bien, el ambiente de nacionalismo, xenofobia y exclusión va creciendo, pareciera que ahora también potencializado por la pandemia.
En estos momentos se aprecia que el coronavirus está estimulando sentimientos individualistas, nacionalistas, militaristas, xenofóbicos y excluyentes, en tales condiciones la integración va perdiendo relevancia.
Es evidente que la integración económica, particularmente en la región, reclama de una reflexión y revisión profunda y, en estos momentos, la pandemia se presenta como un nuevo factor que impulsa la tendencia, pero no pareciera que el camino eficiente y sensato sea el individualismo, todo lo contrario, se requiere de la construcción de esquemas de dialogo, negociación y cooperación eficientes para superar la crisis y evitar otras nuevas.
En este contexto, la integración ha demostrado constituir una plataforma funcional para el logro de tales objetivos, urge su revisión y reingeniería y, en ese proceso, los temas sociales y  la equidad deben ser prioritarios.

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