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La comunidad internacional se encuentra expectante frente a la composición y, en particular, la orientación del nuevo gobierno Talibán en Afganistán, lo que conlleva el dilema de asumir una posición radical o pragmática. También para sus vecinos y, en particular, las potencias de la geopolítica del autoritarismo, se presenta la expectativa, pero con menor grado de intensidad. Ahora bien, en estos momentos, los mayores dilemas los enfrenta el propio Talibán, que debe estar experimentando el enfrentamiento entre las tendencias pragmática ¿moderada? y radical para definir la acción de gobierno.
Retomar la interpretación ultra conservadora de la ley islámica, violentando derechos humanos fundamentales, en particular de las mujeres y jóvenes; y reconvirtiendo a Afganistán en un santuario del terrorismo internacional; resultaría coherente con sus fundamentos doctrinarios, la experiencia histórica del ejercicio del poder durante los años de 1996 al 2001, definido como “periodo del terror”; empero, representaría un enfrentamiento con la comunidad internacional, incluso con sus potenciales aliados.
La tendencia radical la promueven, entre otros, a nivel interno del Talibán, el grupo que comanda Sirajjudin Haqqani, quien asume la exitosa ocupación de Kabul, la capital del país. Adicionalmente, y con marcada violencia, es la posición que sostiene la franquicia de ISIS en territorio afgano, definida como Gran Jorasan o ISIS-K, que se ha declarado enemigo del Talibán y le cuestiona su supuesta flexibilidad en la interpretación de la ley islámica y, en particular, la traición de los principios del yihadismo, al negociar con los Estados Unidos el acuerdo suscrito en Doha en el 2020.
Por otra parte, la postura pragmática ¿moderada? se identifica en el mulá Abdul Baradar, cuyo prestigio ha crecido en los últimos años, entre otras, ha coordinado las negociaciones con el gobierno de Donald Trump, propiciado los diálogos informales con el gobierno de Rusia y, hace pocos días, se reunió con el director de la CIA. Los más optimistas lo definen como “moderado en temas sociales y enemigo del aislacionismo”.
Desde esa perspectiva, Baradar ha enviado señales de tolerancia, en particular, sobre el futuro papel de la mujer. En este contexto, un elemento interesante ha sido la prudencia de los grupos armados del Talibán, frente a la protesta que un reducido grupo de mujeres desarrolló recientemente en la ciudad de Herat, cercana a la frontera con Irán. Desde otra perspectiva podría interpretarse como una jugada táctica para avanzar en el control total del país.
Para algunos analistas la tendencia pragmática ¿moderada? se viene desarrollando desde el inicio de la guerra de guerrillas contra la intervención de Estados Unidos, pues los grupos armados del Talibán evitaron, en gran medida, los ataques a importantes obras de infraestructura, como la red del gasoducto TAPI (Turkmenistán, Afganistán, Pakistán y la India), las redes ferroviaria y eléctrica.
Sobre la organización del nuevo gobierno Talibán información que circula confirma que adoptaran una estructura teocrática piramidal, al mejor estilo iraní, con el mulá Abdula Baradar como Jefe de Gobierno, lo que no garantiza un gobierno pragmático ¿moderado?, pues estaría limitado por un Jefe Supremo y, seguramente, como en el caso de Irán, por una figura que emula el Consejo de Guardianes de la Revolución.
Los dilemas del Talibán son complejos, el yihadismo radical forma parte de sus genes y la relación con al-Qaeda es histórica y estrecha. Ahora bien, retomar los años del terror, caracterizados por la flagrante violación de los derechos humanos, representa la peor opción estratégica, no solo se enfrenta con occidente y las instituciones financieras; además, enciende las alarmas en sus vecinos y potenciales nuevos aliados.
El Talibán debería estar experimentando que es más fácil hacer la guerra de guerrillas, que construir gobernabilidad en uno de los países más pobres del planeta. La experiencia acumulada en materia económica durante los años de gobierno en la clandestinidad, poco ayuda para enfrentar los nuevos desafíos, pues se concentró en el desarrollo de prácticas comerciales ilícitas, en particular, el comercio de estupefacientes.
En ese contexto, Antonio Albiñana columnista de El Tiempo de Bogotá, destaca que: “el Talibán ha combinado el integrismo religioso, con la producción y tráfico de drogas, incluyendo opio, hachís y marihuana; que comercializa en Italia, Sudáfrica, el Reino Unido y los Países Bajos” (030921). A eso debemos sumar las prácticas de extorsión y secuestro. Como se puede apreciar un prontuario que poco ayuda para la construcción de gobernabilidad en un país tan complejo como Afganistán.
En la reconstrucción económica del país parece garantizada la participación de la poderosa China, que aspira incorporar Afganistán en su ambicioso proyecto de la Ruta de Seda, y aprovechar los enormes recursos minerales del país, en particular el litio y las tierras raras. Pero el apoyo financiero de China puede resultar insuficiente; en tal sentido, para el nuevo gobierno Talibán resultaría conveniente establecer relaciones con occidente y sus instituciones financieras.
Es evidente que reconvertir Afganistán en santuario del terrorismo internacional constituye una amenaza para el mundo, lo que podría crear espacios de negociación entre occidente y las potencias de la geopolítica del autoritarismo, situación que genera serios dilemas para occidente, en particular para Estados Unidos.
Es previsible que en Washington las fuerzas políticas se inclinen por la adopción del esquema de máxima presión contra el nuevo gobierno de Talibán y, los extremistas, que no son pocos, deben estar proponiendo el apoyo al grupo rebelde que se concentra en el valle del Panshir, la única de las 34 provincias de Afganistán que aún no controla el Talibán. Al respecto, conviene una breve reflexión sobre la efectividad de la presión máxima, estrategia que se ha venido aplicando contra el gobierno teocrático chiita en Irán, sin mayores resultados.
En el caso iraní las duras sanciones económicas que está aplicado los Estados Unidos, desde el gobierno de Donald Trump, no ha logrado paralizar el proyecto nuclear, no ha debilitado el autoritarismo teocrático, por el contrario, lo ha fortalecido en el marco del club de gobiernos autoritarios y, adicionalmente, ha conllevado el aislamiento de los Estados Unidos, propiciando la expansión de la geopolítica del autoritarismo. Una situación semejante se podría repetir con Afganistán para beneficio de Rusia y China.
Desarrollar un pragmatismo creativo podría ser otra opción y propiciar negociaciones, en coordinación con los gobiernos democráticos occidentales, que permita crear espacios de relacionamiento con el nuevo gobierno de Talibán, particularmente en temas económicos, definiendo límites y controles al nuevo gobierno afgano.
Una posición pragmática y creativa, negociando facilidades e incentivos para el nuevo gobierno Talibán, sujeto a condiciones que permitan avanzar en aspectos tales como: el enfrentamiento coordinado del terrorismo internacional, respeto a los derechos humanos, con especial atención en la participación de la mujer, aspectos ecológicos y el enfrentamiento del comercio de ilícitos.
El aislamiento de occidente en Afganistán garantiza el avance sistemático de la geopolítica del autoritarismo a escala global, con sus inevitables consecuencias en detrimento de las libertades, la democracia y los derechos humanos.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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