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El mito del capitalismo verde
Sep 21, 2021KATHARINA PISTOR
NUEVA YORK – Las olas de calor, las
inundaciones, las sequías y los incendios forestales están devastando
comunidades en todo el mundo, y se volverán más severos. Si bien los negadores
del cambio climático siguen siendo poderosos, la necesidad de una acción
urgente hoy se reconoce mucho más allá de los círculos activistas. Los
gobiernos, las organizaciones internacionales y hasta las empresas y las
finanzas se están inclinando ante lo inevitable –o al menos eso es lo que
parece.
De hecho, el mundo ha perdido décadas
debatiendo planes de comercialización de carbono y rótulos financieros
“verdes”, y la moda actual consiste simplemente en diseñar estrategias de
protección sofisticadas (“compensaciones de carbono”) desafiando el simple
hecho de que la humanidad está sentada en el mismo bote. Una “compensación”
puede servirles a los tenedores de activos individuales, pero hará poco para
evitar el desastre climático que nos espera a todos.
La adopción por parte del sector
privado del “capitalismo verde” parece
ser otro artilugio para evitar un reconocimiento como corresponde. Si los
líderes empresariales y financieros hablaran en serio, admitirían la necesidad
de cambiar el curso drásticamente para garantizar que este planeta siga siendo
hospitalario para toda la humanidad ahora y en el futuro. Esto no tiene que ver
con sustituir activos marrones por activos verdes, sino con compartir las
pérdidas que el capitalismo marrón les ha impuesto a millones de personas y con
garantizarle un futuro aún a los más vulnerables.
La noción de capitalismo verde da a
entender que los costos de abordar el cambio climático son demasiado elevados
como para que los gobiernos los asuman por sí solos, y que el sector privado
siempre tiene mejores respuestas. En este sentido, para los defensores del
capitalismo verde, la alianza público-privada garantizará que la transición de
un capitalismo marrón a un capitalismo verde no tenga costos. Las inversiones
valuadas de manera eficiente en nuevas tecnologías supuestamente impedirán que
la humanidad caiga al abismo.
Pero esto suena demasiado bueno para
ser verdad, porque lo es. El ADN del capitalismo hace que no sea hábil para
lidiar con las consecuencias del cambio climático, que en gran medida es el
resultado del propio capitalismo. Todo el sistema capitalista se basa en la
premisa de la privatización de las ganancias y la socialización de las pérdidas
–no de una manera maliciosa, sino con la bendición de la ley.
La ley ofrece licencias para
externalizar los costos de saquear el plantea a cualquiera que sea lo
suficientemente inteligente como para crear un fondo o una entidad corporativa
antes de generar contaminación. Alienta el no cumplimiento de las
responsabilidades ambientales generadas mediante una reestructuración en
bancarrota. Y hace que países enteros resulten rehenes de reglas
internacionales que privilegian la protección de los retornos de inversores
extranjeros por sobre el bienestar de su propio pueblo. Varios países ya han
sido demandados por empresas extranjeras según
el Tratado de la Carta de la Energía por intentar reducir sus emisiones de
dióxido de carbono.
Dos tercios de las emisiones totales
desde la Revolución Industrial han sido producidas por apenas 90 corporaciones. Sin
embargo, aún si los gerentes de los peores contaminadores del mundo estuvieran
dispuestos a implementar una rápida descarbonización, sus accionistas se
opondrían. Durante décadas, ha reinado el góspel de la maximización del valor
para los accionistas, y los gerentes han aprendido que si se desvían de la
ortodoxia serán demandados por violar sus obligaciones fiduciarias.
No sorprende entonces que las Grandes
Empresas y las Grandes Finanzas ahora defiendan las divulgaciones climáticas
como una salida. El mensaje es que los accionistas, no los gerentes, deben
espolear el cambio conductual necesario; las soluciones se deben encontrar a
través del mecanismo de precios, no de políticas basadas en la ciencia. Lo que
queda por responder es el interrogante de por qué los inversores con una opción
de salida fácil y muchas oportunidades de protección deberían preocuparse por
la divulgación de un daño futuro para algunas compañías en su portfolio.
Obviamente, existe una necesidad de
cambios más drásticos, como impuestos al carbono, una moratoria permanente
sobre la extracción de recursos naturales, entre otros. Estas políticas muchas
veces se descartan por considerarse mecanismos que distorsionarían los mercados
y, sin embargo, idealizan mercados que no existen en el mundo real. Después de
todo, los gobiernos han subsidiado generosamente
a industrias de combustibles fósiles durante décadas, gastando 5,5 billones de
dólares (pre y post-impuestos), o 6,8% del PIB global, en 2017. Y si las
compañías de combustibles fósiles alguna vez se quedan sin ganancias para
compensar estas exenciones tributarias, simplemente pueden autovenderse a una
compañía más rentable, recompensando así a sus accionistas por su lealtad. El
guion para estas estrategias está escrito desde hace mucho tiempo en la ley de
fusiones y adquisiciones.
Pero la madre de todos los subsidios
es el proceso centenario de codificar capital legalmente a
través de la ley de propiedad, de empresas, de derecho fiduciario y de quiebra.
Es la ley, no los mercados o las empresas, la que protege a los dueños de
activos de capital aún si ellos le endilgan a otros enormes responsabilidades.
Los defensores del capitalismo verde
esperan seguir con este juego. Es por eso que ahora están haciendo lobby con
los gobiernos para subsidiar la sustitución de activos de manera que, en tanto
baje el precio de los activos marrones, el precio de los activos verdes aumente
para compensar a los tenedores de activos. Una vez más, el capitalismo tiene
que ver con esto. Si representa o no la mejor estrategia para garantizar la
habitabilidad del planeta es una cuestión totalmente diferente.
En lugar de abordar estas cuestiones,
los gobiernos y los reguladores una vez más han sucumbido al canto de sirenas
de los mecanismos amigables con el mercado. El nuevo consenso hace foco en la
divulgación financiera porque ese camino promete cambio sin tener que
ejecutarlo. (Resulta que también genera empleo para industrias enteras de
contadores, abogados y consultores de empresas con poderosos ejércitos de
cabildeo propios).
Era de esperarse que el resultado
haya sido una ola de enverdecimiento. La industria financiera se mostró feliz
de derramar billones de
dólares en activos catalogados como verdes que resultaron no ser tan verdes.
Según un estudio reciente, el 71%
de los fondos catalogados como ESG (que supuestamente reflejan criterios
ambientales, sociales o de gobernanza) están alineados negativamente con los
objetivos del acuerdo climático de París.
Nos estamos quedando sin tiempo para
estos experimentos. Si enverdecer la economía realmente fuera el objetivo, el
primer paso sería eliminar todos los subsidios directos y los subsidios
impositivos para el capitalismo marrón y ordenar que se interrumpa la “proliferación” de carbono. Los gobiernos
también deberían imponer una moratoria a los contaminadores protegidos, sus
dueños e inversores de responsabilidad por daños ambientales. De paso, estas
medidas también eliminarían algunas de las peores distorsiones del mercado que existen.
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Katharina Pistor, Professor
of Comparative Law at Columbia Law School, is the author of The Code of Capital:
How the Law Creates Wealth and Inequality.
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