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La globalización económica y, en particular, los procesos productivos interconectados en los que participan empresas de diversos países, como las cadenas globales de valor, se ha convertido en uno de los temas centrales del debate político de los grupos populistas y radicales. Por otra parte, al enfrentar procesos disruptivos como las crisis financieras, las pandemias o el cambio climático, el tema de la globalización se torna más complejo, lo que exige de una cuidadosa reflexión y posibles acciones de reingeniería, que permitan enfrentar sus debilidades y asimetrías.
Desde las perspectivas populistas y radicales, en auge en los últimos tiempos, se tiende a satanizar la globalización, presentándola como la causa fundamental de los problemas sociales, particularmente el desempleo. Narrativas manipuladoras que buscan cautivar al electorado, estimulando el nacionalismo, la visión rígida de la soberanía y la xenofobia. Crear bases sólidas de apoyo político, propiciando polarización y exclusión; resaltando y exagerando los efectos negativos de la globalización, sin considerar las oportunidades que puede ofrecer en la generación de bienestar social.
La apertura económica que requiere la globalización para su eficiente funcionamiento puede generar efectos asimétricos para los sectores más débiles y vulnerables. Frente a esa situación, el papel de equilibrio que debe jugar el Estado resulta fundamental tanto con la generación de incentivos de apoyo —formación de capacidades— como la utilización de instrumentos de equidad del comercio internacional.
Ahora bien, en la mayoría de los casos, cuando los grupos radicales logran sus objetivos políticos y llegan al poder, aprovechando sus narrativas manipuladoras contra la apertura económica, no tienen la honestidad de reconocer, entre otros: lo desequilibrado y falaz de su discurso ni los beneficios que puede generar la inserción eficiente en la economía mundial.
Tampoco trabajan desde el poder para superar las limitaciones que pueden generar los procesos globales, toda vez que se concentran en perpetuarse y, por lo general, crean nuevos y mayores problemas, que generalmente tienden a ocultar con posturas autoritarias, limitando las libertades y la reflexión crítica.
El cuadro descrito podemos apreciarlo con frecuencia en la región, y casos ilustrativos tienen que ver con los gobiernos que participan en instituciones como el Foro Social de San Pablo o el Grupo de Puebla. Pero es un síndrome que avanza por el mundo, y también se presenta en las sociedades económicamente desarrolladas y con democracias consolidadas, al respecto cabe destacar el euroescepticismo que afecta a la Unión Europea, en particular el caso del Brexit; pero también el American First del expresidente Donald Trump, que aún goza de amplio respaldo.
Las limitaciones y fragilidad de la globalización económica se hacen más evidentes al enfrentar situaciones disruptivas, como por ejemplo las crisis financieras. Al respecto, destaca el colapso de las hipotecas subprime en los Estados Unidos en el 2008, y su incidencia en el sector financiero a escala mundial. Crisis que ha resultado relativamente sencilla, si la comparamos con los efectos que está generando la pandemia del covid-19, que no es la primera ni será la última. Proceso que también puede resultar limitado y manejable, si consideramos las perspectivas que se plantean para el mundo, si se agudizan los problemas ecológicos, como la escasez de agua dulce o las consecuencias del cambio climático.
En los primeros días de la pandemia del covid-19 pudimos apreciar cómo la incertidumbre propició tendencias rígidas, proteccionistas y, en muchos casos, autoritarias. Desde la perspectiva de la teoría de juegos, los actores se comportaron como jugadores racionales, que aspiraban a maximizar sus beneficios sin mayores consideraciones sobre las consecuencias sociales de sus actos.
En las primeras reacciones, la gran mayoría de gobiernos asumieron concepciones rígidas de la seguridad; privilegiaron la defensa de sus intereses nacionales sanitarios o de alimentación y activaron medidas de control y protección que afectaron los procesos globales, en particular el comercio internacional.
En ese contexto, la desconfianza frente a la globalización económica y los procesos productivos globales se posicionó fuertemente en la agenda. Los más críticos llegaron a proyectar el final de la globalización, desconociendo que en los avances científicos y tecnológicos con aplicación a escala global se encontraban las soluciones al grave y novedoso desafío que enfrentaba la humanidad.
En el marco de la angustia y la incertidumbre se radicalizaron las visiones críticas radicales contra la apertura y los procesos productivos globales, situación que se exacerbó ante la opacidad del gobierno comunista chino para avanzar en la investigación sobre los orígenes y naturaleza del virus que genera la pandemia, y por su papel protagónico en los procesos productivos globales, al punto de ser definida como «la fábrica del mundo».
La lista de ejemplos sobre restricciones al comercio, cierre de fronteras, exclusión, xenofobia y posturas autoritarias es muy larga; empero, afortunadamente fue avanzando una racionalidad cooperativa y se comprendió, con limitaciones, que un problema global exige de soluciones globales. Con sus debilidades, el papel de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el programa Covax, la interdependencia creativa de los centros de investigación, entre otros, fue logrando avanzar y construyendo, producto de un esfuerzo de alcance global, los recursos para enfrentar los efectos devastadores del covid, caso emblemático ha sido los impresionantes avances en materias de vacunas.
Pero los avances alcanzados no permiten concluir que la pandemia está superada. El virus está resultando inaudito por su capacidad de transformación; adicionalmente, el egoísmo racional de los actores limita la capacidad para comprender que la vacunación, para ser más efectiva, deber ser pronta y global. No se resuelve el problema con burbujas de privilegiados que logran una presunta inmunidad individual, cuando el virus se mantiene en gran parte del planeta y muta con facilidad.
Actualmente, la variante del covid que ha sido definida como delta está generando nuevos nubarrones en el comercio internacional y en las cadenas globales de valor, reforzando el ambiente crítico contra la globalización. Al respecto, en los últimos meses el gobierno chino, en el marco de su política de «cero tolerancia con el covid-19» ha cerrado temporalmente varios puertos, ha sido el caso del puerto de Yantian, luego Shenkou y más recientemente Ningbó de Zhoushan el tercer puerto más activo del mundo. Adicionalmente, Nueva Zelandia, Indonesia y Vietnam también están adoptando restricciones por la expansión de la variante delta.
De nuevo la pandemia del covid-19 está generando serias limitaciones en el abastecimiento de suministros en las cadenas globales de producción; congestión en puertos, escasez de contenedores y retrasos; todas estas complicaciones están afectando los precios de los servicios inherentes al comercio internacional, situación que se proyecta en los precios al consumidor final. Adicionalmente, y por si fuera poco, se suma el problema de producción se semiconductores que afecta a la economía en su conjunto.
La pandemia como fenómeno disruptivo de carácter mundial está evidenciando la fragilidad de la globalización, pero no la está destruyendo; por el contrario, nos plantea el reto de repensar su dinámica de funcionamiento y promover los correctivos que permitan enfrentar sus debilidades y asimetrías.
Cabe destacar cómo, gracias a los avances globales, se está logrando enfrentar con relativa efectividad la pandemia y, en este complejo panorama, varios gobiernos han logrado avanzar en acuerdos de apertura eficiente en el contexto global como el Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP) o la firma del acuerdo de inversiones entre la Unión Europea y China, aún pendiente de la ratificación.
Entre los aspectos que exigen de reflexión y revisión destaca la alta dependencia en un abastecedor, de allí la conveniencia de revisar el papel hegemónico que juega China en diversas cadenas productivas. Otro aspecto tiene que ver con la dimensión de las cadenas, entre más extensas pueden resultar más vulnerables, lo que está propiciando el fortalecimiento de los acuerdos de integración más limitados de alcance regional o bilateral. Una oportunidad y gran desafío para la integración regional que sigue paralizada por las anacrónicas visiones ideológicas y populistas.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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