Algunas implicaciones de la dolarización transaccional
en Venezuela
Humberto
García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com
De acuerdo con
una encuesta hecha a finales del año pasado en 14 ciudades principales del país
por la consultora Ecoanalítica, un 68% de las transacciones comerciales se estarían haciendo
en dólares. Por esas fechas Maduro había declarado que la dolarización era de
apenas el 17% y que no pensaba abandonar el bolívar como moneda
nacional. Estamos acostumbrados a que el régimen inventa cifras a conveniencia,
pero en este caso ambas aseveraciones no tendrían por qué ser contradictorias.
Se entiende que Ecoanalítica se refiere al valor (68%
del valor total transado), mientras que, con respecto al número total de
transacciones, las realizadas en dólares podrían ser tan solo del 17%.
De ser así, estaría indicando varias cosas: 1º., que las compras en dólares son
de bienes que, en promedio, son bastante más caros; 2º., que estas compras
están concentradas en las ciudades principales; y/o 3º., que el valor consumido
por todos aquellos que no tienen acceso regular a las divisas, es muy reducido.
Lo que sí es
inobjetable es que el régimen acabó con el bolívar como moneda. No sirve como
unidad de cuenta, cada vez menos como medio de transacción y, claro está, nadie
lo usa como reserva de valor. ¿Significa que la economía terminará de
dolarizarse también en lo financiero y que el dólar suplantará definitivamente
al bolívar? Como han pregonado algunos desde hace tiempo, ¿es ésta la mejor
forma de abatir la inflación? ¿Empezará a reactivarse la economía? Ya el banco
Credit Swiss anticipa para este año una ligera recuperación del PIB, en el
orden del 3%, relacionado, en parte, con la mayor estabilidad y
previsibilidad que otorga la creciente dolarización de las transacciones.
Hace poco
argumentamos que una dolarización completa era improbable. Primero, porque en
Venezuela existen muy pocas divisas para sustentar una reactivación de la
actividad económica. Su monto quedaría sujeto a las reservas existentes, al
saldo de la balanza de pagos y a la política monetaria de EE.UU. En segundo
lugar, porque el gobierno sólo puede financiar su enorme brecha fiscal con
emisión monetaria del BCV. Si se completara la dolarización, esta potestad del
Instituto Emisor desaparecería. Como el Estado venezolano está en default, sin
acceso a los mercados financieros internacionales, no tendría cómo financiar
esta brecha y tendría que recortar brutalmente su gasto, lo que representaría
una verdadera debacle política y social. Cabe recordar que el ingreso
tributario está en el piso por el derrumbe de la economía y la destrucción de
la industria petrolera. Finalmente, en un escenario de dolarización, el sector
externo se ajusta –si el Estado no controla el suministro de las divisas--
moviendo el salario real. Saldos positivos en la B de P requerirán salarios
bajos, a menos que la productividad aumente, contrario a lo que sería el
objetivo de cualquier gobierno que prioriza el bienestar nacional.
Sabemos, empero,
que el bienestar de la población no es preocupación que le quite el sueño a
quienes están actualmente al mando del Estado. ¿Qué significa, entonces, la
dolarización creciente de las transacciones, si la dolarización completa no
está contemplada como política? Podría afirmarse que es el resultado inevitable
de la destrucción de la moneda nacional y del abandono, por parte del régimen,
de toda pretensión de imponer su proyecto económico. El gobierno entendió, como
confesó Maduro, que permitir la dolarización de las transacciones, dejando el
funcionamiento de la economía doméstica a la libre, sin controles de cambio o
de precio, representaba una importante válvula de escape a las tensiones que se
venían acumulando por la escasez y por las restricciones externas.
Pero esta
dolarización transaccional habrá de modificar la dinámica económica de algunos
integrantes de la oligarquía militar - civil. Las mafias clásicas buscaban
lavar sus dineros mal habidos en negocios legítimos. Claro está, sus ganancias
ahí eran siempre menores a las exacciones obtenidas por medios ilegales. Pero
el riesgo de pasar largos años en la cárcel indudablemente influía en su
decisión de buscar amparo legal para sus fortunas. Hoy, en EE.UU., muchos
lujosos casinos tienen este origen.
En Venezuela, la
rapiña de la coalición criminal que comanda al Estado sin duda está enfrentando
obstáculos a nivel internacional en la forma de sanciones, requisitorias,
congelación de activos, detenciones y otras medidas. En comparación con los
años de gloria, cuando el barril de crudo estaba en USD 100 y abundaban
oportunidades para parasitar la renta, el “negocio” actual se les ha puesto
chiquito y con riesgos crecientes. Se les encoge el pastel a las mafias. Por
otro lado, las penalidades acechan. Los incentivos por legitimar dineros
amasados en sus trapisondas y saqueos estarían ahí, a pesar de que el marco
legal en que operarían es más restrictivo. Las inversiones en montar bodegones
en las grandes ciudades, surtidos de todo tipo de mercancía importada para ser
pagada en dólares, pudieran ser una salida. Pero implicaría fricciones internas
y un reacomodo de algunos intereses comprometidos con el régimen, que afectaría
a sus bases de apoyo.
Siendo negocios
privados que escapan, así, de las sanciones impuestas al Estado venezolano, su
autonomía de acción se amplía. Podrían favorecer el restablecimiento de
garantías institucionales para repatriar capitales y ampliar el mercado
interno. Asimismo, podrían impulsar cambios políticos para que se les aliviasen
ciertas sanciones en lo personal. Tampoco es que les interesa, empero, una
economía competida, a juzgar por los precios especulativos con que cobran
muchos bienes. Pero con el tiempo, estas iniciativas podrían socavar la
cohesión que genera la dinámica de expoliación existente, dependiente de la
estructura de poder. No compagina con la persistencia de depender del bolívar
para el gasto público. En fin, sin pretender que la dolarización creciente
subvierta al régimen –los privilegios otorgados seguirán negociándose a cambio
de lealtad-- si parece incidir en su reacomodo interno.
Por otro lado,
esta dolarización agrava la desigual distribución del ingreso que viene
agudizándose bajo Maduro, siendo la de Venezuela la segunda peor de América
Latina, superada solo por Brasil. Porque la cara adversa de esta dolarización
transaccional es que alimenta la inflación de aquellos que sólo tienen posibilidades
de comprar con bolívares. En efecto, la emisión monetaria con que el gobierno
financia sus gastos impulsa el precio del dólar al alza y éste sirve de
marcador de precios para las transacciones en moneda local. Si en lo formal,
ello implica un capitalismo salvaje que contradice toda esa cháchara
socialista, en los hechos, desnuda abiertamente una odiosa realidad en la que
los que una minoría que tiene divisas vive a cuerpo de Rey, mientras que la
gran mayoría, con ingresos en bolívares, languidece con unos CLAPs y unos
“bonos de la patria” cada vez más escuálidos y menos frecuentes.
Como conclusión,
no parece realista confiar la reactivación de la economía en esta dolarización
parcial y silvestre. Como se ha insistido una y otra vez, sin un cambio radical
de políticas que restablezca garantías y estabilidad a la iniciativa privada,
elimine las corruptelas y logre concertar una generosa ayuda externa, la
situación general del país seguirá empeorando. Esta dolarización parcial, sin
embargo, estaría agudizando las contradicciones en el seno del régimen
fascista. Podrían estarse asomando grietas en sus bases de sustento que deben
ser aprovechadas por la oposición democrática. Una negociación inteligente que,
desde posiciones de fuerza y con apoyo internacional, explote estos puntos
débiles ayudaría a abrir las puertas a un acuerdo en torno a elecciones
confiables. Un elemento a considerar para producir los cambios políticos que
los venezolanos imploran para mejorar sus deplorables condiciones de vida. Es
menester, entonces, forjar esa fuerza en el campo opositor.
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