¿Dónde nos encontramos?
Una aberración que ha durado demasiado
Humberto
García Larralde, economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela, humgarl@gmail.com
A finales de 2018, concluía el período constitucional
de Nicolás Maduro. Advenido a la presidencia en virtud de un cuestionado
triunfo electoral en 2013, nos encauzó a la peor tragedia sufrida por país
alguno que no estuviese en guerra. Bajo su mandato, redujo la economía a la
mitad, desplomándose las actividades de construcción (-90%), comerciales y de reparación (-76,4%), la de las instituciones financieras (-74,9%) y la manufactura (-71,6%)[1].
La producción petrolera se encogió en 50%, obligando a la importación de gasolina y otros
productos para satisfacer la demanda interna, y de petróleo liviano para
mejorar los crudos pesados. Incrementó la descomunal deuda dejada por su
predecesor a niveles muy por encima del valor del PIB venezolano. La caída en
más de dos tercios de las exportaciones petroleras hizo imposible cancelar su
abultado servicio, colocando al país en default. Valiéndose de un control de
cambio que estimuló todo tipo de corruptelas, Maduro intentó generar excedentes
para pagar este servicio, contrayendo las importaciones en 2018 a apenas la quinta
parte de las de 2012. Contrajo el consumo privado por habitante (promedio) a
los niveles de 1970, víctima, además, de la terrible hiperinflación que desató
el financiamiento monetario de los déficits generados por su irresponsable
gestión. En consecuencia, el poder adquisitivo del salario mínimo disminuyó un
70%, deprimiendo la
estructura general de remuneraciones. En fin, Maduro descargó sobre los hombros
de los venezolanos todo el peso de un severísimo ajuste contractivo, mucho peor
que los denostados ajustes “neoliberales”, producto de las distorsiones que
ocasionó su conducción (y la de Chávez) de la economía.
Pero los daños infligidos a la población no se
reducían al ámbito económico. La represión de manifestaciones de protesta, con
más de 200 muertos a manos de militares y colectivos fascistas, y la detención
arbitraria y tortura de muchos opositores --denunciadas por Foro Penal y otras
ONGs--, añadían un cariz terriblemente inhumano a la gestión de Maduro. A ello
habría que agregar la sumisión de los venezolanos a las arbitrariedades,
extorsiones y exacciones de militares, policías y otros funcionarios, dada la
anomia resultante de la destrucción del Estado de Derecho. Luego está la
indignante corrupción, abierta y desmedida, en tantas ejecutorias del Estado,
despojando a los servicios públicos, entre otros, de recursos y degradando la
calidad de vida de la población. Finalmente, el régimen pisoteó la voluntad
popular que eligió una mayoría calificada de demócratas para la Asamblea
Nacional en diciembre, 2015, anulando todas las prerrogativas de ese cuerpo,
persiguiendo y encarcelando a muchos de sus diputados, y usurpando sus
funciones con dictámenes de un tsj rastrero y una asamblea constituyente
tramposamente constituida. No en balde, la desaprobación del gobierno se
encontraba, en la mayoría de las encuestas, por encima del 80%.
La aberración de Maduro
Todo lo anterior era razón de sobra para haber
cambiado de gobierno, una vez vencido el período de Maduro. Pero, como sabemos,
ello fue impedido. Además de sabotear el referendo revocatorio de su mandato en
2017, se hizo reelegir en una pantomima comicial, con dirigentes y partidos
opositores proscritos, sin auditoría del registro electoral ni participación de
observadores internacionales de confianza, y bajo un CNE constituido con
militantes del oficialismo. El régimen que de ahí surgió en absoluto responde a
la voluntad popular y rompe, por ende, con el ordenamiento constitucional. Es,
en términos políticos, una aberración. El diccionario define este
término como: “Acción, comportamiento o producto
que se aparta claramente de lo que se considera normal, natural, correcto o
lícito.” Por tanto, el mando
impuesto por Maduro no debería existir. Constituye un extravío inadmisible, que
debe ser eliminado. Lamentablemente, la complicidad activa de militares
corruptos, que emplean el terrorismo de Estado contra opositores, ha permitido
que cumpla dos años. Son dos años en guerra contra la población venezolana,
usurpando funciones que debería haber asumido un gobierno democráticamente
elegido.
Las consecuencias de tal aberración no podían ser más
trágicas. La economía se redujo adicionalmente en más de un 40%, terminando el 2020 con un tamaño que es solo la
cuarta parte de cuando Maduro accedió por primera vez a la presidencia. Se
profundizó la destrucción de la industria petrolera, que actualmente produce
unos 400 mil barriles diarios, un 17% de la cantidad de entonces. La hiperinflación multiplicó el alza de
precios unas 230 veces más, haciendo de Venezuela el país más pobre de América
Latina, según estimaciones basadas en la encuesta de las universidades, ENCOVI.
Por otro lado, la Misión Internacional Independiente de determinación de los
hechos en Venezuela, del Consejo de Desarrollo Humano (CDH) de la ONU[2], confirmó las
denuncias que venían realizando diversas ONGs nacionales e internacionales con
relación a la violación extendida de derechos humanos por parte del régimen.
Documentó lo que consideró crímenes de lesa humanidad cometidos contra la
población, señalando responsabilidades en los más altos niveles del Estado.
Ello fue confirmado también en los informes de la Alta Comisionada para los
Derechos Humanos de esa organización, Michele Bachelet. Finalmente, la Corte
Penal Internacional encontró “fundamentos
razonables” para creer que en Venezuela “se cometieron crímenes de
competencia de la corte desde al menos abril de 2017”[3].
La eliminación de la política
Hoy sabemos que la tragedia venezolana. no es
resultado de la ignorancia o de errores de política. Es deliberada, resultado
de acciones tomadas conscientemente por Maduro y sus cómplices, militares y
civiles, a fin de asegurar oportunidades para depredar al país. La eliminación
del Estado de Derecho y la sumisión de las actividades económicas a sus
dictados obedecen a los imperativos de expoliación de la riqueza social. Y, al
aniquilar los derechos del ordenamiento constitucional, reprimir los medios de
comunicación independientes y perseguir a las organizaciones civiles (y
políticas) autónomas, acabaron con las condiciones para relevarlos por vías
democráticas. Desnudaron a Maduro como dictador.
Su insistencia en cobijar su dictadura bajo formas
democráticas --eso sí, totalmente adulteradas para vaciarlas de toda capacidad
de expresar la voluntad popular-- ha confundido a algunos opositores, que se
empeñan en circunscribir la lucha política a los métodos propios de una
democracia. En otros, la retórica utilizada y la tutela cubana llevan a
percibir al régimen –en mi opinión, de manera equivocada— como una clásica
dictadura comunista. Asumen que lo impulsa un proyecto ideológico, conducido
por un Partido Comunista –en este caso, el PSUV-- monolítico y disciplinado,
que, desde el poder, impone acciones con base en el patrón doctrinario conocido
de los países de la antigua órbita soviética.
Pero lo que cohesiona a la dictadura no es ningún
imperativo ideológico, sino el tinglado de alianzas y concesiones que se ve
obligada a concertar con las distintas agrupaciones que expolian al país, para
mantenerse en el poder. La dinámica que se desprende de esa red de
complicidades tejidas entre militares, “boliburgueses”, agentes cubanos
–Maduro, los hermanos Rodríguez y otros— y agrupaciones criminales (colectivos,
pranes, FARC, ELN), es la que determina las acciones de gobierno. El poder
terminó siendo capturado, como tantas veces se ha denunciado, por una
confederación de mafias que conviven y rivalizan entre sí para explotar las
oportunidades de lucro surgidas con la destrucción del Estado de Derecho. En el
estado de anomia resultante, prevalecen los más fuertes y los que logran
aliarse con estos. Esto hace de los militares corruptos el eje de la alianza
mafiosa, capaces de detener, torturar e, incluso, matar a quienes se
interponen. Son los artífices de las extorsiones, confiscaciones, exacción de
comisiones a toda transacción con el Estado, tráfico de estupefacientes, etc. y
otras ejecutorias basadas en la fuerza, el pegamento que mantiene a las mafias
cohesionadas como régimen.
El neofascismo bolivariano
La consustanciación del régimen con acciones de fuerza
y de violencia por parte de militares corruptos, autoridades civiles y bandas
paramilitares, lleva a categorizarlo de fascista o neofascista. Comparte sus
métodos totalitarios o proto-totalitarios, pero camuflado en un populismo
extremo para proyectarse como campeones del pueblo. Ahora la ideología no
ejerce la función de inspirar un proyecto político, en pugna con otras opciones
de poder, sino como burbuja en la cual refugiarse para escapar de la realidad
del mundo circundante, resistente a sus propósitos. Sirve como credo para
invocar lealtades y reclamar la obsecuencia de sus partidarios. Edifica una
realidad falsa, conformando una secta de fanáticos que se identifican con ella,
refractaria a toda posibilidad de convivencia con quienes piensan diferente.
Sus nociones de verdad y de razón se construyen a partir de su funcionalidad
para con el ejercicio del mando y la preservación de sus oportunidades de
lucro, no de su capacidad para explicar la realidad existente, mucho menos como
referencia para proponer soluciones. Representa un blindaje contra acuerdos de
política basadas en criterios racionales aceptables para los demócratas. Éstos
deben ser aplastados. Las objeciones desde afuera, señalando los sufrimientos
de la población, en absoluto lo perturban[4].
La mitología comunista, al justificar la liquidación
del Estado de Derecho, por burgués, y someter a las fuerzas del mercado para
sustituirlas en el reparto de la riqueza y del producto social con criterios
políticos –basadas en relaciones de fuerza--, ha sido de utilidad para
legitimar la expoliación del país. Se destruye, así, la economía, pero
echándole la culpa a una “guerra económica” contra la “revolución” por parte
del imperialismo y la burguesía. La burbuja ideológica sirve, asimismo, para
criminalizar toda protesta, tildándola de “terrorista”, y justificar toda suerte
de disparates, siempre y cuando contribuyan a galvanizar a sus partidarios en
torno a sus desmanes. Nada más parecido a las turbas de extrema derecha que
irrumpieron en el Capitolio de EE.UU. que las bandas fachas de Chávez y Maduro.
La vulnerabilidad del régimen
El hecho de depender de una armazón de complicidades a
distintos niveles para sostenerse constituye la mayor vulnerabilidad del
régimen. No se basa en un poder monolítico, que obedece a un mando único,
centralizado, como haría creer la invocación de las experiencias comunistas. En
la medida en que su depredación ha ido reduciendo los recursos con base en los
cuales tejer esas alianzas, más precario se ha tornado su poder y mayor
fricción interna concita. Y no tiene escapatoria. No puede revertir el
deterioro económico, porque la “premiación” a sus secuaces ocurre,
precisamente, con base en la expoliación de la economía. No puede ofrecer
garantías y seguridades para atraer inversiones, eliminar las coimas y otras
exacciones, porque acabaría con esta expoliación. Tampoco puede desmontar el
terrorismo de Estado para negociar el levantamiento de las sanciones impuestas
a muchos de sus personeros por violación de derechos humanos porque, más allá
de las complicidades, es la herramienta que le queda para evitar ser
desplazado. Lamentablemente, ello hace al régimen aún más virulento, preso de
las rivalidades, de la anarquización de las líneas de mando y de la impunidad
que se deriva de la anomia. Al no poder desmontar los mecanismos de expoliación,
la situación económica empeorará todavía más, sobre todo en el marco de los
estragos causados por el COVID-19.
La instalación de su asamblea nacional partidista,
ahora con unos 270 diputados, además de pretender borrar la representación popular
electa de la anterior asamblea –la única legítima—ofrece un espacio ampliado
para zanjar ambiciones de los diversos intereses que se mueven en la
constelación fascista. Las elecciones para autoridades municipales constituirán
otro escenario. Si bien ayudan a aliviar las tensiones, también diluyen el
poder de la cúpula central, cada vez más aislada y vulnerable.
Los nuevos escenarios
La elección de Biden como presidente de Estados
Unidos, más las nuevas condiciones creadas por el vencimiento del período
constitucional de Guaidó y demás diputados elegidos en 2015, suponen un
escenario diferente a aquel imaginado antes por algunos ilusionados por la
retórica de Trump. Todo hace pensar que el apoyo internacional al cambio
democrático en Venezuela habrá de enfatizar la negociación para acordar
elecciones presidenciales y para la Asamblea Nacional, que sean confiables. Por
lo pronto, no pareciera que fuésemos prioritarios en la agenda de Biden,
ocupado inicialmente en sanear las heridas dejadas por su antecesor, ni tampoco
de los países del llamado Grupo de Lima, por la necesidad que tiene cada uno de
centrar sus esfuerzos en superar el grave impacto causado por el Coronavirus
sobre sus sociedades. La Unión Europea mantendrá una posición similar a la que
ha venido sosteniendo, una vez barajado un nuevo status para su relación con el
liderazgo opositor. Es de suponer, entonces, que las cosas se mantengan más o
menos igual en los próximos meses, aunque continuará deteriorándose la
situación país, como la represión y persecución de opositores.
En tal escenario, la negociación no puede enredarse en
“solucionar los problemas del país”. Esto es una excusa del fascismo para ganar
tiempo. En absoluto le interesa el bienestar de la población. Tampoco puede
dejarse enmarcar en una supuesta confrontación “izquierda – derecha” o de
defensa ante el acoso imperialista, con que Maduro busca tocar sensiblerías
“progre” a nivel mundial. Su fin solo puede ser apurar salidas a la aberración
social y política que representa una dictadura primitiva y oprobiosa, que
le niega posibilidades de sustento al pueblo para esclavizarlo con bolsas CLAP.
Los países democráticos deben entender esto y no prestarse a engaños que
alarguen su permanencia. Las negociaciones deben plantearse desde una posición
de fuerza, que lleve a que algunos integrantes de la mafia tomen en serio las
ofertas para que se vayan. Ello no será posible mientras la oposición se
mantenga dividida, acusándose mutuamente y sin vincularse con los padecimientos
y las luchas de una población cada vez más oprimida. No hay otra opción,
entonces, que dejar de lado los afanes de protagonismo personal y subordinar todo
interés secundario a los esfuerzos para construir, unidos, esa fuerza
mayoritaria.
La cabeza visible del fascismo –Maduro, Cabello, los
Rodríguez, Padrino López y sus secuaces—está demasiado enferma con sus delirios
onanistas para pensar que accedería honestamente a este tipo de negociación.
Tampoco se puede negociar con la FAN, pues ésta, como institución, fue
destruida. Pero sí tiene sentido focalizar los esfuerzos en quienes sirven de
sustento a la médula militar corrupta. Éstos se sienten inseguros, ya que su
permanencia depende de criterios políticos, no de las jerarquías o de los
méritos institucionales ya destruidos. Al achicarse las oportunidades de lucro,
serían los primeros en ser excluidos. Además, sobre ellos pesan severas
sanciones por violación de derechos humanos, narcotráfico y otras corruptelas,
lo cual los hace vulnerables a negociaciones que ofrecen salidas.
Negociar significa, por mucho que nos asquea, estar en
disposición de ceder. Al fascismo no le interesa consolidar ningún proyecto de
sociedad porque lo anima la confrontación permanente. Basta observar el gozo
que invade el rostro de Cabello cuando anuncia, por TV, medidas contra la
oposición. Pero tampoco la oposición está en condiciones de desplazarlo con la
fuerza. Con el pañuelo en la nariz, busquemos resquebrajar el sostén militar
del régimen con negociaciones que permitan elecciones confiables a cambio de
suspender sanciones. Son unos 195 sancionados. Algunos tienen que ceder.
Procuremos abrir las rendijas para que pueda expresarse la voluntad popular
mayoritaria. La alternativa de conservar nuestra posición impoluta, amparada en
nuestros principios y razones para no negociar con criminales, es que Venezuela
se deslice todavía más por la pendiente chavista, hasta su desaparición como
país.
[1] Cifras
oficiales. www.bcv.org.ve
[2] https://www.ohchr.org/SP/HRBodies/HRC/FFMV/Pages/Index.aspx
[3]https://cnnespanol.cnn.com/video/venezuela-corte-penal-internacional-nicolas-maduro-crimenes-lesa-humanidad-fernando-del-rincon-cnne/
[4] Remito al lector
a escritos míos al respecto, para no repetir aquí sus argumentos:
http://redinternacionaldelcolectivo.blogspot.com/2013/05/humberto-garcia-larralde-comunismo-o.html
El fascismo de siglo XXI: La amenaza totalitaria de
Hugo Chávez Frías, Random House
Mondadori, Colección Actualidad Debate, Caracas, 2008.
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