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La posibilidad de establecer un diálogo transatlántico entre el nuevo gobierno de los Estados Unidos y la Unión Europea —dinámico, flexible, con una agenda diversa, configurando un mecanismo de consulta y coordinación frente a los grandes desafíos que estamos viviendo— podría representar un avance cualitativo en la construcción de gobernabilidad mundial, privilegiando principios y reglas y, en ese contexto, enfrentar las tendencias autoritarias que se incrementan a escala global.
Con respecto a la crisis venezolana ese diálogo pudiera hacer la diferencia sobre el papel de la comunidad internacional democrática en la construcción de una salida pacífica y democrática.
Un elemento fundamental en el diálogo, en buena medida su fundamento, debe ser el fortalecimiento de los principios de libertad, democracia y derechos humanos.
El mundo afronta el incremento de diversas tendencias autoritarias populistas y radicales, que han encontrado en la pandemia del covid-19 refuerzo y excusas. Con el argumento de luchar contra el virus, los gobiernos autoritarios han fortalecido las prácticas de control, represión y exclusión.
El diálogo transatlántico debería establecer entre sus prioridades la coordinación de acciones para definir límites efectivos frente a las estrategias expansivas y promotoras del autoritarismo de China, Rusia e Irán.
China es un actor complejo, con interesantes oportunidades en materia de comercio e inversiones, pero una amenaza sistémica, en particular, contra la libertad y la democracia, como se puede apreciar en la escalada represiva que está desarrollando en Hong Kong, utilizando la ley de seguridad recientemente aprobada por el Partido Comunista chino.
La estrategia de expansión china en los países en desarrollo ha sido muy hábil, mucho intercambio comercial, comprando materias primas, generando un boom en los precios de los productos básicos, otorgando condiciones financieras favorables, exportando mucha manufactura y, progresivamente, alta tecnología; empero, el componente ideológico va avanzando en la medida que la presencia y el control se incrementa.
Paradójicamente, también encontramos el expansionismo chino en los países desarrollados, con muchas inversiones, compras de bonos de deuda y de empresas. El proyecto de “la franja y la ruta”, constituye una de las mayores expresiones de creatividad en el expansionismo global chino. En el fondo busca fortalecer su liderazgo económico mundial y lentamente debilitar los valores fundamentales de la libertad y la democracia.
Es importante destacar que la estrategia de expansión global con bajo perfil político, que se desarrolla desde que Deng Xiaoping adoptó el camino de la apertura económica, ha llegado a su punto de inflexión en el 2020, con la pandemia del covid-19.
Ante la crítica mundial por la opacidad china en el tema del coronavirus, la reacción ha sido compleja.
Por una parte, una nueva diplomacia agresiva que se evidencia, entre otras, amenazando con sanciones al gobierno de Australia y con los obstáculos que están aplicando a la misión de investigación que fue aprobada en la Organización Mundial de la Salud.
Por otra parte, el discurso del Partido Comunista presentando a China como la potencia vencedora de la pandemia y promoviendo la “diplomacia de las mascarillas”, cultivar el liderazgo como el gran benefactor a escala mundial, en particular de los países pobres.
En este contexto, también se inscribe el caso de la producción de una vacuna contra el covid-19, que está encontrando un fuerte cuestionamiento científico. El benefactor que apoya y sus condicionamientos llegan progresivamente.
Rusia es otro tema que debería ser abordado en la coordinación transatlántica.
Si bien es cierto que no puede ser calificada como una gran potencia, ha perdido fuerza económica e incluso militar; pero tiene un potencial atómico y desarrolla estrategias desafiantes contra los valores occidentales, promoviendo caos para lograr protagonismo y liderazgo. Sus delirios geopolíticos la transforman en una constante amenaza para sus vecinos y, progresivamente, está incursionando en nuevos escenarios, como el medio oriente e incrementa su activismo en nuestra región
Irán constituye otra seria amenaza, particularmente en el medio oriente, pero con repercusiones globales. De hecho, su presencia está creciendo en nuestra región y debemos resaltar que el expansionismo iraní se presenta claramente como enemigo de la libertad y promotor de un totalitarismo religioso.
En el caso de Irán, e incluso de Cuba, pueden presentarse coincidencias en el diálogo transatlántico, pues ambas partes se inclinan por la persuasión y el diálogo.
Ahora bien, la situación es complicada, pues la vía persuasiva, aplicada en el pasado, no logró mayores avances. Los gobiernos autoritarios la aprovechan para ganar beneficios, sin realizar mayores concesiones. Tampoco la estrategia de la máxima presión ha generado cambios significativos. En consecuencia, se requiere de mayor creatividad y coordinación para establecer límites efectivos.
En ese contexto, se inscribe el caso venezolano. La situación actual debería ser revisada a los fines de lograr una mayor coordinación y efectividad. Al respecto, la comunidad transatlántica podría avanzar en la redefinición de los incentivos y la presión, condicionado al logro de cambios sustantivos en las condiciones políticas del país, en particular electorales, que faciliten la salida pacífica.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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