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Luego de un largo y tormentoso proceso de cuestionamiento, que incluyó la irrupción en el Congreso, se ha confirmado el triunfo de Joe Biden en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. No prosperó la farsa del fraude creada por el presidente Donald Trump, quien se ha consolidado entre los fanáticos y populistas; pero, se ha aislado y está dejando al país en una crisis social profunda. En ese contexto, la nueva administración se enfrenta con grandes retos y muchos obstáculos. Entre las prioridades destacan superar, tanto la crispación y polarización interna, como el aislamiento y desprestigio del país en el contexto internacional.
El país está afectado, han sido varios años de un discurso de violencia, discriminación y exclusión.
Todo indica que el objetivo se orientaba a polarizar para manipular y controlar, al mejor estilo de los gobiernos autoritarios en el mundo. Afortunadamente, una vez más, las instituciones han logrado enfrentar la prueba de fuego. La Corte Suprema de Justicia representa el mejor ejemplo y, en particular, los nuevos magistrados promovidos por Donald Trump, que han dado una lección de institucionalidad al país y al mundo, no son títeres de un individuo, han decidido en justo derecho y no se han prestado a la farsa.
A última hora también han actuado institucionalmente, tanto el vicepresidente Mike Pence —quien se mantuvo fiel al Presidente durante todo el periodo, pero tampoco se prestó a la destrucción de la institucionalidad democrática— como las autoridades del partido republicano, que si bien resultaron demasiado complacientes frente a las arbitrariedades del Presidente durante los cuatro años de gestión, a última hora han reaccionado y reconocido la derrota, en particular Mitch McConnell, líder del partido en el Senado, cuya intervención, previo al bochornoso ataque al Congreso, ha resultado una pieza impecable e histórica.
Recuperar la convivencia, nacional e internacional, se presentan como unos de los grandes desafíos para el Presidente Joe Biden; frente a ello, su amplia experiencia en la política y en los asuntos internacionales, representan una potencial garantía para el trabajo que se avecina.
Por otra parte, al Partido Republicano también le esperan tiempos difíciles, pues no debería ser secuestrado por una fracción radical que promueve la exclusión y la violencia.
Un partido centenario, que ha contribuido significativamente a la construcción de la democracia y los valores de libertad en los Estados Unidos y en el mundo, exige que sus miembros y, en particular, sus líderes, asuman el reto de los cambios y logren superar esta etapa, una página negativa, que debe servir de experiencia para avanzar hacia nuevos horizontes, orientados a la paz, la convivencia, la tolerancia y la prosperidad en el país y el mundo.
Resulta evidente que la agenda interna se presenta altamente demandante para la nueva administración: todos los problemas estructurales que fueron menospreciados, más el incremento de la desigualdad, la violencia y el racismo; a lo que debemos sumar las graves consecuencias sociales de la pandemia del covid-19, otro de los temas mal administrados por la administración saliente.
Ahora bien, la agenda internacional también resulta crucial, más aún si consideramos el papel fundamental que ha jugado el gobierno de los Estados Unidos en la conformación del orden liberal basado en principios y reglas, que el presidente Trump ha golpeado duramente, en parte, por su equivocada interpretación de la globalización. Es cierto que la dinámica global exige de una profunda revisión, pero el aislamiento no resuelve nada y crea nuevos problemas.
Es un falso discurso prometer que se puede volver al pasado y retomar el poder industrial y económico de los años sesenta. El american first, apasiona, estimula fanatismos, pero es un falso discurso, como también lo ha sido la construcción del muro, como solución al problema de las migraciones.
El país que ha promovido la globalización, con grandes transformaciones tecnológicas, muchas de ellas producto de la capacidad creativa e innovadora de sus centros de investigación, como el Silicon Valley, no puede desconectarse del mundo. Lo que se requiere en estos momentos es orientar parte de la capacidad creativa a la búsqueda de fórmulas que permitan mantener la dinámica del crecimiento global y generar mecanismos de inserción y apoyo para los más vulnerables a nivel nacional e internacional.
En el plano internacional son muchas las expectativas que está generando el cambio de gobierno, particularmente para los socios tradicionales y las democracias del mundo que, en gran medida, fueron menospreciadas en estos cuatro años. La agenda es compleja, pero las señales de un mayor espacio para el diálogo, la negociación y la cooperación, generan confianza para avanzar frente a los grandes desafíos.
Resulta fundamental promover el diálogo y una amplia agenda de trabajo en nuestro hemisferio y en el marco transatlántico.
Temas tan complejos como las relaciones con China o Rusia; o los casos de Corea del Norte, Irán, Siria, Afganistán, Turquía —y en nuestra región Cuba, Nicaragua y Venezuela— exigen de la definición de estrategias de acción que incluyan al mayor número de aliados.
Sobre estos asuntos aspiramos realizar reflexiones más específicas en próximos artículos. Por ahora, debemos destacar que la estrategia de máxima presión, que el presidente Trump ha utilizado en varios de esos frentes se debilita en la medida que se desarrolla como una acción unilateral y, por otra parte, con el tiempo, puede resultar paradójica y beneficiar a los gobiernos autoritarios, como ha sido el caso de las sanciones a Cuba.
En la coordinación hemisférica y transatlántica que debería desarrollar la nueva administración, el tema venezolano debe estar presente. No debemos olvidar que ha contado con el apoyo bipartidista y, por su complejidad, representa amenaza para la región.
Si bien el presidente Trump ha realizado un esfuerzo importante, resulta conveniente revisar la estrategia y lograr la mayor participación y coordinación de la comunidad internacional democrática que apoya la recuperación de la democracia. En coordinación con el Grupo de Lima y el Grupo Internacional de Contacto de la Unión Europea se debe reformular la estrategia para hacer más eficiente la presión.
Por otra parte, resulta conveniente trabajar con otros países como China, Rusia, Irán o Cuba. Al respecto, seguramente la nueva administración debe tener previstas estrategias de vinculación o mesas de negociación con esos gobiernos, en esas agendas, formal o informalmente debería estar incluido el tema venezolano, de tal forma que esos gobiernos no representen un obstáculo para la salida pacífica y democrática.
En este contexto, otro gran desafío es lograr un mínimo de coordinación de nuestra oposición democrática, que debería jugar el papel del director de la orquesta.
Se debería evitar la proliferación de estrategias y, en el caso de existir varios escenarios, resulta fundamental la coordinación.
Corresponde a nuestra oposición democrática, entre otras, mantener el tema en la agenda, trabajar en el apoyo y coordinación de la diversidad de actores internacionales que respaldan la lucha democrática; promover las acciones y definir la hoja de ruta.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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