https://www.nytimes.com/es/2018/09/16/opinion-corrales-crisis-venezuela/
Por qué Maduro prefiere la
crisis y el caos
Por JAVIER CORRALES 16 de
septiembre de 2018
AMHERST, Massachusetts — Una revolución bolchevique
—con matices tropicales— está en marcha cerca de nuestras costas. El presidente
de Venezuela, Nicolás Maduro, está
usando toda su autoridad para diezmar lo poco que queda de la resistencia a su
socialismo extremista. Tal como hizo el líder soviético Vladimir Lenin en
octubre de 1917, en esta etapa de la revolución Maduro se propone librar una
campaña final contra todos salvo sus aliados más radicales.
Recientemente, la mayoría de las noticias que salen
de Venezuela cuentan la extraordinaria crisis económica del país. Algunos
analistas tratan la crisis como un caso de influenza: algo que la nación
contrajo sin culpa suya. Sin embargo, esta crisis o —más bien— su larga
duración, no es un accidente. Se trata de un diseño revolucionario.
La devastación de los últimos cuatro años no puede
ponerse en palabras. Al registrar la inflación más alta del mundo junto con una
recesión que ha contraído la economía en casi el 50 por ciento desde 2013, Venezuela
se ha convertido en el primer país en décadas en hacer una transición de nación
de ingresos medios a una de ingresos mínimos —o casi inexistentes—.
Sin embargo, el aspecto más vergonzoso de la crisis
es la indiferencia del gobierno. La principal respuesta gubernamental,
bautizada como el “paquete rojo”, no
incluye nada más que devaluar la moneda casi un 95 por ciento, redenominar los
nuevos billetes al quitarles cinco ceros y
vincular el nuevo bolívar soberano al petro, una criptomoneda no transable y que
nadie utiliza. Estas medidas son una redecoración inútil. Hasta los economistas más indulgentes con el
gobierno están poco impresionados.
Si acaso, el gobierno está empeorando la crisis al
aumentar el precio de la gasolina a precios internacionales, restringir
todavía más la importación de alimentos y medicinas, decretar más controles de
precios y subir impuestos en medio de una recesión. Los gobiernos y las
organizaciones internacionales ofrecen ayuda humanitaria, pero Maduro la rechaza. El gobierno se cruza de
brazos mientras el hambre y las enfermedades se propagan.
Esta indiferencia sugiere una intencionalidad. Es
fácil ver la causa. Un gobierno extremista como el de Maduro prefiere la
devastación económica a la recuperación porque la miseria destruye a la
sociedad civil y, con ella, toda posibilidad de resistir la tiranía.
Cuando las condiciones económicas se deterioran,
los ciudadanos a menudo optan por la protesta. Pero cuando las condiciones
económicas decaen a tal grado que hacen que las clases medias vivan con menos
de dos dólares al mes (menos que en Haití) y diseminan condiciones cercanas a la hambruna,
la mejor opción es arreglárselas como uno pueda o irse del país. Si a esta
receta añadimos la represión, el resultado es un éxodo de al menos el 7 por ciento de la población, el más
grande en el continente americano desde la década de los ochenta.
La privación económica, aunada a la represión,
cambia los incentivos de la participación política por el exilio político. Esto
es lo que Maduro ve con buenos ojos: la asfixia de la resistencia, tal como
Lenin quiso. Es la razón por la que Maduro ha permitido que la crisis continúe
por tanto tiempo.
Claro está que ningún acontecimiento es una réplica
exacta de sus antecesores. La revolución de Maduro no es enteramente un
bolchevismo revivido. Maduro no está tratando de derrocar a un gobierno
existente, sino de consolidar un régimen viejo, anticuado y odiado. Maduro no
lleva a cabo matanzas sistemáticas, aunque usa la represión sin remordimientos.
Y lo más importante, los ciudadanos ordinarios o sóviets no se están levantando
de la mano del Estado para impulsar más el extremismo.
El extremismo de Maduro es ejercido exclusivamente
por el Estado. En ese sentido, toma como referencia otra campaña tropical
también inspirada en el bolchevismo: la famosa Ofensiva Revolucionaria de Cuba en
1968. Esta fue una campaña de Fidel Castro, a nueve años de iniciado su
gobierno, para nacionalizar lo poco que quedaba del sector privado. Castro
confiscó 55.636 pequeñas empresas, incluyendo la mayoría de los proveedores de
alimentos y granjas semiprivadas. Fidel quería acabar con las ganancias
privadas y establecer un absoluto monopolio estatal sobre la distribución de
los alimentos. La meta era hacer a los ciudadanos más dependientes del Estado.
Del mismo modo, Maduro está usando la miseria
económica para extinguir lo poco que queda del sector privado en Venezuela y
expandir el control estatal. Ya expandió el control estatal de la distribución
de los alimentos al entregar “carnets de la patria”, que se reparten
principalmente entre leales al régimen. Decretó un aumento del 3000 por ciento
a los salarios mínimos, que resulta insuficiente para permitir a los
trabajadores ajustarse a la hiperinflación, pero que es imposible de costear
para los pequeños empleadores y empresarios, que ya están en apuros económicos
debido a la recesión, los controles de precios, la falta de dólares y los
continuos apagones. Desde que se anunció el paquete rojo, las autoridades han
detenido a 131 personas acusadas de sabotaje,
principalmente a gerentes de cadenas minoristas. Hoy, la industria privada de
Venezuela opera al diez por ciento de la capacidadque tenía hace
veinte años, cuando esta revolución comenzó. Hasta los restaurantes McDonald’s están cerrando.
No obstante, el modelo de Maduro tampoco es una
réplica exacta de la Ofensiva de Fidel. Maduro todavía permite que algunos
actores privados amasen riquezas, aun cuando lo hacen a través
de actividades ilícitas o consiguiendo
acceso al dólar barato que el gobierno siempre está
dispuesto a ofrecer, legalmente, a sus compinches.
Además, existen elementos innatos que hacen que la
revolución de Maduro sea más idiosincrásica que imitadora. Tal vez el elemento
más idiosincrásico es el colapso del sector petrolero en
manos del Estado. Las exportaciones de petróleo constituyen la única fuente de
dólares de la revolución, aparte del endeudamiento. No obstante, la industria
petrolera venezolana ha venido sufriendo un declive crónico en la productividad
durante los últimos quince años. Con Maduro, dicho declive se aceleró. A pesar
de la recuperación en el precio del petróleo a partir de 2016, la producción de
Venezuela se ha estrellado y ha disminuido en más del 40 por ciento en dos
años. La mayoría del resto de los productores importantes de petróleo han
expandido su producción o permanecido estables.
Dejar que la única gallina de los huevos de oro de
la revolución se derrumbara es una característica que lleva el sello de Maduro.
No existe ningún antecedente histórico de una herida autoinfligida tan mortal
como esta, ni en la Rusia soviética ni en la Cuba comunista ni en ningún
petro-Estado en paz y abierto al comercio.
Es difícil argumentar que la negligencia de Maduro
hacia su joya de la corona es intencional, debido a que su víctima más directa
es él mismo. Esta negligencia sugiere que el gobierno de Maduro también es
inepto.
Los analistas debaten si la debacle económica del
país es resultado de la premeditación o la incompetencia. En muchos sentidos, este es un
falso debate. Se debe a ambas cosas. El extremismo produce y necesita caos, y
el caos a su vez aumenta las posibilidades de errores garrafales por parte del
Estado.
Tan graves son los errores de Maduro en materia
petrolera que le ha tocado a gente de su propio partido político tomar cartas
en el asunto. La Asamblea Nacional Constituyente —electa ilegítimamente en 2017 y compuesta
exclusivamente de maduristas— está considerando tomar medidas correctivas en el
sector petrolero para permitir una mayor apertura petrolera. Pero
mientras debaten, el ejecutivo sigue sin actuar para revertir el derrumbe
petrolero.
En circunstancias normales, el caos económico
socava a cualquier gobierno. Todavía puede poner en riesgo al régimen de Maduro
en la medida que se propague el descontento, no ya entre los opositores, sino
en las filas de su gobierno. Ya sabemos, por evidencia indirecta pero
inequívoca, que el malestar dentro del gobierno crece: este año Maduro ha
aumentado la represión hacia el ejército y a exfuncionarios gubernamentales.
Pese a estos riesgos, Maduro se ha inclinado por el
caos y no por la recuperación, porque cuando el caos alcanza proporciones
inhumanas, como ha sucedido en Venezuela desde 2015, es más probable que diezme
a la oposición que al gobierno. Y si el gobierno aplica la represión con
eficacia, en especial dentro de sus filas, tiene una posibilidad de sobrevivir
mientras sus enemigos —dentro y fuera de la revolución— languidecen por miseria
o huyen del país.
El caos, ya sea intencional o
accidental, puede ser funcional para los Estados extremistas. Por tal motivo,
no deberíamos contar con que el gobierno extremista de Maduro haga algo
mínimamente prometedor para detener el descenso de Venezuela al infierno.
Javier
Corrales es profesor de Ciencias Políticas en Amherst College y autor de
"Fixing Democracy: Why Constitutional Change Often Fails to Enhance
Democracy in Latin America".
No hay comentarios.:
Publicar un comentario